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La cruel venganza de las criadillas del toro

Que la Fiesta Nacional, la fiesta por excelencia, el gran motivo de orgullo patrio, sea torturar a un animal hasta la muerte no parece muy digerible a priori. Nadie podría negar que el asunto tiene bemoles, sostenidos e, incluso, tresillos con las dos primeras corcheas ligadas. No es swing el toreo, pero sí danza. Macabra, plena de gitanillas en flor, tendidos de sol y sombra, trompetas, pasodobles, trajes de luces, luces, faralaes, espantos, gafas negras, barrigas, puros de altos humos y pañuelos blancos al viento pidiendo orejas segadas y rabos en su sangre.

Cuando era adolescente leía a Astérix y Obélix, y recuerdo perfectamente uno de los acartonados volúmenes dedicado a las experiencias en Hispania de estos dos héroes que, profundamente puestos con las alquimias del druida Panorámix, destrozaban romanos a diestro y siniestro. Ninguno de los dos estaba por la inmigración indiscriminada ni por la ocupación de las Galias por el imperio de los césares. El caso es que, puesto que nuestro país entonces no era provincia de la UE sino de Roma, vinieron a ver de qué iban nuestros colegas de entonces. Y encontraron que, cada vez que llegaban a un pueblo, ese pueblo estaba en fiestas. La observación hizo que pensara en la diferencia entre nuestra cultura y la protestante en lo que a valor del trabajo se refiere. Pero ello, obviamente, fue después.

VODKA CON SALPICONES DE SANGRE

VODKA CON SALPICONES DE SANGREPese a que hablamos de la Fiesta Nacional, no voy a entrar al trapo del maniqueísmo y la disquisición simplona que he visto estos días. ¡Que inventen otros! Sí voy a destacar que el salvajismo, el vandalismo y la crueldad con seres vivos forman parte de bastantes festejos en los que el personal se lo pasa en grande dándole a la intoxicación etílica un barniz vampírico. Para entendernos, en vez de vodka con Red Bull, vodka con salpicones de sangre, con las bendiciones de la autonomía, el ayuntamiento correspondiente, el párroco y las fuerzas del orden. Dicen algunos que el toro como Marca España viene de que la geografía de nuestro país tiene forma de la piel de ese animal extendida como una moqueta. Eso sí, con sus mesetas y cordilleras. Tal vez tengan razón. El asunto es que el trato y el retrato del bravo animal no se limita a la Fiesta Nacional. Hay mucho más que picadores con sus lanzas desde blindados equinos, banderillas desgarrantes para el rápido desangrar, estoque desde el cuello a las entrañas y puntilla junto a valla o burladero si el pobre bicho no muere para lograr de una vez por todas el descanso eterno. Porque el toro, aunque embiste con la rabia que le deja su vida arrancada poco a poco, quiere irse pronto arrastrado por las mulillas, dejando estelas de ocre y grana en el albero. No acaba ahí el sufrir de su especie. Los mozos de aberrante testosterona – también bañados en alcohol – salen en otros sitios a clavarle lanzas hasta la muerte – ¡Ay Toro de la Vega! – para a la botella añadir la sangre que construye la fiesta de patéticas risas. En otros lugares, al toro se le colocan bolas de fuego en las astas. Y el animal aterrado corre sin saber que rumbo tomar mientras las gentes torean con el cuerpo el espantoso estrés del bocel.

GANSOS DESCABEZADOS, CABRAS AL VACÍO

GANSOS DESCABEZADOS, CABRAS AL VACÍOEs muy posible que llevemos al toro en los genes, de ahí que cuando escucho toro escucho Minotauro, que de Minos parece venir esa afición que convoca al enfrentamiento de las dos Españas desde el despropósito, el disparate y el esperpento. Siempre y, más aún, cuando un torero deja la vida en el ruedo. A la fiesta siempre va unido el sufrir. Por ello, la fiesta tiene un halo muy triste. Tan triste, que hasta al acudir a las urnas para votar y no elegir le llaman Fiesta de la Democracia. De la inexistente democracia. Pero eso es política dicen, que las gentes piensan que las cosas de la política son de otro mundo. Que no atañen a la polis, ni a su vida, ni a su pecunio. Y continúa pasando la vida. Si no hay un toro a mano, no importa, que la alegría es adrenalina y glóbulos rojos. Se colocan gansos bocabajo amarrados por las patas y pasan raudos jinetes que se llevan sus cabezas. O se lanzan al vacío cabras desde un campanario. Desde el mismo en que las campanas convocan fieles a misa o los tañidos se llevan los sueños del ayer.

