Cataluña, arma electoral
Nunca me ha gustado citar trabajos míos ya publicados pero a veces conviene hacer una excepción para reducir, lo confieso, el esfuerzo.
El artículo a recordar lo publicó CANARIAS AHORA en octubre de 2010, por los días de las elecciones catalanas del 28 de ese mismo mes, bajo el título de “El cansancio de España”. En él comentaba la sentencia publicada tres meses antes del Tribunal Constitucional (TC) sobre el recurso de inconstitucionalidad del PP contra el Estatut catalán reformado y en vigor desde 2006. Acompañaban al título sumarios referidos a las opiniones más frecuentes entre los analistas como “La sentencia puede llevar a los catalanes al punto de no retorno”; “El reconocimiento de Cataluña como 'nación' no tendría consecuencias jurídicas soberanistas”; “El PP usa el anticatalanismo según le convenga”; “España, un Estado plurinacional”; “El nacionalismo español teme al liderazgo autonomista catalán”; “Malo será que los catalanes se aparten de su política integradora de la diversidad”. Y menciono aparte, por equívoco, el sumario referido a que la sentencia del TC trituraba los argumentos del catalanismo no independentista: no era para dar saltos de alegría que la sentencia dejara en la mar y sin remos a quienes estaban por el diálogo y la negociación. Actitud, dicho sea de paso, a juego con la mentalidad menestral catalana que iba a verse superada por el formidable incremento del voto a los independentistas que iniciaron su escalada el 28-O desde la irrelevancia a posiciones de máximo poder e influencia; aunque al menos ERC había comenzado a despuntar bajo el liderazgo de Carod Rovira.
La sentencia del TC, aunque se decantara por el nacionalismo españolista planteaba el bonito juego de la botella medio vacía o medio llena al no concederle la razón a quienes consideraban la sentencia favorable a los convencidos de que con España no hay nada que hacer y acusaban a los jueces de parcialidad en su contra. Y como no hay dos sin tres, hubo quienes aseguraron que, en realidad, la sentencia avaló el 95% del Estatut, lo que era un severo varapalo al PP como promotor del recurso. Dentro de ese grupo, cómo no, estaban los socialistas y también los técnicos en la materia para quienes los magistrados no podían desmontar por las buenas un texto bien trabado y tramitado de acuerdo con las exigencias constitucionales. De hacerlo levantarían negras sospechas sobre la rectitud del TC. De ahí que contrariara en algunos puntos a Rajoy si bien lo compensaron con la inclusión en su dictamen de una serie de afirmaciones gratuitas para unos e innecesarias para otros pues en nada afectaban al fondo del asunto. Aunque no por eso dejaran los jueces de hacerle algún guiño al PP pidiendo comprensión pues sería contraproducente revelar su españolismo tal y como estaba el patio. Digo yo que sería así porque cualquiera sabe.
Y ya puesto reproduzco la entradilla de aquel trabajo de hace una década: “Las elecciones catalanas del 28-0 serán las primeras después de la sentencia del Tribunal Constitucional (TC) sobre el Estatut. Varios analistas creen que el fallo puso en el punto de no retorno su desapego de España a una comunidad en la que son frecuentes y muy intensos los debates sobre la organización territorial del Estado, las autonomías, los nacionalismos, etcétera, que, aunque arranquen de la realidad catalana, constituyen referentes para el resto del país donde poco se discuten tales asuntos. Como si no conviniera airearlos en exceso. De ahí que prestarle atención a estos comicios (los del 28-O) sea una forma de tomarle el pulso a la situación política española”. Una hora menos en Canarias, se entiende.
Una cuestión de cultura política
Cunde la impresión de que el conflicto catalán se ha alejado mucho de cualquier solución. La cultura política de un amplio sector de opinión la marca una derecha que tuvo y tiene entre sus demonios el catalanismo y la catalanofobia. Rastreando la historia aparecen hombres como Quevedo al que tanto indignaron la inquina de los catalanes al conde-duque de Olivares que los calificó de “aborto monstruoso de la política”. No está de más recordar que Quevedo estaba preso cuando se ocupó del asunto para agradar al inepto valido de Felipe IV a ver si tenía un detalle..
