Un libro rescata para la historia la figura de Juan del Hoyo, uno de los corsarios canarios más importantes del XVIII

Álvaro Morales

11 de junio de 2024 18:51 h

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Si Amaro Pargo, el célebre corsario lagunero (1778-1744), merece mucha más atención histórica y, sobre todo, relieve cinematográfico y sociocultural en España o, al menos, en Canarias, no le va a la zaga otro de los corsarios isleños más importantes del siglo XVIII en el país, con la diferencia de que Juan del Hoyo apenas ha sido tratado por los investigadores.

Para acabar con este injusto vacío, los historiadores Manuel de Paz Sánchez (catedrático de Historia de América de la Universidad de La Laguna), Daniel García Pulido y Alejandro Martín Bolaños han aprovechado el volumen 15 de Documentos de una vida, la serie sobre la figura de Amaro Pargo que llevan años publicando bajo el sello de Ediciones Idea, para rescatar las aventuras, andanzas y trayectoria vital de Juan del Hoyo a través de su gran relación. Tanto que, de hecho, y en tributo a Plutarco, recurren al famoso título del autor griego (40-120 DC) Vidas Paralelas (respecto a Del Hoyo y otros personajes) para acompañar el resto del encabezamiento de este nuevo número, que salió a la venta el pasado viernes.

En declaraciones a Canarias Ahora, Manuel de Paz presenta a Juan del Hoyo como uno de los corsarios más relevantes de España del siglo XVIII en el Nuevo Mundo precisamente junto a Amaro Pargo y lamenta que casi no se conozca, que no se haya estudiado su trayectoria e influencia en El Caribe (el volumen 4 de esta serie incluye más referencias) y que no le consten cuadros o pinturas con su rostro (aunque, en su momento, estaba por muchos sitios del Caribe, sobre todo en Jamaica, por el temor que desataba entre los ingleses). Y no solo en su papel de corsario, sino de capitán y gobernador de Santiago de Cuba en diversas temporadas (en 1718 y 1728, por ejemplo). Además, vivía con su familia en una casa de La Habana a la que iba con frecuencia y se hospedaba Amaro Pargo en sus constantes viajes al Caribe y Canarias por los que, comerciando o ejerciendo de corsario, acumuló una fortuna enorme que, eso sí, invirtió en buena parte en la compra de inmuebles (hasta 42 en Tenerife). La familia directa de Juan la componía su esposa, Ana Sánchez, y sus hijos, Juan Manuel, Ana Jacinta, Gaspar, Mencía Tomasa y Cristóbal.

Muere encarcelado en Madrid

“A Juan del Hoyo no se le ha hecho justicia –sentencia De Paz-. Encima, murió en Madrid en 1739 tras ser encarcelado (había huido a Puerto del Príncipe) por apoderarse de un barco como corsario y quedarse una parte, que era lo propio. Tenemos dos de los más importantes corsarios del imperio español en el siglo XVIII y, si esto fuera Estados Unidos, ya hubiesen hecho varias películas sobre ellos”, asegura.

Aunque a Juan del Hoyo casi no se le conoce (ni siquiera existe una referencia en la siempre recurrente Wikipedia), sus apellidos completos (Del Hoyo Solórzano y Sotomayor) sí suenan más y llevan a su hermano Cristóbal, marqués de San Andrés y vizconde de Buen Paso (la familia siempre tuvo mucho arraigo y fama de ilustre en las Islas y en el Nuevo Mundo). Cristóbal fue también escritor y en algunas de sus obras alude precisamente a su hermano en su faceta de corsario y aventurero.

Juan del Hoyo nació en Santa Cruz de La Palma en el 27 de febrero de 1681. Era, por tanto, solo tres años más joven que Amaro Pargo y, pese a la relevancia de su familia, en esta nueva obra queda claro que su existencia fue “difícil”. Es más, se indica que, al igual que su hermano, era experto en fugas y en “complicarse la vida”.

Los autores de este volumen usan, entre otras referencias históricas, el Catálogo de los fondos cubanos del Archivo General de Indias y obras o alusiones de Antonio Muro Orejón, José Llavador Mira, Fernando Muro Romero o Jacobo de Pezuela, entre otros. Según se recalca en la introducción, Juan era de carácter “recio”, suscitó muchas envidias y entre sus logros como corso destaca la aprehensión, cerca de La Habana, de un barco inglés en 1720 del que era “caudillo Juan Carpintar”. Este “pirata” fue presentado en la Breve historia de Juan de Lezo como “uno de los satélites de Jennings, y puesto fuera de la ley como estaba, expió los delitos en el patíbulo”.

La fama de Juan entre los ingleses fue tal, que se llegó a ofrecer 500 doblones de recompensa por su persona y se enviaron diversas embarcaciones en su busca y captura por los graves daños que había causado.

En la obra, asimismo, se detienen en algunas de sus fugas y en su gestión como gobernador, que “le costó un procesamiento y la orden de ser conducido preso a la Península desde La Habana, según disposición regia de 1730” (se reproduce el documento). Seis años después, en agosto de 1736, el Consejo de Indias “hizo presente al monarca (Felipe V) lo ocurrido con la prisión del biografiado, su traslado a Cádiz y otras medidas relacionadas con su conducción a la cárcel de la Corte, a lo que se avino el Gobierno. En agosto de 1738, se solicitó su puesta en libertad y, al año siguiente, la Sala de Justicia del Consejo de Indias insistió”.

Su muerte en 1739 no fue solo una injusticia clara, para Manuel De Paz, sino que esto se ha agravado con su “otra muerte” por silencio histórico. Un olvido que, entre otras cosas, ha hecho que historiadores como Pezuela (siglo XIX) cometiera errores como presentarlo como montañés (del Norte de España, de Cantabria), cuando está muy clara (y así lo recalcan en este volumen) no solo su procedencia canaria, sino su vuelta a las Islas con pasajes como este: “(…) se le concedió licencia, el 24 de octubre de 1725, a fin de que por término de dos años, pasase a las Islas de Canaria, su Patria, y pusiese en cobro su hacienda”

Sin duda, una figura más que, como la de Amaro Pargo y tantas otras, bien haría Canarias y España en realzar como merecen y no limitarse a seguir esperando nuevas entregas de Piratas del Caribe y similares.