Y con ellos llegó la esperanza de un mundo mejor en el campo de la dirección músico orquestal. David Afkham y Antonio Méndez nos lo contaron en el Alfredo Kraus, mientras exponían con sumo cuidado y respeto, pasando incluso de puntillas sobre ciertos pasajes comprometedores, la grandeza de las obras que se comprometieron a dirigir y digerir (importante acto, que no siempre es el caso).
Abrió el paso al 35 aniversario, Antonio Méndez, que se estrenó en el Festival de Música de Canarias, dejándonos una mágica noche inaugural de mano de Richard Strauss y su magnífica Ariadna de Naxos, en versión concierto que supo conducir de forma seria, profesional y elegante esta joven batuta. Méndez es el actual titular de la Sinfónica de Tenerife, agrupación que en versión reducida para la ocasión respondió con brío, brillo y calidad a la lectura precisa y profesional de este novel director, quién demostró sobradamente el arte de cómo hacer brillar a una estrella.
Destacaron asimismo las impecables voces de los solistas elegidos para la ocasión, elenco de gran altura y reconocimiento internacional. La americana Brenda Rae, “incansable soprano de oro” según The Times, interpretó con gran maestría a Zerbinetta, por lo que consiguió arrancar al público un apasionado aplauso tras su magnífica muestra de virtuosismo vocal, antes de que acabara la representación. Asimismo brillaron Ricarda Merbeth, Ariadna, Roberto Sacca, Bacchus y el resto del elenco. Hay que destacar con especial pasión, aparte de por su profesionalidad y calidad por ser de los nuestros aunque entregados al mundo, a Manuel Gómez Ruiz, Elisandra Melián, Juan Antonio Sanabria, y al benjamín, palmero, Anelio Gibran. Todos ellos dieron el pistoletazo de salida a esta 35 edición del Festival de Canarias, marcando así la gran altura del listón.
Y después de la ópera, el Alfredo Kraus vivió el tercer concierto del Festival con un director igualmente serio, preparado, culto, forjado según la tradicional escuela italiana, y, me parece a mí, heredero de los grandes Maestros de los que ya desgraciadamente van quedando menos. Una orquesta alemana de gran profesionalidad (la Filarmónica de Cámara de Bremen), que se autofinancia, lo cual la hace aún más valedora de reconocimiento, y por supuesto, una gran solista de altura en todos los aspectos que consiguió llenar absolutamente todo el espacio con su brillante y vibrante sonido; la indiscutible Sabine Meyer. Estas son las cosas que nos hacer recuperar la fe en el futuro de la Música, la Cultura, y casi hasta en la Humanidad.
El director David Afkham es tan respetuoso con su trabajo que, junto a una orquesta que reflejó límpidamente la seriedad y el respeto que infunde este joven de alma centenaria, llevó a Beethoven por los caminos que el compositor hubiera deseado. Y cuando se habla de seriedad parece que hablamos de persona que no sonríe; o que no hace chistes; ni se relaciona. No señor, no! Ser serio es lo que hace Afkham. Es llamar a las obras por su nombre; es leer e indagar en las partituras; llegar hasta lo más profundo de sus entrañas; no cantarlas superficialmente y de forma frívola con el fin de que el respetable las encuentre amenas y divertidas. Ser serios es interpretar y modular. Es mostrarnos que en la música también hay paletas de infinitos matices. Que la música no se limita a dos colores: piano o forte. Que la música es una narración, en la que se habla a través de los sonidos, que la música es declamación. Afkham y Méndez nos han dado una lección. Hemos redescubierto al pintor con la infinita gama de colores a su disposición para utilizarlos según la voluntad de quien escribió la obra, porque ningún museo expone repintado a Da Vinci, ni a Monet, ni a El Greco, para que la gente los vea modernos y sienta que puede gustarles.
Así las cosas, el conjunto Meyer, Afkham y Bremen explicó con impecable certeza quién es Beethoven; que Mozart es Mozart y que su indiscutible genialidad abarca desde las sublimes melodías del archifamoso Adagio (popularizado por la película Memorias de África) de su concierto para clarinete (magistralmente interpretado y conducido por la gran por Sabine Meyer), hasta la compleja fuga del cuarto movimiento Molto allegro de su última sinfonía, apodada Júpiter, señalada por Sir George Grove como la mejor obra orquestal que precedió a la revolución francesa y en cuyo cuarto movimiento Mozart se adelanta a su época sin perder su rúbrica. Y Afkham, incluso en este cuarto movimiento con tantas posibilidades de convertirse en una gran fanfarria de fuegos de artificio, supo controlar el mensaje de la música, llevando el Molto allegro por el camino de la elegancia, de la sobriedad y en diálogo con la orquesta.
Como colofón, Afkham y Bremen nos hacen entrega de un bis, intimista, relajado, meditativo, que es dónde de verdad se refleja el significado de hacer música mostrándonos a Schubert en estado puro, con el entreacto previo al tercer acto de su ópera Rosamunda. Bis profesional, lejos de aquellos que ahora están de moda, los de bombo y platillo interpretados con el fin de caldear el ambiente y querer levantar el entusiasmo del público a golpe de volumen, ritmos fáciles y melodías pegadizas. Pues no, siguiendo en la línea de la elegancia, tuvimos el placer de escuchar Música, y esa fue la rúbrica de una segunda magnífica noche.
Candelaria Rodríguez-Afonso; Musicóloga y Gestora Cultural.