He visto estos días, después de la tragedia en Teruel del joven torero Víctor Barrio, la escenificación grotesca de la intolerancia. El desprecio a la vida expresado como un esputo también sanguinolento de quienes llevan la tuberculosis del odio en el alma, si la tuvieran. Yo no soporto el sacrificio de los toros de lidia. Permanecen entre nosotros, como tantas cosas, sólo por interés económico. Son negocio del que se benefician los grandes ganaderos, los que llevan las plazas, los toreros iletrados que traducen la gloria a sus cuentas bancarias y se casan con modelos del dolce far niente para generar ese alto standing que alimenta la prensa del corazón. Non olet, que decía Vespasiano. Los argumentos versallescos en defensa de la belleza y la liturgia de esa fiesta los desprecio como Machado las romanzas de los tenores huecos. También había belleza en el sacrificio de jóvenes vírgenes, también la quieren para sí los pederastas – muchos de ellos, ministros de Dios – asimismo, la reclaman quienes realizan las películas snuff … y De Quincey, Apollinaire y Sade unieron el placer al asesinato y el culmen del gozo sexual a acompañar el orgasmo con el último estertor de la víctima.

¡QUE NO QUIERO VER LA SANGRE DE IGNACIO SOBRE LA ARENA!

¡QUE NO QUIERO VER LA SANGRE DE IGNACIO SOBRE LA ARENA!Enfrentar los temas más complejos es obligación. No cabe la indolencia. Así que, para no quedar fuera del incendio de las redes y el gélido encuentro de las dos Españas, para no aparentar cobardía ni ser el fantoche que va en romería tras la Cofradía del Santo Reproche, escribí, tras la muerte del torero, el texto que aquí dejo:

Voy a ser muy positivo. Pese a la tragedia de la muerte del joven torero, creo que debemos celebrar, henchir el corazón y alegrarnos con amplia sonrisa española, al viento pleno de gitanillas, castañuelas, trompetas y faralaes, porque el último deceso de uno de esos aguerridos luchadores aconteció hace 29 años. No me queda otro remedio que pronunciarme aquí en contradicción del maestro de la sensualidad porteña suelta de bandoneón, navaja, liga y arrabal. Veintinueve años son años, aunque veinte no lo sean. 29 años son más de siete legislaturas de manifiesta imbecilidad en toda la amplia extensión de la palabra. Imbecilidad, ese vocablo que puede más, muchísimo más, que el toro de lidia. Desde la economía a la política, pasando por el cultivo personal y la convivencia. No hay pasodoble, banderillas, picador, estoque y puntilla capaces de acabar con el agudo cretinismo de las sociedades ajenas a la materia gris. Es por ello, por mi amor del mirar lejano a las vísceras, por lo que, si contradije a Carlos, debo mostrar mi respeto por Antonio, el poeta triste de las dos Españas, siempre manifiestas, siempre manifestándose. Debo asimismo, bajo la noche del cielo, escuchar a Max Estrella, que es Valle y no colina, y derramar los ojos por el esperpento de este país de distorsión reflejada en los espejos cóncavos y convexos de su historia. De su pasado, de su presente y de la construcción de su futuro. Que debemos henchir el alma y, con los labios presos de histérica risa alcoholizada, en la calle, codo a codo, rostro a rostro, enfrentarnos a la muerte agazapada con el hálito festivo de las masas desbocadas. Lanzar cabras desde los campanarios, arrancar el cuello de gansos mientras pasan a la vera otros de coche oficial, colgar galgos de los árboles como sangran corazones de tinieblas de aquel Conrad de los tiempos. Y al toro. Al toro dadle aún más gloria. Que corra aterrorizado y de fuego embolado en sus astas, que se desangre con saña lanceado en medio de un reguero de rojo tenebrista y testosterona demenciada. Pero, hacia mi guardad silencio. A mi, a mi dejadme con Lorca. Tal vez allá en la oscura esquina donde duerme el arpa. No me obliguéis a colocar el verbo en ciénagas luciferinas de odio. Ni a las cinco de la tarde junto al sol ni en la madrugada de relentes y pasiones.

TOROS QUE OBSERVAN VIOLACIONES

TOROS QUE OBSERVAN VIOLACIONESYa se ha disparado el chupinazo desde el balcón del Ayuntamiento y vuelve el toro. Y hay blancos de pañuelo rojo y boina negra que van a demostrar su valentía. Por los estrechos callejones corre el encierro, que de eso se trata, de encerrar morlacos en la plaza para luego ser muertos al estilo acostumbrado. Y renace el animal en el toro y revienta el animal en la basura que tiene forma de hombres. Y otra vez alcohol y drogas. Y ya no va a ser el negro astado de lidia el único objetivo de la violencia. La barbarie siempre se ceba en los más débiles y Pamplona se salpica de violaciones. Algunas cometidas por un grupo de criminales. De la Sevilla festiva de abril al norte jubiloso de julio. Llegaron para vejar en lo más íntimo a una chica de 18 años en lo oscuro de un portal que jamás olvidará. Y lágrimas de sangre vierte el gran cornúpeta cuando le quitan la vida. Y lágrimas de sangre caen sobre vírgenes pechos mientras desechos de carne podrida penetran su más intima oquedad. Uno de ellos filma la gesta, que siempre hay tecnología punta para inmortalizar la grandeza. “’En el camino, aprovechando que estaba abierto el portal número 5 de la calle Paulino Caballero, sujetaron a la joven ”por las muñecas“ y la obligaron a entrar. La rodearon y, ”valiéndose de su superioridad física y de la imposibilidad“ de la víctima ”para solicitar auxilio“, llevaron a cabo varias agresiones sexuales ”mientras grababan los hechos“. Después, le quitaron el móvil de la riñonera y abandonaron el lugar’”.

