Sin duda alguna, el espacio literario que ha conquistado y ganado Santiago Gil durante las últimas dos décadas, hacen de él una imprescindible referencia en el panorama de nuestras letras recientes. Es un autor activo en distintos frentes, la prensa, las redes sociales y el libro, tanto impreso como electrónico. Su compromiso social y su crónica deportiva signan el nuevo periodismo de Gran Canaria. Sus viñetas literarias -instantáneas del devenir urbano y existencial- aparecen regularmente en Facebook, y su ritmo de publicaciones, es asombroso. Gil ha llegado a una madurez expresiva y estilística en la escritura, y a la delimitación de un universo realista y psicológico, en tiempo récord. Su última novela, 2, es el ejemplo de estas dinámicas escriturales y analíticas, que confluyen en una forma aparentemente sencilla y directa del arte narrativo, aunque quizás, no tanto.
Lo más interesante, y en mi opinión, trascendente, de la escritura de Santiago Gil, no es la emocionalidad transparente y el efecto relámpago de su descarnada narración existencial, que nos engancha a la primera. No creo que él, como autor, deba renunciar a este don de la síntesis y la sencillez (que jamás, es tal), pues se trata de un instrumento poderoso de narración que muy pocos tienen (yo, desde luego, no lo tengo). Antes de perfilar el drama, o la tragedia, de proporciones casi clásicas de esta obra, aunque servida en imágenes rigurosamente pos-modernas que se suceden en una sinfónica, y también, enigmática fragmentación, me parece esclarecedor meditar un poco sobre la forma y la estructura subyacentes en 2.
La novela se articula, fluida y silenciosamente, en una ilación de fragmentos, casi siempre lineales, en cuanto hacen avanzar el relato cronológico de sus tramas. Los fragmentos, pueden ser leídos, casi, independientemente, unos de otros. Si el autor, así se lo ha propuesto, muy bien; en el caso contrario, que sepa que tiene fértiles y futuras opciones. La estructura frágil y líquida del fragmento, no impide, el desarrollo pleno de las situaciones, y la interrelación de los personajes y sus inverosímiles combinaciones. Existe, no obstante, una voz narradora principal, la de una hermana gemela, que sobrevive al “holocausto” de su trágica vida familiar, y que oímos desde la primera línea. Uno de los logros iniciales de este relato, es que no sabemos cuál de las dos gemelas nos está contando la historia, si la viva, o la muerta. Y, al final, toda la novela es una trágica misiva dialéctica dirigida al otro yo desaparecido, cuya ausencia liminal y determinante, será remplazada al fin por una vida nueva. Este es el sentido simbólico de esa voz, que habla de profundis, como la de Óscar Wilde, a su destructivo y fatal amante, Lord Alfred Douglas.
Los personajes, envueltos en triángulos de “banal” y cotidiana autodestrucción, con la consiguiente devastación del tejido familiar, son sorprendentemente esquemáticos. Actúan y sufren de una manera descarnada, proporcional a su falta de detalle e individuación. Son, a la vez, criaturas que sufren mucho, y criaturas que se desdibujan, o que están desdibujadas a priori. Soledades y dramas desesperados que se encadenan y se repiten. Y, no estamos ante una tipología excepcional, o, distinta, en la literatura del autor. Sus personajes existen y subsisten así. En un esquematismo que no perturba la velocidad de los hechos y las imágenes. Creo que es un sacrificio, una limitación, consciente.
La protagonista, se deja, con su hermana gemela, morir de hambre, tras hallar en la quimera de la delgadez, soportando el horror de la anorexia y la bulimia, la salvación de la belleza. La belleza anatómica y canónica, la misma que nos persigue desde las clínicas dermo-estéticas, deviene un personaje más, una suerte de oscura alegoría de la muerte por la imagen. Matará a una de las gemelas, para quien se escribe esta historia, casi acabará con la otra, y afectará a la hija (adoptada y no biológica) que finalmente adoptará la superviviente. La anorexia, la autodestrucción por hambre, el recurso extremo de la angustia e la impotencia, no parece tener cura, ni paliativos. No los tiene, porque es un síntoma de la descomposición radical de una sociedad, por otra parte, avanzadísima y maravillosa (la nuestra). La anorexia es el resultado de la infidelidad amorosa y el adulterio, del desamor y del egoísmo, de la falta de sacrificio, de proyecto, de valores, de fe…, en suma, del alma.
Los personajes, maridos, esposas, amantes, hijas, padecen dolencias muy parecidas. Hombres y mujeres buscan una satisfacción, ciega y terminal, en el sexo, sea éste hetero, o sorpresivamente, homosexual. No hay sexo con amor en 2, solo su aterradora ausencia; no hay familia fuerte y unida; no hay otras esperanzas provenientes de la ilusión. Andrei Platonov, buscaba con ahínco en sus novelas, el alma de Rusia, en la convulsa Rusia de los Soviets. Santiago Gil traza y perfila con maestría, la ausencia del alma en la Europa pos-industrial, da igual que estemos en unas islas problemáticamente periféricas. La muerte de la familia, los contratos basura, la crisis de los valores, la desaparición de la inocencia, el abandono del amor, son lo mismo aquí que allá, en el continente que nos une y nos programa. Encontraremos momentos de ternura y compasión, pequeños gestos de esperanza en los otros, y magnanimidad, que débilmente iluminan este lienzo oscuro. La protagonista es una superviviente, capaz de sentir empatía. Una nueva víctima de los campos del hambre (teniéndolo todo resuelto en el plano económico) que ha podido razonar el futuro y su necesidad.
Debemos, aun así, ir más lejos. No basta únicamente con describir el mal. Hay que intentar hacer algo para curarlo. Espero que Santiago Gil emprenda este camino. En realidad, es nuestro único camino, y 2 es un inquietante aviso que surge de lo que ya está aquí, entre nosotros.