Román Delgado es un creador incombustible. Ejemplar en su entrega a las letras, de las que no discrimina sus incontables usos. Periodista y escritor, escritor y periodista, se empeña en poner frente a sus lectores la sinceridad y el trasfondo desde los primeros renglones.
Su última obra, Historias de intramuros, publicada por Bara Bara, aúna su vertiente periodística y literaria, y se puede decir que acoge en ella lo mejor que es capaz de hacer con ambas cualidades.
Aunque en su último libro Delgado se adentra en la ficción, poniendo en práctica un ejercicio puro de hiperrealismo y observación, a lo largo de su dilatada experiencia como comunicador ha sabido moldear y crear textos con los que ha acercado muchos aspectos de la compleja actualidad política y económica de Canarias.
Confinado en un undécimo piso de un edificio del santacrucero barrio de Duggi, Román Delgado combatió, como todos, el tedio del encierro forzoso, aunque desarrollando en once entregas, vividas o recreadas dentro de algunos de esos 14 días en los que vimos pasar la vida desde ventanas y balcones, las experiencias observadas desde lo alto o a pie de calle en tiempos tan confusos.
El autor realejero (nacido y criado en el barrio de La Montaña) de Historias de intramuros transformó su domicilio actual, ese espacio de encierro casi obligado, en atalaya desde la que retenía diferentes vertientes de la ciudad, abarcando sus dominios en El Monturrio (como también se conoce al barrio de Duggi) a fuerza de letras con las que fue incorporando a personas y circunstancias reales o no...
Su atenta mirada ha dado como fruto un relato, crónica o serie con un alto contenido de ficción y realidad en la que, por la cadencia de la pandemia mucha veces imaginada, resulta inevitable no desear que pasen los días en la narración, para seguir descubriendo lo que ocurre a cada personaje y además conocer a los nuevos; para no perder las historias o los ingenios cotidianos con los que sortear las restricciones, de los que tan buena cuenta se ha dado en este trabajo literario.
En marzo pasado, el universo se redujo a varias manzanas de Duggi, un barrio que perdió en los 14 días del primer confinamiento su ruido tradicional y el frenesí de su gente. Es el escenario en el que Román Delgado sitúa a sus personajes y a sí mismo, acaparado por el teletrabajo y por su obsesión en la evolución de los protagonistas del relato.
Cada jornada transcurre entre miradas cruzadas, perros, compras compulsivas y recursos con los que esquivar las normas impuestas; en poner rostro o procedencia a quien cada jornada a bordo de una excavadora marca el compás de la rutina, o bien en dibujar los rostros anónimos de las personas sin hogar en las cuevas del cauce del barranco de Santos.
Son solo algunas de las licencias literarias que se pueden descubrir con la lectura de Historias de intramuros, una obra que está a disposición del lector en El Libro en Blanco, en Santa Cruz de Tenerife, y en Librería El Águila, en La Laguna. También se puede adquirir a través de la plataforma: www.todostuslibros.com.
¿Qué es Historias de intramuros?
Esta obra se puede decir que es mitad periodística, mitad literaria. Esto, dicho según parámetros más académicos. O quizá sea simplemente literaria. No lo sé. Sí es, junto a Creaciones urgentes, y de esto estoy seguro, el libro con mi firma que más se acerca a esa segunda condición. En su parte periodística, sin duda es una crónica realista o hiperrealista, a veces hasta microscópica, de plano muy cerrado, de esquina y baldosín; en su parte literaria, sintoniza con una crónica de ficción casi pura. Conforme la secuencia de acontecimientos avanza hacia la ficción y esta empieza a dominar el relato, lo que ocurre tras las primeras jornadas de encierro forzoso por el coronavirus, en las distintas historias aparecen caricaturas muy marcadas de personajes anónimos del barrio de Duggi, en Santa Cruz de Tenerife, que en su día llegaron a ser hasta personas normales, de carne y hueso. Esta obra es, y lo digo a modo de resumen, un relato lleno de lágrimas y sonrisas, una historia encadenada que nace en el primer confinamiento de 2020 debido a la pandemia de la covid-19, el que se decreta el 14 de marzo pasado, y luego fallece, se retira de la esfera más pública, el día en que termina esa cuarentena inicial de 14 días, de dos semanas. La combinación de teletrabajo y escritura creativa sufrió ahí un agotamiento que resultó definitivo y aconsejó poner el punto final.
¿Este libro es una obra circunstancial o pretende sentar algún tipo de reflexión o lección sobre la experiencia que aún seguimos viviendo?
Creo que sobre todo es una manera de divertirse en tiempos de tinieblas. Fue principalmente un intento personal de inyectarme alegría, de afrontar un nuevo reto en momentos de responsabilidad elevada por el desempeño profesional a tiempo completo y además cuando casi todo estaba o lo tenía en contra. Puro atrevimiento; necesidad de meterme en otro lío. Sin duda, acojo la aventura que ha significado Historias de intramuros por la necesidad que siempre tengo de hacer una literatura que yo denomino de urgencia, con hora de inicio y de final, con el reloj que avisa de la entrega obligada, sí o sí. Este libro se escribió día a día, tarde noche tras tarde noche, con cronómetro al lado, porque se decidió, y este fue el principal estímulo para su nacimiento, que antes nidificara en un medio de comunicación digital a modo de crónica diaria, en Canarias Ahora. De ese nido calentito salió para luego habitar el papel, no sin antes someter esas historias recién destetadas a un curso avanzado de madurez.
