Soy profano en la materia del silbo, como en tantas otras muy específicas de la cultura canaria. De hecho no sé ni siquiera silbar, con el proyecto postergado de iniciar un curso dentro de la gaveta de los proyectos pendientes. Sin embargo, como canario y defensor de los elementos identitarios que definen nuestro país, compartí la alegría del alumbramiento del documental El lenguaje silbado en la isla de Gran Canaria.
El miércoles en el Paraninfo de la ULPGC pudimos ver una pieza muy bien construida. Las imágenes son evocadoras pero, ante todo, observamos un estupendo trabajo de campo. Consta de horas de entrevistas a antiguos (¿o actuales?) silbadores de las partes más abruptas de la isla de Gran Canaria, como la cumbre (Tejeda y Artenara), La Aldea o Tasarte. La cuestión del terreno no es casual, de hecho, el silbo es el sonido más fuerte que el ser humano puede hacer con su cuerpo sin ayuda externa y eso en territorios geológicamente accidentados es un recurso necesario para la comunicación.
Uno de los entrevistados argumentaba que antes no habían teléfonos móviles y esta era la vía para compartir información de punta a punta de un risco. El desuso del silbo en islas como Gran Canaria tiene que ver con la falta de utilidad ante el cambio económico y la emigración de las cumbres y medianías a costas y ciudades. Como tantas otras prácticas relacionadas con el mundo rural, la falta de utilidad dejó en salmuera el silbo en la isla, pero los testimonios revelan una práctica ancestral que se debió mantener, según el director del documental e investigador, David Díaz Reyes, hasta hace en torno a 60 o 70 años, justo con el cambio de modelo económico.
Aunque es un producto audiovisual de rescate de una práctica tradicional en peligro de extinción, tiene una visión de futuro claramente marcada. En primer lugar porque, como afirmó el presidente de la Asociación Yo Silbo, Rubén Jiménez, “el silbo empieza a coger color, ya nos es una foto en blanco y negro”. Una parte importante de la culpa de esta puesta en valor del silbo la tiene la asociación que preside, Yo Silbo. Por su rigurosidad, por su labor investigadora y por su cintura para regatear situaciones polémicas, mientras se centraban en construir y divulgar.
En segundo lugar, porque la investigación que desembocó en este reportaje de 45 minutos, marca un antes y un después en la concepción del silbo en Canarias. Aquí me quiero detener en la figura de David Díaz Reyes. Díaz primero demostró que en El Hierro se practicó silbo. Ahora lo consigue en Gran Canaria. Hará lo propio, presumo, con Tenerife y con alguna isla más. No ha sido fácil, la cuestión insular en Canarias es muy fuerte. El lagarto gigante es de El Hierro, pero hay otro en Gran Canaria y no tiene por qué descender del herreño. A buen entendedor, pocas palabras bastan. David Díaz Reyes tiene desde ya un puesto de honor entre los investigadores que dan valor a nuestra cultura e identidad. Imprescindible será reconocerlo más pronto que tarde.
En tercer lugar, porque piezas como esta permiten luchar contra el “alzheimer cultural” en Canarias, como así definió la directora general de Patrimonio Histórico del Gobierno de Canarias, Nona Perera. La historia de Canarias es un elemento muy delicado, que hay que tratar con sumo cuidado y con el máximo de los respetos. Tengan en cuenta que aquí se vivió un proceso traumático de Conquista, que reconfiguró la sociedad. Más allá del etnocidio, las poblaciones originarias se tuvieron que readaptar a la nueva sociedad. El poder se preocupó por instalar la imagen que le interesaba de la época anterior. Es hora de recuperar la memoria. Y la única forma es recuperándola con rigor, para vencer el olvido que demandó una emocionada Perera.
En cuarto lugar, porque el Paraninfo de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria nunca había estado tan lleno para un acto externo a la institución universitaria. Así lo trasladó el rector, Lluís Serra Majem. Gente de todas las edades, pero sobre todo, gente joven interesada en el silbo. Toda esa gente fue testigo de que ya se empieza a hablar de silbo canario, como así lo denominó el Catedrático Maximiano Trapero. El silbo gomero es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad y orgullo del pueblo canario. En La Gomera es donde mejor se mantiene y referente mundial. Pero se silba en muchos sitios del mundo; el Atlas marroquí, Francia o Grecia. Si eso es así, ¿cómo es posible que en Canarias todo lo que tenga que ver con el silbo tenga que proceder necesariamente de La Gomera? Las investigaciones demuestran otra cosa, aunque el silbo herreño todavía no sea Bien de Interés Cultural en Canarias…
Como digo al principio, soy un simple periodista que analizo lo que veo, sin más pretensiones que denunciar las tropelías y enaltecer las iniciativas que se lo merecen. Sin embargo, lo que sí tengo claro es que ya el silbo está instalado entre los elementos identitarios pancanarios en una parte importante del imaginario social. Esa vergüenza del mago o maúro que no silbaba para no identificarse con esa parte de nuestra realidad rural, ya no existe. Me remito a la juventud que pobló los asientos del Paraninfo, qué escenario tan simbólico para un nacimiento tan necesario. La Asociación Yo Silbo, David Díaz Reyes o Rubén Jiménez tienen buena culpa de que el silbo llene una pantalla a color, dejando atrás las telarañas de historias olvidadas.