¡Que no quiero verlo! Y el toro de Osborne cumple 60 años en el silencio de los campos, mirando como los hombres conducen enloquecidos cacharros por caminos tan negros de alquitrán como su piel inmóvil del permanecer sin vivir. Sin pacer. Sin sentir la hierba fresca. Sin la gloria de morir en la plaza ni acercarse a comentar la tragedia con sus hermanos. El Toro de Osborne, símbolo de un país que debe replantearse muchas cosas.

EL ‘ALTER EGO’ DE PICASSO

EL ‘ALTER EGO’ DE PICASSOQuizá fue Picasso en La Minotauromachie, un aguafuerte, buril y rascador fechado en 1935 quien dio al toro de lidia un lugar en la intensa tragedia de la corrida entendida como belleza y torsión de la sensibilidad obsesionada. Muchas veces dijo el pintor de Málaga que el Minotauro de Creta era su alter ego. Y luego llegaría el Guernica, con el terror de los hombres de brazos alzados, el toro epatado y el caballo de la lengua aguijonada. Con sabor a stuka y fascismo, a destrucción y muerte, a gran plaza de fratricidio.

Del mare nostrum vinimos y en los libros descubrimos la mitología de lo que somos: “Minos, hijo de Zeus y de Europa, pidió apoyo al dios Poseidón para que su gente lo aclamara como un temprano rey, ya que su padre Asterión (hijo de Téctamo) era el antiguo rey ya difunto de Creta. Poseidón lo escuchó e hizo salir de los mares un hermoso toro blanco, al cual Minos prometió sacrificar en su nombre. Sin embargo, al quedar Minos maravillado por las cualidades del hermoso toro blanco, lo ocultó entre su rebaño y sacrificó a otro toro en su lugar esperando que el dios del océano no se diera cuenta del cambio. Al saber esto Poseidón, se llenó de ira, y para vengarse, inspiró en Pasífae un deseo tan insólito como incontenible por el hermoso toro blanco que Minos guardó para sí. Para consumar su unión con el toro, Pasífae requirió la ayuda de Dédalo, que construyó una vaca de madera recubierta con piel de vaca auténtica para que se metiera. El toro yació con ella, creyendo que era una vaca de verdad. De esta unión nació el Minotauro, llamado Asterión”. La historia siguió adelante … pero ya es otra.

EPÍLOGO

EPÍLOGOCanarias fue la primera Comunidad Autónoma en prohibir las corridas de toros. La Ley Canaria de Protección de Animales, aprobada en 1991, descartó los espectáculos sangrientos con animales, entre ellos las corridas de toros, si bien aún están permitidas las peleas de gallos.

Que la Fiesta Nacional, la fiesta por excelencia, el gran motivo de orgullo patrio, sea torturar a un animal hasta la muerte no parece muy digerible a priori. Nadie podría negar que el asunto tiene bemoles, sostenidos e, incluso, tresillos con las dos primeras corcheas ligadas. No es swing el toreo, pero sí danza. Macabra, plena de gitanillas en flor, tendidos de sol y sombra, trompetas, pasodobles, trajes de luces, luces, faralaes, espantos, gafas negras, barrigas, puros de altos humos y pañuelos blancos al viento pidiendo orejas segadas y rabos en su sangre.

Cuando era adolescente leía a Astérix y Obélix, y recuerdo perfectamente uno de los acartonados volúmenes dedicado a las experiencias en Hispania de estos dos héroes que, profundamente puestos con las alquimias del druida Panorámix, destrozaban romanos a diestro y siniestro. Ninguno de los dos estaba por la inmigración indiscriminada ni por la ocupación de las Galias por el imperio de los césares. El caso es que, puesto que nuestro país entonces no era provincia de la UE sino de Roma, vinieron a ver de qué iban nuestros colegas de entonces. Y encontraron que, cada vez que llegaban a un pueblo, ese pueblo estaba en fiestas. La observación hizo que pensara en la diferencia entre nuestra cultura y la protestante en lo que a valor del trabajo se refiere. Pero ello, obviamente, fue después.