Historias de cine

Javier Lópex

Las Palmas de Gran Canaria —

A principios del siglo pasado, el XX, en La Isleta y el Puerto existió un colectivo cultural que se hacía llamar Primero de Mayo. Lo formaban jóvenes, mujeres y hombres con inquietudes culturales, entre quienes estaban Saulo Torón, Claudio de La Torre, Dolores Hernández, Capitolina Gaspar, Miguel Alonso, Carmen Correa, los hermanos Parrilla, los Jorge y muchos más. Se reunían de casa en casa, exponiendo sus obras, celebrando recitales y obras de teatro en salones y zaguanes.

La asociación Primero de Mayo decidió tener una sede fija para el desarrollo de sus actividades y alquiló un local en La Carretera, en lo que hoy sería la calle Juan Rejón número 2, junto al Mercado del Puerto. Un espacio, propiedad de la familia Molina, que hasta entonces se usaba de almacén para el intercambio de piedra caliza y víveres entre Gran Canaria y Fuerteventura.

En 1916, cuatro de los integrantes de Primero de Mayo -Agustín Barreto, Francisco Prieto, Juan Rodríguez y Domingo Hernández- fundaron Nueva Empresa de Cinematógrafo, que convirtió aquella sede del colectivo en el Teatro Circo del Puerto de La Luz. El nuevo espacio cultural abría sus puertas el 17 de septiembre con un programa de dos horas, con la proyección de 4 películas y entradas de 0,20 a 0,40 pesetas. El sobrenombre de Circo le venía porque, entre obra y obra teatral o mientras cambiaban las bobinas de las películas, ofrecían espectáculos circenses, veces forzudos que arrastraban pesos sobrehumanos, otras payasos, equilibristas o magos.

Con el tiempo, el Teatro Circo pasó a llamarse Teatro Cine, y de las películas mudas se pasó a las sonoras y al color. El local acabó conociéndose como el Cine Viejo.

Mucho antes de que eso ocurriera, allá por los años 20, el mismo grupo de empresarios adquirió a la familia Bravo de Laguna y Manrique de Lara el solar de 1110,85 metros cuadrados de Las Canteras, en La Puntilla, entre las calles La Naval y Ferreras, donde hoy se levanta el hotel Imperial Playa. Atendiendo al buen rendimiento del local de La Carretera y al crecimiento del barrio y la ciudad, decidieron embarcarse en un nuevo proyecto, el Teatro Cine Hermanos Millares, en honor a los autores de las obras teatrales costumbristas que ellos mismos representaban por los zaguanes de La Isleta con el colectivo Primero de Mayo.

El Millares, un edifico diseñado por el arquitecto Eduardo Laforet, abrió sus puertas el 5 de septiembre de 1930 con la película Looping de Loop, interpretada por Werner Kraus, con entradas a 0,50 y 1,50 pesetas. Aquel nuevo espacio cultural disponía de 941 asientos y no tardó en convertirse en lugar de referencia para la vida cultural del barrio.

El Millares y el Puerto de La Luz. La oferta cultural de El Millares se componía de la correspondiente cartelera cinematográfica, dio cabida a muchos jóvenes artistas locales que fueron haciendo tablas sobre su escenario y en la memoria de los mayores del barrio quedan los bailes de Carnaval. El patio de butacas de madera se desmontaba y se elevaba hasta la altura del escenario, conviertiéndose en un amplio salón para la fiesta que se celebraba durante dos semanas.

Con todo, uno de los atractivos principales del Millares era la inclusión de compañías foráneas en su programación. La relación laboral de muchos de sus socios con la actividad portuaria les permitía informarse y aprovechar la estancia en Gran Canaria de artistas que viajaban entre la Península y América para que actuaran en su local de Las Canteras. Los barcos hacían escalas para repostar carbón y aguadas que podían durar más de una semana. En ocasiones, incluso, llevaban a algunas de estas compañías a otros teatros de la isla, como al teatro chico de Gáldar, con el que mantenían especial relación.

En los años de la dictadura, tampoco escapó a los actos ordenados desde Delegación del Gobierno, una exaltación del Régimen que llamaban “Monumental Acontecimiento Pro-Patria”, nada más y nada menos.

El Millares cerró sus puertas el 30 de noviembre de 1967. Brigada Criminal fue el último título que se proyectó en su sala. Fueron 37 años de actividad cultural, manteniendo tres pases de cine diarios, fiestas de Carnaval, conciertos, teatro, abierto a las actividades infantiles, con especial atención a la Colonia Escolar de San José, a la que recibía cada mes en su terraza. Un rincón del Puerto donde se conocieron y ennoviaron muchos abuelos del barrio. Donde muchos recuerdan batallas infantiles de cáscaras de chochos. También a la policía vigilando que nadie se saltara el impuesto saludo falangista con la proyección del pantanoso NODO.

Gilda bien valía una excomunión

A finales de los años 40 llegó Gilda a Gran Canaria, pero ningún cine del centro de la ciudad quiso proyectarla. Aquella cinta, en la que Rita Hayworth se quitaba un guante en público y se repartía cachetones con Glenn Ford, tenía clasificación eclesiástica “4 gravemente peligrosa”. El Ministerio la dejó pasar, aunque con muchos tijeretazos de la censura. El Millares fue la única sala que la proyectó en la isla.

Como suele pasar, la prohibición hizo de aquella película un fenómeno de masas. En el mismo sentido, desde los púlpitos de las iglesias también se hizo mucha publicidad. Al Millares llegaba público procedente de todos los rincones de la isla.

Aquello le costó a Domingo Hernández, el titular del establecimiento por aquellas fechas, que el cura de la iglesia de La Luz, don Antonio, anunciara su excomunión en el transcurso de una misa. Algo que, según cuenta su familia, acabó archivándose con un donativo de 500 pesetas.