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Biografía
- María Marrero Valero (Santa Cruz de Tenerife, 20-10-1955)
- Selección española: 12-8-1974 / 29-5-1976 (Debut / despedida)
- Veces internacional: 9 (2-7 victorias/derrotas)
- Puntos: 2
- Torneos oficiales: Eurobásket Francia 76 (10º puesto)
Producto de la ‘Operación Altura’
Antes de que llegara la generación del petit suisse y los españoles –y las españolas– pasaran a ser altos y fuertes, no era sencillo encontrar un pívot en un aquel país de bajitos que retrataban las comedias de Paco Martínez Soria o Alfredo Landa y que, además, estaba invadido por el monocultivo del fútbol. Cuando la campaña ¡Contamos contigo! diversificó la actividad deportiva, seguían sin aparecer esos jugadores que pudieran competir con los gigantes de otros países, algunos de los cuales podían ¡sobrepasar los dos metros de altura! Sobrados de bases habilidosos y aleros con buen tiro, se buscaban centímetros por todos los rincones de la geografía patria.
Por eso, a finales de los años cincuenta surgieron las operaciones altura. Lo hicieron, sobra decirlo, en el ámbito masculino y de la mano de Pedro Ferrándiz, entonces responsable de las categorías inferiores del Real Madrid. A la iniciativa se sumaron pronto muchos técnicos; y algunos, como Antonio Díaz-Miguel, con especial dedicación. Por esa vía, en los años sesenta, mientras se nacionalizaban americanos como Clifford Luyk, aparecieron elementos como Moncho Monsalve (2,02 metros) o el gigante vasco Segundo Azpiazu (2,10), capaz de hacer carrera en el baloncesto pese a tener inutilizado el brazo derecho por culpa de una fractura mal curada que se hizo ¡cuando jugaba al fútbol! Y ya en los años setenta surgirían los hermanos Estrada, Rullán o Santillana.
Más adelante llegarían los Querejeta, Arcega o un niño gallego que con 14 años ya medía “más de dos metros” y se llamaba Fernando Romay. Por el camino, el baloncesto femenino español también buscó gigantes que midieran más de 180 centímetros, de esas que ahora se ven a docenas en el patio de cualquier instituto. Ahora suena a ciencia ficción, pero, gracias a iniciativas como esas, el baloncesto femenino español pudo detectar a edad temprana a Carmen Fraile, Betty Cebrián o Marina Ferragut, que dotaron de altura –moldeada con talento– a una selección que, aún hoy, echa de menos esos centímetros que le permitan competir en igualdad contra los combinados más potentes del planeta. Y que se ha ido a buscarlos al Caribe [Sancho Lyttle] o a Senegal [Astou Ndour].
María Marrero, nacida en 1955, fue un producto de aquellas operaciones altura. En su caso, sus centímetros fueron moldeados por Antonia Gimeno sobre la cancha de cemento del Colegio de La Asunción a principios de los años setenta. En lo que hoy es el Parque Cultural Viera y Clavijo, cuando el deporte femenino español estaba en pañales, “inflando el balón cada tarde para poder entrenar”, las niñas de la Asunción formaron un equipo que sobresalió por su llamativa camiseta naranja –en deferencia a Fanta, su patrocinador– y porque en el curso 73-74 puso fin a ocho años de dominio regional del OM Tenerife, heredero del María Auxiliadora. El premio a aquel campeonato de Canarias fue la disputa en Ávila de la fase final de la Copa del Generalísimo.
El Fanta Asunción compitió con dignidad, pero cayó ante el Ignis Mataró [campeón de liga de Primera División], Tabacalera Coruña y Picadero Barcelona, ocupando la sexta plaza del torneo. “La élite aún estaba muy lejos, porque en Canarias apenas había un par de equipos de nivel. Alguna vez fuimos directas del Carnaval a la cancha sin que se enterara Antonia... y ganábamos fácil”, dice Marrero, quien en aquella cita de Ávila, con sus 18 años y 1,82 metros, llamó la atención de José María Sola, seleccionador nacional femenino, “pues en aquella época era más coordinada y ágil que la mayoría de las jugadoras de mi altura”. Así, tras la disputa de aquella Copa del Generalísimo, fue convocada para “un campeonato europeo de países católicos”, torneo no oficial disputado en Austria.