Si avanzamos en el tiempo llegamos a la I República y la Constitución de 1873 inspirada por Pi i Margall contra quien arremetieron las derechas con una sarta de eslóganes entre los que figura el que sacaron los peperos del arcón de los recuerdos del siglo XVII para utilizarlo en el XX, con opción a repetir el XXI. Me refiero a la idea ya mentada de una Cataluña que se alimenta del “sudor y la sangre del resto de los españoles”. Lo que no impide a los catalanes sentirse saqueados a su vez por los españoles en los términos del misterioso escrito “angelical” con que se topó la mañana del Domingo de Carnaval de 1640 el Consejo de Ciento barcelonés, lo que es otra historia.
El siguiente desencuentro se produjo con la I República a cuenta de la Constitución federal inspirada por Pi i Margall contra la que se despachó el grancanario Fernando de León y Castillo con un tremendo discurso que envió el proyecto a los boxers de los que no volvió a salir. De por medio hubo gente como José Martos O’Neale y Julio Amado que se asociaron para escribir “Peligro nacional: estudios e impresiones sobre el catalanismo”. Proponían, entre otras cosas, la prohibición del “dialecto” catalán, la incompatibilidad de los catalanes con cargos del Estado en la misma Cataluña y la sustitución de su clero por curas traídos de otras tierras. Pensaban en todo, los condenados.
Tras la muerte de Franco parecieron superados los prejuicios en el marco institucional. El PSOE, que no le hace fós al españolismo, para qué vamos a engañarnos, pudo controlar los ramalazos aunque se le escapara el ex presidente extremeño, Rodríguez Ibarra que es de los que largan por libre. La derecha pepera, por su parte, vio rentable apuntarse también a bruto: poco tenía que rascar en Cataluña y calculó que desenterrando el tópico del catalán que desangra a los españoles y erigiéndose en defensor de las comunidades víctimas de la rapiña catalana con la complicidad socialista podría compensar su desfondamiento en Cataluña. Influido, seguramente, por algún western de indios de TVC imaginó, a lo John Ford, que los inmigrantes aguardaban esperanzados en las galeras catalanas la venida de la meseta de un caballero todo de blanco a liberarlos del seny, de los excesos de sardanas, de colesteroles embutidos y otras rarezas.
Y en esto llegó Aznar y mandó parar. De entrada denunció que el PSOE quitaba miles de millones de pesetas a los pensionistas y a los parados para dárselos a Cataluña, que fue unos de los mensajes que trajo a las Islas el entonces macho Soria. Aquejaba a Aznar, visionario según Bush, las prisas por llegar a La Moncloa; lo que consiguió en 1996 pero al no tener mayoría se bajó del tanque y confesó, ruborizado como Charlot ante su amada, que hablaba catalán en la intimidad. Tanto se esforzó en hacerse perdonar sus pecados que denominó a ETA “Movimiento Vasco de Liberación”, el mayor reconocimiento de la banda terrorista por un representante del Estado español. Así caracterizado lo vimos abrazar sindicalistas sin ninguna precaución, confraternizar con la causa gay y adoptar una postura ante el aborto alejada del integrismo al uso sin que la Iglesia objetara nada porque, al fin y al cabo, es uno de los suyos: lo que haga falta a la mayor gloria de Dios. Mientras, un entusiasmado Xavier Arzallus, presidente por entonces del PNV, proclamaba que con Aznar había conseguido en quince días lo que no de Felipe en tres lustros.
Cuatro años después, en el 2000, volvió a ganar el PP, por mayoría absoluta, ahora sí y amigos que fuimos. Aznar había anticipado que no estaría más de dos mandatos y se vio que iba en serio porque enseguida puso junto a su inglés de garrafón un castellano tipo Jalisco, no te rajes para dirigirse a los hispanos en apoyo de la candidatura de su amigo Bush, al que, por cierto, no sé si llegó a enseñarle la pronunciación correcta de su apellido para que dejara de llamarlo “ansar” sin saber si lo hacía porque así le sonaba su apellido o era que, por el contrario, sabía el suficiente castellano para jugar con “ansar” que se diferencia solo por la acentuación de la primera “a” de la palabra “ánsar” que equivale, créanme que lo siento, a “ganso”.
