Ojalá que los años no le toquen la cabeza mientras le caigan, para que pueda seguir componiendo y deleitando con sus poesías musicadas o sus músicas poetizadas. Con Silvio Rodríguez Domínguez (San Antonio de Los Baños, 1946) nunca se tiene claro si es lo uno o lo otro y precisamente en eso radica su grandeza. Este viernes dio ante 8.000 personas el que con toda probabilidad sea su último concierto en Las Palmas de Gran Canaria, dejando en la boca de todos el sabor de su particular revolución musical en un más que generoso recital de casi tres horas.
Este viernes nos dio a todos sus fans más de una canción de madrugada, cuando más necesitábamos su luz, nos dio más de una canción y nos hizo un discurso sobre su derecho hablar, nos dio más de una canción con sus dos manos (con las mismas de matar), nos dio más de una canción que decían Patria y siguió hablando para nosotros, nos dio canciones como disparos, como libros, como guerrillas, pero sobre todo, como el amor, breves, intensas, complejas en su sencillez e inmortales como ese gran sentimiento.
Un lugar predilecto, el Auditorio de Telde, con una magnífica noche en la que en el cielo tiritaban las pocas estrellas que la contaminación lumínica libera de sus fosforescentes fauces, un atrezzo comedido, un público entregado desde el primer sonido de cuerdas, unos músicos de altura y un Silvio envejecido, con la voz algo más rota y frágil, pero enorme.
En sus entrevistas previas avisó de que sería generoso con su repertorio más conocido y no defraudó. Pero como el músico inquieto y poco complaciente que es, las hizo sonar envueltas en guitarras, percusiones, tres cubano, bajo y vientos, para la sorpresa de un público acostumbrado a escucharlas desnudas.
Y a su favor hay que decir que esta vestimenta funcionó en la mayoría de los casos, como en su colosal Quién fuera -interrumpida por un espontaneo que logró burlar a los efectivos de seguridad- y hacía aguas en otras como Óleo de mujer con sombrero, tocada a una velocidad que le quitaba toda la intensidad dramática de la canción.
Tan sólo se permitió tocar Unicornio solo a la guitarra tras la primera pausa y Te doy una canción y el Playa Girón en los bises ante el regocijo general de los asistentes que llevaban pidiendo estas canciones durante todo el concierto. Sin embargo, lejos de desentonar, las orquestaciones en temas como La Maza, El Escaramujo, Gaviota o Canción del Elegido daban una nueva entidad a los temas, los renovaba y los hacía sonar frescos a pesar de los años.
También, como no, hubo tiempo para recordar a Noel Nicola, al que homenajea en su último trabajo, tocando canciones como Es más, te perdono. Antes de empezar a tocar Mariposas, de uno de sus últimos trabajos de mismo título, aseguró que era una de las canciones que más le habían pedido para confeccionar el repertorio (el cancionero elegido parte de peticiones de fans) y cuando el público le gritó Ojalá, aseguró: “No, Ojalá no la pidió casi nadie”, despertando la carcajada general.
Por supuesto que fue una de las más pedidas y durante el concierto, donde no faltó, fue una de las más ovacionadas, con todo el mundo de pie, incluido Silvio, que apenas tocó la guitarra, dejando la instrumentación para el Trío Trovarroco, de Santa Clara, el percusionista Óliver Valdés y su compañera sentimental y flautista, Niurka González.
Hablar de Silvio es hablar inevitablemente de política, que tampoco faltó. Recitó de memoria el comunicado que el actor Danny Glover realizó a favor de los cinco cubanos detenidos por los Estados Unidos por presuntas actividades terroristas, lo que le ganó el aplauso del público. Un público que paradójicamente ha interiorizado su ideal revolucionario en las acomodadas democracias occidentales.
Casi tres horas pues de un hombre que llega ya al final de su viaje, tras más de 20 discos poblados de poesía y guitarras, que hicieron que me sintiera feliz, un hombre feliz, y espero que me perdonen por este día, los que no pudieron asistir, porque, probablemente, el pasado viernes 9 de noviembre pudo ser su última oportunidad.