Definió György Lukács la novela histórica como “aquella que toma por propósito principal ofrecer una visión verosímil de época histórica e incluso costumbrista de su sistema de valores y creencias”. Y Bertold Brecht se interrogaba sobre aquellos que habían levantado las pirámides y construido los palacios, cumpliendo, con su esfuerzo, la voluntad de los reyes y faraones de su tiempo. Juan Carlos Domínguez, con su Libro de los recuerdos de Idir el canario, (Baile del Sol, 2022) avanza por el camino señalado por los citados. Toma la misma senda que en su momento abrió Saramago con su magnífica Memorial del Convento. Nos habla de los de abajo, los que con su trabajo construyeron una sociedad primitiva en Canarias. Rompiendo con la idílica visión del paraíso perdido y el buen salvaje, que durante tanto tiempo ha dominado la narrativa canaria cuando habla de los tiempos previos a la Conquista, construye su novela con los elementos científicos suficientes para describir una sociedad de clases, sin aliños ni romanticismos racistas, dotándose de una visión artística que supera la de los nacionalismos románticos. No hay ese canto nostálgico a las costumbres desaparecidas por la transformación del mundo. Pues el mundo que se nos cuenta es el que está siendo transformado por el contacto entre dos culturas, la aborigen y la de los conquistadores. Tiempos revueltos, de cambio y destrucción del que terminará surgiendo un mundo que contendrá cosas de las dos culturas, como se muestra en el episodio de Lanzarote.
Cercano al Secuestrado de Stevenson, el texto nos describe el desarrollo de Idir, no sólo en su tránsito de la adolescencia a la edad adulta, sino en su construcción como sujeto, ya no individuo anónimo de la clase de los siervos, como si Domínguez fuera discípulo de Juan Carlos Rodríguez y su Teoría e Historia de la Producción Ideológica. Pues los amores con Tazirí, viajes y cautiverio, van construyendo la personalidad del héroe como en las clásicas novelas de iniciación. Pero aquí se da una vuelta de tuerca más al género. La construcción como sujeto y no como súbdito de los nobles, encierra un componente de rebeldía que la figura del mítico Doramas se encarga de asumir en sus apariciones. Idir acepta su destino, pero ese destino ha sido construido por el mismo y no es el que su posición social determinaba. Esa posición era la del pastor, la del que no puede comer carne ni llevar el pelo largo, aquél que debe aceptar el desfloramiento de su prometida por los nobles… y esa posición es la que, sin darse cuenta, Idir va a ir rechazando. Es importante señalar que el protagonista no es un noble, ni un guerrero, como se nos tiene acostumbrado en las novelas históricas al uso. Cercano al Gabriel Araceli de Galdós, Idir es un joven del pueblo, un siervo y su evolución no lo lleva al desclasamiento, la ascensión social. Lo lleva al rechazo inconsciente de la sociedad en la que vive, a construir otro mundo, su mundo…
Pero el autor huye del maniqueísmo de separar en buenos y malos a sus personajes según la posición social que ocupen. Hay nobles positivos y negativos, como hay siervos positivos y negativos, pues el mundo, además de las posiciones de clase está determinado por la avaricia, la codicia la envidia, la caridad, el amor. Los sentimientos también son parte de la acción, y su evolución contribuye junto con las acciones al cambio de la personalidad de Idir, al trayecto que lo convierte en sujeto. No sólo empieza a comprender su mundo, sino que empieza a transformar la parcela del mundo que le ha tocado. Y en la última línea se avisa de que no sólo será esa parcela la transformada sino la isla entera.
Paralelamente se nos cuenta como los sentimientos pueden llegar a trascender la diferencia cultural de forma que Tenauanat abandone familia y posición social en busca del amor. Es la historia de Malinche adelantada. Es la confirmación de que el tiempo de los cambios ya ha empezado. Así como Idir niega el destino de siervo, Tenauanat rechaza el suyo de princesa. Pero al contrario que el siervo, la princesa no se desclasa, pasa de una cultura a otra pero se mantiene en la clase alta de la nueva cultura. Este proceso, el matrimonio de cristianos con mujeres aborígenes nobles, fue parte del proceso de la conquista.
Estamos ante una reconstrucción dinámica del mundo de los aborígenes. Y esto la hace más viva, más vívida, como si hubiésemos vuelto a esos tiempos pasados. La descripción de la vida cotidiana de los antiguos canarios, de su alimentación y costumbres no se hace desde el punto estático del antropólogo, sino desde la visión dinámica del novelista, utilizándola no sólo para contextualizar la acción sino haciéndola partícipe, y con ello a nosotros, de esa misma acción. El uso de un rico vocabulario aborigen contribuye a dotar a la novela de la verosimilitud exigida a toda obra que se pretende histórica. La misma descripción de los paisajes de la isla recuerda aquella de los frailes mallorquines que en su momento contaron que Gran Canaria era una selva impenetrable. Fue Balzac en su crítica de La Cartuja de Parma quién fijó los principios del nuevo género por entonces de la novela histórica: extensa descripción de las costumbres y circunstancias que rodean lo acontecimientos, carácter dinámico de la acción, papel importante del diálogo. Domínguez cumple con todos estos requisitos, destacando en el uso del diálogo. Un ejemplo del dominio que tiene de las técnicas es el caso ya señalado de los amores de Tenauanat, una princesa no puede amar como un pastor. Lo contrario sería un cuento de hadas. Con esta novela Juan Carlos Domínguez se reafirma como un narrador que además de tener oficio es brillante en la construcción de su mundo narrativo.