Cuando terminaba el rodaje de Lo imposible, Juan Antonio Bayona ya tenía claro que la historia de los supervivientes de la tragedia de los Andes, donde un equipo de rugby se estrelló en 1972 y aguantó bajo la nieve alimentándose de los cuerpos de sus compañeros muertos, merecía ser contada de nuevo. Ya había sido material para un éxito como ¡Viven! (Frank Marshall, 1993), pero Bayona pensaba que podía aportar algo nuevo. Una imagen menos hollywoodiense, sin estrellas, sin centrarse en el morbo y, sobre todo, hablada en español, el idioma de aquellos jóvenes.
Bayona compró los derechos de La sociedad de la nieve, el libro escrito por Paolo Vierci, amigo de las víctimas que regresaron de aquel infierno y el que más se acercaba a la experiencia real que vivieron. El director convirtió la idea de hacer aquella película en algo parecido a una obsesión, y desde entonces ha buscado una financiación casi imposible para un filme rodado en español (se cifra en más de 60 millones de euros). Ha sido Netflix quien le ha permitido las condiciones de una producción titánica. Un rodaje extremo -y larguísimo- en la nieve cuyo resultado es una de las películas más espectaculares del cine español, con escenas -especialmente el accidente y la avalancha- que tardan en irse del recuerdo.
La obsesión de Bayona no era solo cinematográfica. Tenía claro que no podía fallar a los supervivientes. Se reunió con ellos. Les entrevistó una y otra vez. A ellos, a sus familias. Les escuchó, tomó nota y se puso como norma ser fiel a su historia. El resultado ya ha logrado algo casi imposible para el cine español, clausurar el Festival de Venecia; pero también ha conseguido algo que para él es incluso más importante, poner de acuerdo a todos los que sufrieron aquel accidente.
Alguno de ellos tiene incluso un papel en La sociedad de la nieve. Es el caso de Carlos ‘Carlitos’ Páez, al que Bayona le regala un momento metacinematográfico y emotivo. En la vida real fue el padre de Páez quien leyó por la radio la lista de los supervivientes. En ella estaba el de su hijo. En la película, es él quien da vida a su padre y lee su propio nombre. Desde Venecia recuerda que cuando el director le ofreció esta escena le dijo que tenía que pensarlo. “Antes de aceptar tuve que hablar con mi psicólogo; y Jota -como todo el mundo llama a Bayona- me decía, ‘Carlitos, esto es muy sanador’. ¡Él, manipulándome!”, dice entre risas. Su psicólogo dio la razón a Bayona, y la escena se pudo hacer.
Para Carlitos Páez ese momento fue tan emocionante como confuso. Tuvo que bajar de peso, teñirse el pelo de negro y actuar por primera vez. “No me acuerdo bien, creo que se me ha borrado de la cabeza porque es que yo era partícipe de esa historia. No sabía si era mi padre, era mi hijo… tenía una confusión entera”, explica. Su padre fue “el único familiar que mantuvo la esperanza de encontrar a alguien con vida y le tocó decir la lista”.
Cuando vino la avalancha el más insultado fue Dios. Pero claro, yo no insulto a quien no existe
Es Páez quien confirma que Bayona ha logrado lo imposible, ponerles de acuerdo en torno a la película. “No lo ha logrado nadie, que el grupo de 16 supervivientes estemos todos de acuerdo. Eso es imposible, nunca estuvimos de acuerdo en nada. Hay 26 libros, tres películas… pero Jota lo logró. Y no solamente eso, sino que logró que estuvieran de acuerdo los familiares de los que murieron. El otro día en el pase en Montevideo -Bayona quiso que ellos fueran los primeros en ver el montaje definitivo del filme- fue de las cosas más emotivas que he vivido”, cuenta.
50 años después, los supervivientes siguen en contacto. “Mis hijos son amigos de los hijos del resto. Cada 22 de diciembre, el día que nos rescataron, nos juntamos todos; y el 13 de octubre, que fue el día del accidente, hay una misa. Siempre estamos en contacto. Con algunos más y con algunos menos. No somos, como dijeron en aquel momento, 16 apóstoles predicadores de la fe, eso es absurdo. Somos 16 personas normales; y de alguno eres más amigo y de otros menos”, zanja.
La fe es uno de los temas que se tratan en La sociedad de la nieve. ¿Se puede mantener en una situación en donde ves a los compañeros morir y donde hay que alimentarse de su cuerpo? Aquellos chavales, de colegio religioso, pasaron “por todos los estados posibles”. “Cuando vino la avalancha el más insultado fue Dios. Después de la putada del accidente, de que habíamos tomado la decisión de alimentarnos de nuestros compañeros muertos, de que venga una avalancha, era como que Dios nos daba la espalda. Pero claro, yo no insulto a quien no existe. Eso fue lo que contesté. Dios estaba como presente, pero hay una frase mía que digo en la cordillera, y es que solamente rezando no se sale”, dice Carlitos Páez que rechaza aquella expresión de ‘El milagro de los Andes’ que les pusieron. “Milagro hubiera sido que hubiéramos aparecido vivos los 45. Eso hubiera sido un milagro”.
Cuando vio el realismo con el que Bayona ha plasmado escenas como al accidente o la avalancha solo le salió una expresión: “¡Sos un hijo de puta!”. “Uno tiende en la vida a minimizar las historias. Yo cuento esta historia, doy conferencias hablando de ella y no la voy a cambiar, pero uno tiende a minimizarla y Jota te lleva la realidad. Y esto es la realidad”. Una realidad que no tenía ¡Viven!, el filme de Frank Marshall que se convirtió en un éxito en los 90 pero que, como Páez explica con mucho respeto, “era muy Hollywood”. “Todos tenían los dientes muy blancos, había un chico de la película, mientras que aquí es muy coral…”, apunta sobre la comparación entre ambos filmes.
La película termina cuando encuentran a los supervivientes, aunque allí empezó otra, la de readaptarse al mundo tras haber vivido aquello. Para Carlos Páez supuso un cambio radical: “Yo era un malcriado, un consentido. Yo no servía para nada. Me traían el desayuno en la cama, tenía niñera a los 18 años… y te toca vivir esta historia y ves la capacidad del ser humano de evolucionar, transformarse y salir adelante. Esta historia es una historia increíble del ser humano común y ese es el atractivo”.