El fin se acerca
El que no me crea, que haga su propia investigación. En el cuarto de baño, por supuesto, que la liturgia es la liturgia. El caso es que un diputado de Vox dijo el otro día una cosa que era cierta. Cosas más raras, no mucho, se han visto. Según Manuel Mariscal, vicesecretario de Comunicación de la banda, en las redes sociales está la verdad, por eso los jóvenes son cada día más franquistas. Y lo pronunció de tal forma que esa ‘verdad’ iba con mayúscula. Sin duda, un gran avance hacia un mundo peor. También son más terraplanistas —que viene a ser lo mismo— pero eso Mariscal no lo dice para que no se vean las costuras de su argumento.
Con par —de neuronas, y muchas me parecen—, el tipo aseguró que los famosos cuarenta años en los que un militar gobernó España, como dice la televisión pública andaluza, fueron “una etapa de reconstrucción, de progreso y de reconciliación para lograr la unidad nacional”. ¡Viva el vino! Y lo mejor es que lo rebuznó en el Congreso de los Diputados, el mismo en el que en 1982 Tejero entró pistola en mano y tricornio en ristre, para dar una nueva ronda de unión entre hermanos y, si se llega a terciar, algún paseillo, que siempre viene bien para estirar las piernas (en sus dos acepciones).
Mariscal sabe lo que dice. Los datos, como el algodón, no engañan. Entre los menores de 24 años, la intención de voto al Ku Klux Klown es del 25% (solo la suma de la abstención, nulos…, con un 30%, sale mejor parada) y en la franja de entre 25 a 34, se sitúa en el 19% (le supera el PSOE con el 22%). La capacidad de ablandar cerebros de las redes es innegable, y en eso Vox ha sabido sacarle un partido con el que otras formaciones sueñan. Vox es (o era) el partido que más interés despierta: un 41% de las búsquedas en Google, frente al 30% del PP, el 14% de Sumar y el 13% del PSOE. No sigo, no quiero ser cruel.
Es lógico que la red sea la principal fuente de conocimiento de los ultras; todo lo que no sea un meme les viene grande a sus cortas entendederas. Si leyeran libros —propongo Ni una, ni grande, ni libre de Nicolàs Sesma— otro gallo cantaría. Y ojalá fuera el gallo negro de Chicho Sánchez Ferlosio. No me acuerdo quién dijo aquello de que Vox era el partido donde podías decir lo que piensas sin pensar lo que dices, pero tenía razón. Los de Abascal han votado en dos ocasiones en contra de las ayudas a los afectados por la DANA y ni siquiera eso les pasa factura. Tambien contra subir el salario mínimo, la lucha contra la violencia contra la mujeres… De hecho, a cada exabrupto mejoran en las encuestas. También son los que le metieron a Mazón el gusanillo del ‘alarmismo climático’, que le dejó con los pantalones bajados (esta vez en sentido metafórico) en materia de prevención. Es lo que, en lenguaje coloquial, el president definió como “chupársela a uno de Vox”.
Se habla mucho de los algoritmos, y mucha culpa tienen, pero estos no caen del cielo. No hay nada casual. La respuesta está, como siempre, en el hombre detrás de la cortina. Si hemos pasado de un Internet que iba a ser la biblioteca que llevaría el saber a todos los rincones del mundo a un estercolero es por una simple cuestión de dinero. No hay más. Retuitear mierda da más engagement y eso se traduce en euros. Lo más triste es que, en el fondo, la inmensa mayoría de los pretendidos influencers ultras ganaría más dinero vendiendo kleenex. Son lumpenproletariado tecnológico que no saben que lo son. De hecho, no saben ni lo que es. Pero estos camisas parda de la difusión de basura no son más que la fuerza de choque de un pequeño grupo de millonarios que acaba de comprarse un presidente en EEUU.
La degeneración de la red se hizo más grave cuando los que sí que ganan, y mucho, con la muerte de la razón se dieron cuenta de su poder. El primero que viene a la cabeza es Elon Musk, heredero que se cree empresario, comprador de proyectos ajenos que se cree inventor, y que compite con Meliana Trump por el papel de First Lady. Él puso 277 millones de dólares de su bolsillo para apoyar a Trump y, desde las elecciones hasta hoy, ha ganado 276. Son datos de la cadena MSNBC. Se estrenó convirtiendo el antiguo Twitter en esa cochiquera llamada X y se coronó como el mayor divulgador de bulos que ha conocido el mundo. Y, no contento con la hazaña, ha creado una inteligencia artificial (Grok-2) que sirve para crear las imágenes más vomitivas posibles. El único límite es la podredumbre moral del usuario.
Es mucho poder. Recordemos que un padre y un hijo que no parecían particularmente inteligentes montaron ese delirio llamado Q Anon que acabó con un asalto al Congreso. Lo que viene será peor. A Musk se le cita mucho, pero hay más. Quizás sea el más bocazas, puede que haga algo de gracia con sus saltitos de teletubbie, pero no está solo y ni siquiera sabemos si es el peor. Se ha llegado a un límite que la corona está muy discutida.
La lista incluye también a Jeff Bezos, que compró el Washington Post con 250 millones de calderilla que llevaba en el bolsillo. Este año impidió a su diario pedir el voto a favor de Kamala Harris. En 2020, no le pareció mal apoyar a Biden. Lo de negarle el apoyo a la aspirante a primea presidenta de EEUU parecía una decisión de última hora, pero venía de lejos. Sobre el dueño de Amazon planea el peligro de que un tribunal le acabe aplicando la legislación antimonopolio en Estados Unidos, y no es de los que se rinde sin pelear. Google está en la misma tesitura y, aunque Larry Page no ha dicho esta boca es mía, seguro que mal no le parece.
No olvidemos en la lista a Mark Zuckerberg. En 2020, Facebook, en solo cuatro meses, puso en marcha un sistema que cortó de cuajo la difusión de unos 50 millones de posts que contenían bulos. En 2024, en cambio, barra libre. ¿La diferencia? En el interín tuvo que comparecer ante un Comité Judicial del Senado, donde le acusaron de tener las manos “manchadas de sangre” por el daño que puede causar el uso de Facebook (suicidio incluido) a los más jóvenes. Y a Zuckerberg o Musk se le pueden sumar muchos más, como el cofundador de OpenAI (la creadora de ChatGTP), Sam Altman, o Peter Thiel (el padre de Paypal). Cada uno de ellos ha aportado un millón de euros para financiar la toma de posesión del delincuente —no confeso pero sí convicto— de Trump.
Hartos de tener que dar explicaciones, de someterse al escrutinio del Senado y el Congreso de EEUU, y de los movimientos en la misma dirección de la Unión Europea, los tecnobros han elegido bando. Quieren un mundo más desregulado para seguir campando a sus anchas. Y lo peor es que lo van a lograr. Ya controlan el debate en la red, y lo pueden orientar hacia donde quieran. Y ese ‘donde quieran’ pasa por convencer a la gente de cosas como que mientras mejor les vaya a los billonarios, mejor les irá a los demás, o de que el franquismo fue una época de «reconstrucción, de progreso y de reconciliación». Si nadie los para, y no parece que nadie pueda, en unos cuantos años una epidemia de peste bubónica nos va a parecer poca cosa. Lo malo no es que el fin se acerque, es que se va a hacer largo.
* Por cierto, mi solidaridad con los compañeros del Levante-emv y mi total desprecio a las formas (y al fondo) de la nueva ola de despidos a los que se van a tener que enfrentar. Si en un periódico los periodistas salen caros, mucho más caro resulta no tenerlos.
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