Volver...
con la frente marchita,
las nieves del tiempo platearon mi sien...
Sentir...
que es un soplo la vida,
que veinte años no es nada,
que febril la mirada,
errante en las sombras,
te busca y te nombra.
Vivir...
con el alma aferrada
a un dulce recuerdo
que lloro otra vez...
(El día que me quieras, Paramount 1935)
Carlos Gardel y Alfredo Le Pera
En contradicción con el tango, compuesto e inmortalizado por Carlos Gardel apenas cuatro meses antes de su fallecimiento en accidente de aviación y el consiguiente nacimiento de uno de los mitos argentinos por excelencia, alrededor de 300 emigrantes canarios y sus descendientes se reunieron en la provincia de Buenos Aires para demostrar que veinte años sí es algo. Es tiempo suficiente para consolidar una segunda asociación isleña en el área metropolitana de la capital federal al sumar más de 600 socios, gestionar trámites administrativos y ayudas económicas, desarrollar actividades culturales y disponer de una sede propia, inaugurada en 2007 tras la financiación íntegra del Gobierno autonómico. Y también es tiempo suficiente, sobre todo, para mantener la nostalgia por el terruño.
Más que tangos, sin embargo, sonaron isas, folías y malagueñas tras el almuerzo organizado para celebrar el vigésimo aniversario de la Asociación Canaria Zona Norte, radicada en el barrio de Villa Adelina del partido bonaerense de San Isidro. Fundada en 1990 por iniciativa del fallecido Oscar Rodríguez Pérez, emigrante grancanario cuyo nombre luce en la fachada del edificio de dos plantas, la entidad surgió como consecuencia de la “dificultad” para desplazarse hasta el porteño barrio de Flores y participar de las actividades del Centro Archipiélago Canario de Buenos Aires, pionero entre la colectividad isleña del exterior al constituirse en 1941. “Y hoy después de 20 [años] tenemos todo esto: una casa maravillosa, muchos socios, muchos amigos y muchos descendientes que participan activamente del proyecto”, resume el presidente de la Asociación Canaria Zona Norte, Miguel Ángel Rueda (Las Palmas de Gran Canaria, 1953), en el folleto del programa conmemorativo de las dos décadas de existencia, tres jornadas con muestra de artesanía, degustación gastronómica o charlas sobre historia y literatura.
“Volver no es fácil”
Fundador de la asociación junto a su tío, Rueda Rodríguez viajó desde Gran Canaria hasta la República Argentina en 1955, con dos años de edad, junto a sus padres y un hermano, al que se añadió un segundo en la otra orilla del océano Atlántico. “No estaban mal del todo, pero emigraron por afán de mejora”, valora antes de recordar la “tradición” viajera de su familia materna, con varias generaciones divididas a los dos lados del charco. No en vano, “Canarias es sinónimo de migración”. Dedicado ahora al comercio minorista, casado y con un hijo, Miguel Ángel Rueda suele visitar su tierra natal, pero todavía sueña con un regreso definitivo a Canarias más de medio siglo después. “Volver no es fácil. Acá soy el canario y allá, el argentino”.
Precisamente, la profesora de Historia Andrea Rodríguez (Ingenio, 1951), que elabora una tesis en la Universidad de Luján sobre la última oleada migratoria canaria en Argentina (mediados del siglo XX), subraya la persistente “división emocional” del expatriado entre su lugar de nacimiento y el sitio de residencia: “El emigrante se parte en dos, porque espiritualmente están allá y físicamente, acá, lo que provoca desarraigo, nostalgia, tristeza y dolor. Los afectos atan y muchas veces impiden volver”. Y Rodríguez Pérez, sin ningún parentesco con el fundador de Zona Norte, sabe de lo que habla pues, aparte de la investigación recién iniciada, integra una familia repartida entre las dos orillas oceánicas: ella y una hermana viven en Argentina, cuatro hermanos residen en Canarias con su madre y otro más, a caballo de los dos lugares.
A sus 91 años, Isabel Pérez todavía se atreve a efectuar algún viaje trasatlántico y, de hecho, ahora se sienta junto a su hija Andrea Rodríguez durante la fiesta de la Asociación Canaria Zona Norte mientras rememora la decisión adoptada por su esposo, allá por 1961, de trasladarse hasta Argentina por la insistencia de su primogénito tras el consejo de un amigo de la familia. “Mi marido era labrador, con manos calludas, y no fue muy duro, había trabajo, la finca daba para sobrevivir y la escuela era gratis”. Después de tres décadas en el país austral, decidió regresar a Gran Canaria al enviudar en 1990. “Hay mejor cobertura social -admite su hija-, pero sobre todo necesita volver a su lugar de origen. Aunque llegás allá y no sos vos, pero acá tampoco”.
También un extraño en mi tierra
aunque la quiera de verdad
pero mi corazón me aconseja:
los nacionalismos que miedo me dan
Ni patria ni bandera
ni raza ni condición
ni límites ni fronteras
Extranjero soy
Porque allá donde voy me llaman el extranjero
donde quiera que estoy el extranjero me siento
(Pequeño, Chrysalis 1999)
Enrique Bunbury