El Estado de las Autonomías, una pobre democracia
No entender nada de lo que ocurre dejó de preocuparme gracias, por un lado, a que ya estoy saturado de esta gente y sus embestiduras y por el otro a Alejandro Nieto, que fuera catedrático de Derecho Administrativo en la Universidad de La Laguna y después en las de Alcalá de Henares, Complutense y Autónoma de Barcelona; además de presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y Premio Nacional de Ensayo en 1997. De su etapa en las Islas son los Estudios de Derecho Administrativo Especial Canario, publicados por el Aula de Cultura del Cabildo de Tenerife entre 1967 y 1972. Los seis volúmenes de que consta la edición recogen las aportaciones interdisciplinarias al seminario que durante esos años dirigiera el profesor Nieto. Lo recuerdo porque si entonces los trabajos del seminario me sirvieron lo suyo, hoy tengo delante su ensayo titulado El desgobierno de lo público, publicado por Ariel en 2008. Un trabajo repleto de proposiciones útiles para quienes quieran zafarse de la manipulación permanente de la realidad por el Gobierno, los partidos y su aparato mediático. Sus análisis, ocho años después siguen siendo válidos, a mi entender al punto de que es posible forzarlos un poco para encontrar el sentido, el origen más bien, del lío en que estamos.
El desgobierno y la partitocracia
Define Nieto desgobierno, su concepto de partida, por contraposición a la idea de mal gobierno, que va unida a mala administración. Si el mal gobierno obedece a políticas públicas equivocadas, a la incompetencia de quienes las establecen y la mala administración a una gestión desacertada o negligente, el desgobierno “lleva consigo la nota de intencionalidad y no la mera ignorancia o incapacidad que provocan un mal gobierno o una mala administración”. Recuerdo a un viejo maestro de periodistas que, al oírme comentar el absurdo de una decisión de cierta autoridad (franquista, por supuesto), me espetó que el ignorante era yo si pensaba que el hombre no sabía lo que se traía entre manos: seguro que actuaba en beneficio de algún allegado o de él mismo. El desgobierno, aprendí entonces, se busca, se procura, se implementa y lleva siempre (o casi siempre) aparejada la corrupción con demasiada frecuencia vista como el proceder normal, que para eso hicieron una guerra.
La corrupción es para Nieto el desgobierno en estado puro y a partir de esa afirmación se adentra en la indagación de las causas y finalidades del desgobierno del Estado tan útil para la partitocracia. Ésta, en fin, utiliza la ideología autonomista como sucedáneo de la democracia, su sustituto que permite la patrimonialización privada de lo público por aquello de la supuesta mayor eficiencia elevada a regla de oro o dogma de fe. Añadiría que tan interiorizado tienen esaverdad que con frecuencia quienes lo adoptan están sinceramente convencidos de hacer lo correcto. En cualquier caso, lo hacen en evitación de males mayores. Se me ocurre como ejemplo esa ley del Suelo con la que Fernando Clavijo espera conseguir la inmortalidad y que tanto entusiasma a empresarios y especuladores. Sólo queda dilucidar si se lo cree, él y su equipo e inquieta la posibilidad de que cuando lo sepamos sea ya demasiado tarde.
El proceso partitocrático
En relación al carácter partitocrático de la democracia española, el proceso político arranca de una oligarquía que se apodera del aparato del partido. Después, si ese partido gana las elecciones procura marginar a sus adversarios, con los que no se ha coaligado, y ocupar el aparato del Estado sin contemplaciones, pues sus dirigentes tienden a considerar el triunfo patente de corso para imponer su política. Es curioso, por decirlo con prudente contención, que invoquen los millones de votos obtenidos para hacer lo que les cuadre mientras incumplen las promesas de campaña, teórica razón por la que se les eligió. Más de uno se ha jactado de que los programas están para no cumplirlos.
Facilita la engañifa que implica el incumplimiento de las promesas el hecho de que la gente no elige a quienes quieren sino a quienes les ofrecen los partidos de modo que los electos no se sienten obligados con sus electores sino dependientes de la oligarquía política que los ha ungido y que será, al fin y al cabo, la que le permita continuar y ascender en política. Si mal no recuerdo, fue Calígula el emperador romano que invistió senador a su caballo predilecto. Así, convierte la partitocracia el poder constitucional del Estado en beneficio institucional del partido y personal de sus componentes y allegados. La desafección queda servida y es significativa la alarma que en los partidos serios provocaron los planteamientos de Podemos y el alivio con que reciben cualquier indicio de su aceptación de los modos y maneras de la “vieja política” sin renunciar por ello a enviarlo a las tinieblas exteriores no vaya a sufrir unas recaída. No estaría mal conocer la opinión en este asunto del profesor Nieto.