Jekyl y Hyde
Como pienso ocuparme de Rajoy en el inicio de la escalada que ha desembocado en los disturbios catalanes últimos, voy directamente a estos y al espectáculo que han dado las fuerzas políticas ante los sucesos catalanes de estos días. No de todas porque no creo que merezca la pena parar en Quim Torra. No porque no haya contraído graves responsabilidades en lo ocurrido sino porque creo que no es un tipo completo y que por eso lo puso ahí Puigdemont, para que le guardara la vez como se decía en lo antiguo. Verlo tan tranquilo, sin el menor gesto y sin iniciativa, como si no fuera con él lo que está ocurriendo me dejó la sensación de que no es un tipo completo. De una entrevista en La Sexta a un amigo de Torra, que lo frecuenta, deduje que no es un sujeto muy completo que digamos. Vino a decir este amigo que el president de la Generalitat es un tipo amable y cordial muy metido en sus cosas de la escritura con la que ha creado un mundo propio aparte por lo que es inevitable recordar “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde”, la novela corta de Robert L.Stevenson. Encaja Torra en ella pues si como president ordena a los mossos d’esquadra salir a la calle a poner orden en cuanto se pasa al cuarto de al lado como militante indipendentista no para con incitar a las masas a ir a por ellos, oé, y que ciudadanos de natural tranquilo se muestren desinquietos y se echen a la calle a “apretar” a quien haga falta. Las escenas de guerrilla urbana que hemos visto por TV, la organización, el entrenamiento que deja entrever la sincronización de las actuaciones en varias ciudades, el desparpajo con que se enfrentan a mossos, policías y guardias civiles, etcétera, indican un grado de profesionalización preocupante. Cosa que tiene sin cuidado, a lo que se ve, a Torra que no acaba de condenar una violencia que está rompiendo la unidad de los mismos independentistas. Tienden en este sentido a generalizarse las exigencias de dimisión de Torra.
El follón está a la vista como lo está la incalificable actitud de PP y Ciudadanos que tratan de aprovechar las circunstancias en su beneficio electoral. Se ha visto cómo sus intervenciones no llaman para nada a la cordura sino que están atentos a que los socialistas metan la pata o tomen alguna iniciativa para caerle arriba. Invitan a sospechar que sería para ellos un jarro de agua fría que Sánchez atinara. Buena muestra de la mala baba de la derecha son las exigencias para que el Gobierno adopte medidas excepcionales a sabiendas de que empeorarían las cosas. Personalmente no me convence Pedro Sánchez pero eso no me impide reconocer que tiene razón en andarse con tiento sin ceder ante la exigencia de medidas drásticas que solicita a diario la derecha. El destemplado vis a vis, por llamarlo de alguna manera, de Cayetana Alvarez de Toledo y los estibadores se me antoja dentro de la estrategia pepera de generar más follón. Y por fuera del circo, Vox pidiendo que se declare el estado de excepción en Cataluña, uno de los instrumentos de represión favoritos de la dictadura. La añoranza es el diablo, sí señor.
Nunca me ha gustado citar trabajos míos ya publicados pero a veces conviene hacer una excepción para reducir, lo confieso, el esfuerzo.
El artículo a recordar lo publicó CANARIAS AHORA en octubre de 2010, por los días de las elecciones catalanas del 28 de ese mismo mes, bajo el título de “El cansancio de España”. En él comentaba la sentencia publicada tres meses antes del Tribunal Constitucional (TC) sobre el recurso de inconstitucionalidad del PP contra el Estatut catalán reformado y en vigor desde 2006. Acompañaban al título sumarios referidos a las opiniones más frecuentes entre los analistas como “La sentencia puede llevar a los catalanes al punto de no retorno”; “El reconocimiento de Cataluña como 'nación' no tendría consecuencias jurídicas soberanistas”; “El PP usa el anticatalanismo según le convenga”; “España, un Estado plurinacional”; “El nacionalismo español teme al liderazgo autonomista catalán”; “Malo será que los catalanes se aparten de su política integradora de la diversidad”. Y menciono aparte, por equívoco, el sumario referido a que la sentencia del TC trituraba los argumentos del catalanismo no independentista: no era para dar saltos de alegría que la sentencia dejara en la mar y sin remos a quienes estaban por el diálogo y la negociación. Actitud, dicho sea de paso, a juego con la mentalidad menestral catalana que iba a verse superada por el formidable incremento del voto a los independentistas que iniciaron su escalada el 28-O desde la irrelevancia a posiciones de máximo poder e influencia; aunque al menos ERC había comenzado a despuntar bajo el liderazgo de Carod Rovira.