Pasados más de cuarenta años, Marrero aún lamenta que la cita no figure en la relación de partidos de la selección española, “pues competimos contra las selecciones de otros países... y logramos la medalla de oro”. Eso sí, no olvida “la emoción que supuso representar a España y escuchar el himno nacional en el podio”. El premio ya oficial a sus buenas actuaciones en Viena llegaría poco después: fue convocada para una operación altura nacional en Ávila y, de ahí, marchó junto a Carmen Fraile para disputar dos amistosos en Cádiz, preparatorios para el Eurobásket de Italia 74, saldados con derrotas ante Francia (67-78) y Cuba (61-79). Además, el torneo se completó con otro choque contra la selección junior en el que las mayores impusieron su veteranía y mejor condición física.
Finalmente, la pívot tinerfeña y Rocío Jiménez (15 años) no acudieron a Italia 74, donde sí estuvo Carmen Fraile. En todo caso, su debut como internacional la convirtió en la líder de un Krystal Asunción que en el curso 74-75 se quedó a un paso del ascenso a Primera División. Los 16,2 puntos por partido que anotó Marrero en la fase de ascenso de Segovia no bastaron a un equipo que salió perjudicado de un triple empate... pero que un año más tarde, esta vez en Cuenca, sí logró el ascenso. Tras esa cita, la eterna número 13 del Krystal acudió al Eurobásket de Francia 76 pese a no disputar el preeuropeo de Alcoy –en el que España se ganó su plaza tras superar a tres países de segundo nivel como Escocia, Dinamarca y Alemania Federal– al estar compitiendo en la fase de ascenso de Cuenca.
Marrero se uniría así a unas convocatorias en las que pagaba su condición de mujer y la insularidad: “Nos debíamos lavar la ropa, algo impensable en el caso de los hombres; y a veces en las comidas compartíamos postre entre tres o cuatro, cuando la alimentación es básica para un deportista. Y entre concentración y concentración, cuando las demás se iban a casa... a mí no me dejaban volver a Canarias porque el billete les salía caro”. “A la madre de Carmen Fraile le daba tanta pena que una vez me llevó a su casa con ella”, recuerda Marrero, quien admite que “la ilusión por estar en la selección con las que habían sido mis ídolos compensaba todo”. “Era lo máximo”, agrega una jugadora que, con la veterana Maribel Lorenzo, se ganó una plaza para Francia 76 dejando en tierra a su amiga Fraile.
Ya en el Eurobásket, en Vichy y Clermont Ferrand, Marrero gozó de pocos minutos pero celebró un aceptable décimo puesto. “Aunque estuviera en el banquillo, no paraba de animar y tenía buen talante y eso lo valoraban”, dice al recordar una cita en la que una España liderada por Meli Suárez, Neus Bartrán, Rosa Castillo, Fina García y Ángeles Liboreiro sumó dos triunfos ante Holanda (57-56) y Bélgica (73-51). “Ahora somos campeonas de Europa y subcampeonas olímpicas, pero entonces el deporte femenino español estaba a años luz del resto y ganar algún partido era un éxito”, explica sobre una experiencia de la que no olvida como la veterana Neus Bartrán asustó a las novatas ante el control de sexo que debían pasar: “Nos dijo que nos iban a hacer de todo y al final fue una toma de saliva”.
Marrero también recuerda aspectos curiosos como “el tamaño de las manos y del chándal de la rusa Uliana Semenova (2,12 metros), pero a la vez la enorme sonrisa que tenía”, aunque se queda con haber entablado una amistad que aún conserva con compañeras como Meli Suárez o Ana Herrero. Y desde su experiencia como internacional observa “con algo de envidia” la celebración de un Campeonato del Mundo en Tenerife. “Ojalá en mi época se hubiera organizado algo así. Creo que puede ser muy bueno para el baloncesto femenino a todos los niveles y no tanto para atraer a las niñas a este deporte, sino para acabar de convencer a gente un poco más mayor, adolescentes que ya juegan al baloncesto y que viendo un espectáculo como va a ser el Mundobásket se animen a seguir como jugadoras”, recalca.
