Estado de perplejidad
Contra lo que su propio nombre indica, la perplejidad es asombro ante lo insólito o inesperado sin que se sepa, a ciencia cierta, si quedarse sin habla equivale a no saber qué decir. Pero no nos preocupemos por medios días habiendo días enteros. Quiero decir que si a las 48 horas los síntomas persisten y ganan intensidad es debido a que el estupor inicial se ha transformado en “estado de perplejidad” que podría devenir crónico si cuanto nos viene mal dado se pone peor. Así las cosas, me topé en la tele a Pablo Iglesias, líder de Unidas/Podemos batallando la intemerata para llevarse al huerto a Pedro Sánchez, presidente en funciones del Gobierno español, quien, además de no estar por dejarse llevar tampoco renunciaba a calzar él por su oponente.
Desconfianza mutua
Sin duda, Iglesias y Sánchez, protagonistas de este nuevo fracaso de la izquierda, comparten cosas como su mutua y radical desconfianza que, conviene aclararlo ya, no es culpa de ninguno de los dos pues deriva de las malas relaciones tradicionales de la izquierda a machamartillo y la socialdemocracia europea en la que ahora destaca Sánchez. Esa izquierda, animada por los ex comunistas, despreció siempre a los socialdemócratas por considerarlos meros gestores y solícitos cómplices del capitalismo burgués al que proporcionan coartadas a cambio de concesiones que, al englobarse en el llamado “Estado de Bienestar”, funcionan como eficaz mecanismo de aburguesamiento de la clase obrera con el resultado de unas pérdidas de combatividad que acaban por postergar la revolución proletaria.
La simplificación que acabo de hacer de un proceso que lleva su tiempo debe entenderse en términos relativos pues el bienestar sigue siendo más que nada aspiración para el grueso de la población mundial. Pero lo cierto es que los socialistas pecharon siempre con el sambenito de cómplices del capitalismo por buscar concesiones. Con el consuelo, eso sí, de sentirse avalados y orgullosos por logros, como la Seguridad Social o la Sanidad universal, que suscitaron tantas emulaciones que, es fama, el franquismo “fusiló”, dicho sea sin segundas, algunos de esos sistemas con el añadido de retoques ad hoc para asegurar en el No-Do el protagonismo de su revolución nacional-sindicalista.
Al propio tiempo, a eso voy, en el campo de la oposición democrática clandestina se mantuvo, como importante secuela de la guerra civil, la enemistad y la fobia que separó siempre a PSOE y PCE y que ha llevado a algunos analistas a señalar que en el seno del bando republicano se libraba simultáneamente una enconada lucha social aunque no se entre demasiado en su incidencia en los frentes de batalla.
Conviene insistir en las ineludibles simplificaciones y recordar en cuanta medida la variada realidad española complica las cosas. No tanto por la existencia de comunidades con una fuerte personalidad socio-política-cultural sino debido a que no se ha conseguido (ni querido realmente) articular una estructura político-administrativa que las satisfaga. Quizá sea la construcción decimonónica del Estado liberal-burgués, fuertemente centralizado, el origen de un problema que no acaba de entrar en vías de solución, las que, por cierto, no se corresponden a las propuestas del autodenominado bloque “constitucionalista”, nada menos, integrado mayormente por la derecha aliada con los ultras.
Conviene recordar, otra vez y en plan pesado, que de los cuatro problemas graves con que inició España el siglo XX se han solucionado el militar, el religioso y el agrario de modo que sólo sigue ahí, dándonos disgustos, el de la organización territorial, político-administrativa del Estado.
Quizá venga bien recordar un día de éstos el discurso de Fernando de León y Castillo, a las Cortes Constituyentes de 1873. Fue una poderosa intervención la suya muy acorde con el conservadurismo de la época y contrario, por supuesto, a la Constitución federal inspirada por Pi i Margall. Al concluir León, sus palabras quedaron retumbando de tal manera que hubo quien consideró que el político grancanario había enterrado sin ayuda de nadie el proyecto constitucional. La cuestión territorial no volvió a ocupar un primer plano hasta que lo retomó la II República… y justo el 18 de julio de 1936, qué cosas, publicó El Tribuno, órgano de los republicanos federales de Franchy y Roca, un proyecto de Estatuto de Autonomía de Canarias del que no volvió a saberse, como habrán supuesto. No está de más recordar estas cosas en los días que vivimos.
¡Los “constitucionalistas”, madre!