Todo ese proceso de ocupación del aparato del Estado y de explotación del Poder público encuentra la oposición de algunos contrapesos institucionales o de otro tipo. Entre ellos figuran la burocracia profesional que vigila el cumplimiento de las leyes y el respeto a los procedimientos administrativos y los intereses de las instituciones públicas; la oposición política y la presión social. El partido gobernante, ahora mismo el PP, tiende a desmontar esos contrapesos para que nada se le resista a su ejercicio de poder. La recordada advertencia de Alfonso Guerra de que no saldrían en la foto quienes se movieran iba por ahí. El desmantelamiento de la estructura funcionarial tradicional ha sido sistemática con la paulatina instauración de la arbitrariedad y el nepotismo en los nombramientos: no interesa una gestión honesta de la cosa pública que para la partitocracia es el botín que corresponde al ganador en cada momento; que procurará entenderse con la oposición política para que no se exceda en su papel y sea consciente de que mañana serán ellos los que manden y disfruten del botín. Mantienen, pues, un ten con ten y en cualquier caso no hacer demasiada sangre si las circunstancias aconsejan dejar a un lado el pacto de no agresión. Por ejemplo cuando excepcionalmente se advierte un estado de opinión que se traduce en alguna presión social que puede ser aprovechada electoralmente para cambiar al titular del botín o servir de espita al descontento que suele diluirse ante la falta, buscada intencionadamente, de vías de participación ciudadana. No se ven por ninguna parte las organizaciones sindicales, que no están ni se les espera si bien, imagino, continuarán figurando en los presupuestos del Estado. Lo raro es que la actual situación de bloqueo no se generara antes, a medida que la corrupción pasaba de melodía de fondo a tremenda tamborrada.
Corrupción y pacto de no agresión
Insiste mucho el PP en que siguen siendo sus siglas las más votadas. En más de una ocasión se ha llegado al punto de considerar los resultados electorales equiparables a una absolución judicial. Dios y la Historia nos absolverán, vienen a decir con bastante desvergüenza. No se reprochan de verdad los partidos sus malas actuaciones pues prima como digo el hoy por ti, mañana por mí.
Ya se dijo que a veces se rompe el pacto de no agresión en situaciones concretas pero sin ir demasiado lejos. Como habrán visto, las denuncias por corrupción se airean y se olvidan con la misma y las que acaban en los juzgados, suelen eternizarse, entre otras cosas porque los mantienen faltos de medios pues son los mismos investigados los llamados a dotarlos. Todos denuncian la precariedad de medios de la Justicia, pero sin acabar de solucionar el problema. Lo que, mucho me temo, dificulta abordar la corrupción como la enfermedad social que es y que encuentra en la política un magnífico caldo de cultivo. Abordarla como enfermedad social, que como tal la considera Nieto, implicaría, pues, un necesario cambio de actitud de los partidos. Si uno tuviera el ingenio de El Roto diría que cuando le sientan la mano a uno al que se le fue más de la cuenta no es que se le castigue por corrupto sino porque fue tan idiota que lo cogieron. Tendrían los partidos que tratar de sensibilizar a la opinión de lo fea que es la corrupción, de que robarle al Estado es drenar fondos a la satisfacción de las necesidades ciudadanas. En lugar de eso se recurre a lo de la manzana podrida, a que los incidentes de corrupción son casos aislados, a que la corrupción es personal e intransferible, como el carné de identidad y que los partidos no sólo no delinquen sino que son los primeros y más perjudicados. Ahora mismo, aunque las cosas están cambiando, esa forma de abordar hace que las condenas no afecten a la credibilidad pública de los políticos, que suelen salir reelegidos mientras los oligarcas de su partido los mantengan de candidatos.
Están los peperos, por ejemplo, tan imbuidos de que las cosas son así que ahí tienen la escandalera del nombramiento de Soria para el Banco Mundial. Hay quien ha considerado el episodio nueva muestra de la arrogancia del PP, pero yo creo que le cogió tan de sorpresa la reacción incluso del propio PP que debe pensarse en la posibilidad de que hayan querido darle unos golpitos a Rajoy quienes en Euskadi y Galicia van a enfrentarse a las urnas en unos días. Es verdad, desde luego, que Soria no está condenado ni siquiera imputado lo que ha permitido a sus incondicionales rasgarse las vestiduras corriendo el riesgo de que se vuelva a hablar de la Justicia más de la cuenta. De momento, algunos han lanzado la inmensa estupidez de que el ex ministro tiene derecho a ganarse la vida e insinuar poco menos que una conspiración para enviarlo a las listas del paro. Donde, por cierto, coincidiría con algunos que están allí a resultas de sus intemperancia y despotismo facha. Lo cierto es que no resulta una buena carta de presentación (y de representación) de España en el Banco Mundial y que no es menor la idiotez de afirmar que el cargo, al que acabó renunciando, no es político.
