ANÁLISIS. CINE

'La sociedad de la nieve', una película que, sobre todo, habla de vida

Gara Santana

9 de enero de 2024 20:35 h

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Juan Antonio Bayona ha vuelto a hacer lo imposible, y no estoy hablando tanto de una buena película, que lo es, o de un buen guion, que lo tiene, sino que ha hecho de una historia real cuya trama está plagada de tragedia y muerte, un mensaje de vida, esperanza y confianza en la amistad ante situaciones adversas.

Quizá estas fueran las claves de la supervivencia de 16 personas durante 72 días a la intemperie en Los Andes, una historia que conmocionó al mundo entero durante el siglo pasado y que abrió eternos debates éticos sobre hasta dónde se puede llegar para salvar la vida.

El 13 de octubre de 1972 un avión que hacía la ruta desde Montevideo a Santiago de Chile impactó contra la cordillera de Los Andes. Entre los miembros del pasaje se encontraban 19 integrantes del equipo de rugby uruguayo Old Christians Club, veinte de sus familiares y amigos, cinco miembros de la tripulación y una pasajera más que no tenía que ver con la expedición deportiva. De entre todos, solo sobrevivieron, los 72 días que tardó en llegar el rescate, 16 hombres y lo hicieron tomando la difícil decisión de alimentarse de los cadáveres de sus familiares y compañeros fallecidos.

Cuando la realidad te presenta una historia así, es difícil no captar el interés del espectador, pero sí es difícil que el espectador se lleve algo bueno de entre tanto horror real. Se han hecho películas basadas en este suceso como Viven (1993) y se han escrito varios libros sobre esta historia, la cinta de la que hablamos se basa en La sociedad de la nieve de Pablo Vierci, compañero de colegio de los supervivientes y que logró que los 16 contaran cómo fueron los 72 días en la montaña en que el mundo les dio por muertos. Precisamente de esa sensación, la de sentirse muertos y convivir con cadáveres como, dicho por ellos mismos, “en una lista de espera”, hizo que se denominaran a sí mismos La sociedad de la nieve, como antagonismo a la sociedad que dejaron atrás y en la que estaba todo el mundo que no luchara por sobrevivir.

Cuando la vida queda al descubierto, desnuda, sin los aprendizajes que no sirven para sobrevivir en la nada y lo cotidiano es una estrecha relación con la muerte, lo superfluo queda fuera, lo accesorio es un peso que hay que aligerar para dejar hueco a la escurridiza esperanza. Lo que pasaron en Los Andes los supervivientes del accidente aéreo de 1972 solo lo saben ellos, hasta el punto de que uno de ellos, ha emitido declaraciones tras la película de Bayona tildándola de “versión ligth” de lo que allí se padeció. Pero ha hecho algo muy importante el director en esta cinta: que al terminar de verla uno no piense en la muerte, ni en la antropofagia, ni en los accidentes, sino en la vida, en lo importante, en lo qué te llevarías a tu nueva vida después de darle al reset, después de chocar “con tu propia cordillera”. Y sobre todo, y que por obvio no se olvide, es una historia de amistad.

Uno de los supervivientes, Gustavo Zerbino, aseguró a los medios de comunicación que espera que el “mensaje potente” que brinda la película le sirva a un mundo que está atravesando momentos de “arrogancia, soberbia y guerras” que “no conducen a nada”.

Hay tragedias de las que no se aprende nada, que nunca debieron suceder y suceden. Pero es posible que estos 16 hombres hayan recogido un mensaje de la montaña y lo quieran recordar al mundo entero y que Bayona haya sabido descifrar el idioma con el que recibir el mensaje y transmitirlo en estos tiempos.