No cuesta mucho imaginarlo, a principios de los 40, pequeño y desinquieto entre los motores de la luz con los que su familia abastecía a El Pinar, los molinos de gofio o la carpintería del pueblo.
Desde muy chico tuvo inclinación por cualquier tipo de maquinaria que hubiera a su alcance.
Otra cosa es pensar que la vocación lo empujaría tanto como para emprender el viaje, sin retorno cierto, a una isla capitalina en la que aprender a desmontar los aparatos y ver qué había dentro.
Pero la vida, o la muerte más bien, decidió tirar de él hacia Venezuela, todavía un niño, acompañando a una madre viuda y dejando los estudios a medias.
Tenía apenas 13 años y acabó al otro lado del charco, no podía ser de otra manera, trabajando en un taller de mecánica.
Una familia canaria más en la senda de la emigración, seis días con sus noches en aquel Santa María portugués que con el tiempo sería secuestrado por el general Galvao. ¡Niño!, si eres de tercera puedes subir para asomarte a cubierta, ¡pero ni se te ocurra pasar al resto del barco! Y si llegas tarde a comer porque no sabes que al avanzar el buque va cambiando su uso horario, cerrado, y ese día en ayunas.
Pero la vida es caprichosa y lo trajo de vuelta dos años más tarde, esta vez en un barco italiano, diez largos días a solas para un muchacho de 15 años, haciendo escala en las colonias inglesas para recoger mercancías y mano de obra barata. Ni siquiera era consciente de ello, volvía a terminar lo que había empezado en la Escuela de Peritos Industriales de Las Palmas.
Así hasta finales de la década de los 60, en que lo reclutó la empresa eléctrica Riegos y Fuerzas de La Palma, la primera que compra el Instituto Nacional de Industria cuando decide electrificar Canarias. Hasta entonces había dos grandes centrales americanas, una en Las Palmas y otra en Tenerife, de la Unión Eléctrica Company (Unelco).
Riegos y Fuerzas inicia los trabajos de electrificación en La Palma y allí aterriza como pez en el agua. No le duró mucho, un año después lo destinan a El Hierro como delegado de Unelco, de capital público, para iniciar la electrificación de la Isla partiendo desde cero.
Se completa el círculo: después de cerrar entre otras cosas la empresa eléctrica familiar que dirigía su hermano se pone a tirar líneas de alte tensión hasta que un juez le vuelve a doblar la esquina.
Puede que ni él mismo lo supiera, pero ya desde niño Tomás Padrón era un hombre con una Isla en la cabeza.