“Al menos en mi caso”, prosigue Marrero, “uno de los factores que me animó a seguir jugando fue la celebración [en 1972] en la cancha del Náutico, en la Avenida de Anaga, de la fase final de Copa del Generalísimo femenina. Tenía 16 años y ya jugaba, pero ver en vivo y de cerca a las mejores jugadoras del país me animó a continuar jugando”. Lo haría también acabado el Eurobásket 76, cuando debutó en Primera División con el Tenerife Krystal, en el que estaría dos temporadas apuntalando el juego interior junto con su hermana Merce antes de emigrar a Madrid para jugar en el Iberia 78-79. En ese tiempo, la ausencia de partidos internacionales y la explosión de Marisol Paíno o Elvira Gras hicieron que no volviera a la selección y una lesión de tobillo casi la obliga a retirarse.
“Volví a Tenerife para jugar con Jerónimo Foronda como técnico en el Amigos del Baloncesto, que se quedó a un paso del ascenso. Y luego estuve cuatro años en el Krystal, los dos últimos con el patrocinio de Coronas”, recuerda Marrero, quien admite que “el baloncesto, además de una diversión, fue básico en mi desarrollo como persona”. “Mi época de jugadora es la mejor de mi vida y, junto a los valores que me transmitieron mis padres, los éxitos y fracasos del baloncesto me han servido para crecer en mi vida laboral y personal”, dice una estudiante de Geografía e Historia y diplomada en Turismo que, desde su actual puesto de Protocolo y Relaciones Externas en el TEA, siempre pone “nuestra victoria ante el Celta como ejemplo de los valores del baloncesto”.
“El Celta era un equipazo y, cuando ganamos aquel partido, mucha gente se fijó en las que metieron los puntos, pero nosotras, las jugadoras, fuimos a felicitar a Merce González Matilla porque todas sabíamos que ganamos gracias a ella y a la defensa que le hizo a Marisol Paíno”, explica Marrero, quien reivindica “mayor reconocimiento” para aquel Tenerife Krystal que se mantuvo años y años en Primera División sólo con jugadoras canarias totalmente amateurs. “El baloncesto nos costó dinero”, sentencia. Y desde esa perspectiva también lamenta que su hermana Merce, fija en las selecciones inferiores, no alcanzara la internacionalidad absoluta: “Se lo mereció más que yo, pero le tocó una época con mayor competencia y en la que las jugadoras canarias seguían teniendo pocas oportunidades”.
Eso sí, alienta a los jóvenes a la práctica del deporte, “porque la experiencia me ha enseñado que el baloncesto y el deporte en general son básicos para formarte como persona y para adquirir valores, por mucho que luego tomes otros caminos en tu vida”. Y también anima “a los jóvenes y a los aficionados en general a acudir a los partidos que se van a celebrar en Tenerife con motivo del Mundobásket 2018. Muchas veces nos quejamos con razón de que en Canarias no se celebran competiciones de este nivel y no puede ser que luego, cuando tenemos la oportunidad de ver a las mejores jugadoras del mundo, busquemos excusas para no ir a la cancha”. En todo caso, cree que un buen papel de España puede ayudar a generar mayor expectación en un público “al que le gusta asistir a acontecimientos extraordinarios”.
Además, advierte de que la condición de local no siempre es una ventaja: “La selección es buenísima, va a tener el apoyo de la gente, ha dado numerosas muestras de saber competir y yo confío tanto en las jugadoras como en los técnicos. Estamos en casa y todo tiene que salir bien... pero esto es un juego y puede pasar de todo. A veces, el límite entre la intensidad adecuada y la presión excesiva es muy estrecho”.