Realidad real y realidad virtual
Volviendo al principio, a la dificultad de comprender el mundo en que estamos, dice Nieto que “no basta con abrir los ojos, observar lo que nos rodea y reflexionar un momento sobre lo que hemos visto. Porque de hecho, entre nosotros y el mundo se alzan unas barreras que nos impiden percibir incluso las percepciones más sencillas […] Algo siniestro deben estar haciendo puesto que tanto se esfuerzan en que nadie lo sepa”. Insiste en que vivimos en un mundo que casi no podemos ver porque hay un aparato público que nos lo oculta con un discurso político mendaz y un mundo oficial, virtual, el que transmiten incansablemente los medios de comunicación donde los maestros de pensar, como lo fuera Ortega y Gasset con sus “geniales simplificaciones”, han cedido el lugar a tertulianos que ahogan las voces independientes “que ya no pesan ni cuentan sencillamente porque no se oyen”.
Lo más alentador ahora mismo en España es que, al menos de momento, hay poca propensión a la violencia política. Esta ha sido sustituida por la manipulación mediante la utilización de los recursos del Estado para gastar en técnicas de mercadotecnia que permitan conseguir los resultados que desea el partido de turno.
En este juego de realidades, la real y la virtual, juega su papel la ideología autonomista que para Nieto es el sucedáneo de la verdadera democracia. El capítulo que dedica al tema lleva un título definitorio: Las máscaras autonomistas. Este nos retrotrae a los últimos tiempos del franquismo en que la oposición clandestina adoptó aquello de “Amnistía, libertad y estatutos de autonomía” que campaba en las pintadas, pancartas y gritos. No se mentaba la democracia ni nadie la echó en falta porque se entendía implícita en las tres reivindicaciones y desde luego en la referida a las autonomías que para Nieto han sustituido a la idea de democracia. Considera que “una vez más la magia de las palabras ha deslumbrado hasta permitir el contrabando de lo más perverso sustituido”. Piensa el autor que “Autonomía, por más que sea palabra de moda, no equivale a democracia y en ocasiones –como está ocurriendo actualmente entre nosotros- sirve precisamente para vaciar a las instituciones de su contenido originario para colocarlas en manos de una oligarquía de partido”. Remata Nieto una larga serie de consideraciones en el resultado del sistema autonómico español, asombro según el PP, cosa que desde luego no pongo en duda por otras razones: “el poder se despieza y reparte bajo el compromiso de que nadie interferirá en lo que hagan los demás”, asegura Nieto que, a mi entender, no valora en este caso que las cúpulas partidistas a través de su control del aparato del Estado sí que interfiere para combatir a los que tratan de actuar en sus territorios con criterios de verdad autonómicos. Les dan de gorrazos por pollabobas.
No entender nada de lo que ocurre dejó de preocuparme gracias, por un lado, a que ya estoy saturado de esta gente y sus embestiduras y por el otro a Alejandro Nieto, que fuera catedrático de Derecho Administrativo en la Universidad de La Laguna y después en las de Alcalá de Henares, Complutense y Autónoma de Barcelona; además de presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y Premio Nacional de Ensayo en 1997. De su etapa en las Islas son los Estudios de Derecho Administrativo Especial Canario, publicados por el Aula de Cultura del Cabildo de Tenerife entre 1967 y 1972. Los seis volúmenes de que consta la edición recogen las aportaciones interdisciplinarias al seminario que durante esos años dirigiera el profesor Nieto. Lo recuerdo porque si entonces los trabajos del seminario me sirvieron lo suyo, hoy tengo delante su ensayo titulado El desgobierno de lo público, publicado por Ariel en 2008. Un trabajo repleto de proposiciones útiles para quienes quieran zafarse de la manipulación permanente de la realidad por el Gobierno, los partidos y su aparato mediático. Sus análisis, ocho años después siguen siendo válidos, a mi entender al punto de que es posible forzarlos un poco para encontrar el sentido, el origen más bien, del lío en que estamos.