¿En qué momento y por qué decides ordenar las sensaciones que te abordaron en esos días de confinamiento?
Soy muy de barrio, y la tristeza y la soledad de Duggi en ese confinamiento inédito eran muy literarias. La situación que se empezó a dar, totalmente nueva, trasladaba en parte un morbo que sirvió para dramatizar aún con más intensidad y a la vez para caricaturizar con la compañía aledaña de la hipérbole. Los barrios me emocionan porque siempre son ricos en historias, vulgaridades y noblezas. Estas no siempre se reconocen.
En Historias de intramuros, ¿a quién has querido retratar?
Retrato la vida en un barrio metido en el centro urbano de una capital de provincia durante la amargura o el shock del primer confinamiento extremo de la población por la pandemia de la covid-19. Ahí brotan unos personajes, que son los pocos que aparecen en el campo de visión que tengo desde casa, un piso que cuelga de una gran torre. Ellos no dejan de ser un resumen o una síntesis de la vida paupérrima, por controlada y escueta, que se mantiene en solo dos manzanas de Duggi. Cuento lo que veo y también lo que transformo a toda prisa, que esto es la misma literatura, y lo hago desde dos grandes ventanales de un undécimo piso, casi siempre con tiro de cámara en picado.
Es una creación sobre la pandemia publicada durante la pandemia, superando todos los inconvenientes que jamás hemos soñado. ¿Ese empeño quizá también demuestra el carácter de esta creación?
Era algo que tenía más o menos claro. Tal y como se concibió esta final crónica de ficción, lo que ya he contado en otra respuesta de la entrevista, resultó relativamente fácil editar este libro. Los textos, cocinados jornada tras jornada, iban al nido donde se mantuvieron en versión digital hasta que decidí madurarlos y ofrecerlos con tinta sobre papel. Este proceso, que tiene mucho que ver con mi afición por la literatura de urgencia, explica a la perfección que el libro hoy exista; esto y el hecho de tener editor, Bara Bara; montador y diseñador gráfico, Juan Manuel Santos; ilustrador, Gervasio Cabrera; fotógrafo, Álex Rosa, y prologuista, Rafael-José Díaz. El ambiente propicio que hubo en casa también ayudó mucho, lo que debo atribuir a Almudena, Carlota y Teresa.
¿Hemos perdido la oportunidad de conocer mejor a quienes nos rodean durante el confinamiento?
Sí y no. En algunos casos, el encierro extremo sirvió para conocer algo más a la familia de al lado, a los que siempre nos tropezábamos en el portal del bloque habitacional… Luego, sin duda, nos ha alejado de la vida desarrollada en radios más largos. Ha habido de todo. Yo, gracias a esas dos semanas de confinamiento radical, pude destrozar a varias personas hasta convertirlas en actores y actrices de esta obra. A estas claro que las conozco mejor, pero debo decir que me las he inventado, aunque a veces no lo parezca.
Después de esta pandemia, ¿esta sociedad volverá a ser la misma?
Nada ni nadie volverán de pronto a ser como antes. No lo creo. Este coronavirus nos ha dado un buen revolcón, sobre todo a los que nos las prometíamos muy felices. Esto ha llegado para cambiarnos, nos ha cambiado y no nos devolverá a la normalidad precovid-19 en mucho tiempo. Paciencia, mucha paciencia, y a cumplir con las normas de protección ante el virus. Son dos cosas muy importantes en los tiempos que corren.
¿Cuál es tu aprendizaje de esta pandemia?
Que somos muy frágiles; somos como flanes que no se mantienen en pie ni medio segundo sobre el plato de servicio. Somos débiles, muchas veces incívicos y siempre poco preparados para estos avatares, al menos en eso que llaman mundo desarrollado. No estamos para vivir una crisis de este calado. Poco a poco, tendremos que aprenderlo, aunque dudo que lo consigamos.
Como periodista, en Historias de Intramuros reconoces en un momento estar cansado por la avalancha de información sobre la covid-19. ¿Cómo has visto a los medios durante la pandemia y hoy en día?
Como siempre ocurre, hay de todo: cosas buenas, regulares y muy malas. Me agotan y me saturan las malas, y ya no te digo los bulos. Lo peor es la avalancha de noticias sin pies ni cabeza: la basura abundante que nos llega arrastrada por el viento de lo digital y por el desmantelamiento de muchos medios tradicionales.
Has contado lo que ocurrió durante un periodo de tiempo y en un lugar concreto, desde un piso en concreto y a un grupo de personas en concreto. ¿Tendrán continuidad estas historias? ¿Ya has pensado en otra forma de describir este tiempo?
La borrasca Filomena a mí no me ha llenado de agua bendita, y es una pena. Ahora estoy sin carga energética. Creo que esa historia morirá del todo cuando ya nadie la lea. De rescatar a alguien, tengo simpatía por el hombre rural de la pica-pica. Esto lo haría solo por ver si lo puedo convertir en persona de carne y hueso y así soy capaz de llegar a la bodega que con buen vino seguro que tiene en esas medianías de La Victoria. Esta obra, y ya cierro la broma, nació con la primera narración urgente del 19 de marzo de 2020 y murió para siempre, salvo que resucite al susodicho victoriero, el 29 de ese mismo mes y año. Ya no tuve butano para cocinar nada más.