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Crítica literatia

El Periplo de Salvador Sánchez: la irreductible traza de su trayecto existencial por la poesía

En la época de ocaso imperial, de declive del Occidente tardío, en la que los holocaustos ya no se esconden en Auschwitz o Mauthausen, sino que se televisan en directo para indiferencia general, y en la que leer es algo que solo se hace a ráfagas de pantallas luminosas, hablar de poesía -no digamos escribirla- es un gesto de rebeldía, de desafección o de fuego.  

Sin embargo, pese a todo, la poesía resiste. En la sombra, en los márgenes, en los versos de los que resisten como guerreros olvidados, nunca victoriosos pero jamás vencidos.

Entre esos irreductibles trazadores de versos, entre esos muyahidines de la poesía, hay que resaltar como buque insignia a Salvador Sánchez, Borito, cuya trayectoria existencial solo se puede calificar como la de luchador. 

Y no solo porque fue una leyenda de nuestro deporte ancestral, con mañas espectaculares, sino por toda una vida de combate en todos los frentes. Desde la defensa y divulgación de la Lucha Canaria y, en general, de casi todos los elementos culturales que nos han hecho, al combate por la libertad -la verdadera- cuando pocos lo hacían y el hacerlo podía costarte la vida.

Viene a nosotros ahora un nuevo poemario de Salvador Sánchez, un libro que no se puede uno perder, y que tiene por título Periplo. Sin duda, si alguien tiene el derecho de hablar de periplos, ese es Borito. Y de hacerlo en versos con ritmo, con sentido, con belleza contenida. Siempre de una mirada clara tanto al pasado como, sobre todo, a esa patria irredenta en la que habita su poesía: el futuro. 

Así escribe: 

[…] / Estamos obligados / a buscar mundo / diferente, / vencedor de pertinaces / mentiras, / arraigadas, defendidas, / difundidas falazmente. / Me decanto, pronuncio, / sublevo, sin remedio, / sin violencia: / la paz estandarte / invencible / prepara aurora / alternativa, cada día, / a lo largo-ancho / del globo maltratado / […].

Periplo transcurre como un río, trazando retratos de artistas, tanto canarios como internacionales, pero también aflorando la visión -y a veces el dolor- de un intelectual que nunca abandona la esperanza o la alegría. Un río vital que hace aflorar, el material del que estamos hechos o el paisaje de lo viajado. 

Pero, a la vez, estamos ante un libro con un espíritu, digamos, muy zen, en el que no hay un verso o una metáfora de más. Como una ligera arquitectura, cada palabra está medida, ajustada, en su sitio, engarzada en un ritmo a la vez preciso y sereno que, como en una renovada alquimia, transmuta el alma en tinta. 

No se lo pierdan. Lo disfrutarán.

Y una última consideración por mi parte. En torno a Salvador Sánchez, a pesar de su reconocimiento popular, se conjura en nuestro mundo cultural -o político cultural- un espeso silencio al que históricamente se ha condenado a nuestros mejores autores. Roto, eso sí, por reconocimientos internacionales, a los que aquí se presta nula atención. 

Parece que a la cultureta oficial le viene mal que los constructores de nuestra identidad pervivan en nosotros, en nuestras escuelas, en nuestro espíritu devenido en servidumbre y camareros.

Lo proclamaba Vladimir Maiakovski: 

Queridos camaradas venideros: / cuando hurguen / la mierda petrificada de hoy, / cuando estudien / las tinieblas de nuestros días, / ustedes, tal vez / pregunten también por mí.  

Si como explicaba Newton, sus aportaciones científicas fueron posibles porque estaba subido a hombros de gigantes, nosotros bien podemos decir que la poesía canaria, y toda nuestra cultura, pervivirá en la medida que camine a hombros de gigantes como Salvador Sánchez.