Tengo la sensación de que vamos camino de repetir la Historia. Al menos, sospecho que algo de eso planean los del tripartito derechoso. Lo digo porque todos los días, como el otro que dice, PP y Cs acusan al PSOE y a Pedro Sánchez de siniestros planes nada menos que para romper España y “revelan” sus compromisos secretos para conceder indultos a todo bicho viviente. Un revival pepero de los tiempos en que acusaban a Zapatero de querer usar la presidencia del Gobierno para vengar, nada menos, a su abuelo fusilado por los franquistas durante la guerra civil. Fue tal el cúmulo de acusaciones, como la referida a los pactos de los socialistas con ETA para perpetrar atentados, que resulta increíble que la Justicia no haya intervenido para cortar el flujo incesante de noticias falsas para atemorizar a la población para que obre en consecuencia y retire su apoyo a los calumniados, pues de calumnias se trata. Y si llama la atención que la Justicia no obre de oficio, debería actuar directamente el Gobierno contra estos partidos, concretamente el PP y Cs. que se autocalifican de “constitucionalistas”, condición que niegan a otros, al tiempo que aparecen abriéndole a Vox las puertas de las mismas instituciones por las que quieren Abascal y los suyos/as calzar junto con el actual sistema constitucional.
Aquí debe matizarse que Vox está en su derecho a rechazar la misma Constitución que le ampara siempre y cuando respete el que tiene sus conciudadanos a apoyarla. Un conflicto a resolver dentro del marco legal y no, desde luego, mediante la puesta en circulación falsas sospechas presentadas como hechos comprobados. Convendría recordar, vuelvo a Zapatero, el largo recorrido, más de una legislatura, de las acusaciones acerca de su complicidad con ETA para matar, nada menos; todo para salvar a Aznar de la quema pues todo el mundo sabía que los atentados de Atocha fueron la venganza yihadista por la participación en la agresión a Irak que Aznar le impuso al país. Y ya no entro en la muy escasa ejemplaridad del PP que agotó todas las formas y maneras de corrupción con daño evidente para los españoles. Por ejemplo, los 60.000 millones de euros del rescate bancario, que se presentó como un préstamo ventajoso que la misma Banca devolvería sin cargar a los españoles debería aconsejar al PP a no gallear tanto, al menos en los términos en que suele hacerlo. Por si no lo saben, la Banca no pagó por lo que el cargo se le hizo a los españoles.
Son muchos los que pensamos que semejantes actuaciones y otras que no menciono no hacen sino debilitar la confianza de la gente en instituciones que acaban por degradarse y llevarnos a situaciones como las que vivimos en el siglo XX. Nada menos que dos guerras mundiales con la propina de la contienda civil española hasta llegar a las puertas de una explosión tecnológica al tiempo que comienzan a percibirse fenómenos inquietantes como el retorno de nacionalismos extremos, con frecuencia de corte fascistoide y el apoyo de quien ejerce ahora mismo el liderazgo de la primera potencia planetaria y que parece abocado a repetir en las elecciones USA del año que viene.
En este sentido, conviene nor perder de vista a Steve Bannon, ex consejero de Trump, que no oculta su trabajo de promoción en Europa de una Internacional ultraderechista que desarticule y destruya la Unión Europea y lo que haga falta para dejar al mundo a merced de quienes ya lo controlan. Bannon ha hecho grandes elogios de Vox y de sus dirigentes de los que piensan que no tardarán en desplazar al PP y Cs y no para de recorrer Europa moviendo peones entre los que figuran Nigel Farage y otros dirigentes del Brexit.
Y acabó aquí porque ya estoy lo bastante deprimido.
Contra lo que su propio nombre indica, la perplejidad es asombro ante lo insólito o inesperado sin que se sepa, a ciencia cierta, si quedarse sin habla equivale a no saber qué decir. Pero no nos preocupemos por medios días habiendo días enteros. Quiero decir que si a las 48 horas los síntomas persisten y ganan intensidad es debido a que el estupor inicial se ha transformado en “estado de perplejidad” que podría devenir crónico si cuanto nos viene mal dado se pone peor. Así las cosas, me topé en la tele a Pablo Iglesias, líder de Unidas/Podemos batallando la intemerata para llevarse al huerto a Pedro Sánchez, presidente en funciones del Gobierno español, quien, además de no estar por dejarse llevar tampoco renunciaba a calzar él por su oponente.
Desconfianza mutua