Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Barcelona y Master en Periodismo y Comunicación por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Fue Jefe de la Sección Política del periódico Canarias 7, Jefe y analista de la Sección de Economía del periódico La Provincia, Jefe de las secciones Nacional, Internacional, Edición y Cierre de La Opinión de Murcia, Corresponsal y analista económico en Canarias del periódico La Gaceta de los Negocios, Director del diario La Tribuna de Marbella, Jefe del Gabinete de Comunicación del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, Director del diario La Gaceta de Las Palmas, Cofundador y director del peridico digital CanariasAhora.com. Director del Canal Canarias de la productora Media Report y Director de la Televisión Canaria Internacional. Como escritor, ha publicado cinco libros.
Memoria del esperpento
No estaba yo todavía en las cosas de la pluma, en el buen sentido de la palabra bueno - jamás he tenido armarios sino roperos de cuatro puertas - cuando me topé con la España de Max Estrella y Don Latino sin que tampoco me hubiera internado aún en esos mundos de Valle Inclán que genialmente dibujaron lo que es nuestro país: la realidad deformada tras su exposición ante espejos cóncavos y convexos. Luego me enteré de todo y, vapuleado por esa aleatoria y caprichosa tempestad Fuerza 10 que es la memoria- recordar es una mar arbolada -, me llega de vez en cuando, como este domingo al levantarme, me asalta sin que lo quiera y sin saber por qué, la imagen de Fraga con un Meyba (yo siempre pensé que eran unos calzoncillos) bañándose en la Playa de Palomares, tierras de Almería donde Sergio Leone y Ennio Morricone unieron sus talentos para hacer posible western históricos y de culto a los que los catetos de la época llamaron spaguetti.
Esta nación que fue tan grande no es muy dada hoy al pensamiento y la imaginación, de modo que sólo puedo achacar a la ignorancia que las nuevas generaciones – desnortadas como los partidos políticos emergentes – enredadas entre ninis, ifones y wassaps, todavía no hayan acudido a nuestro gran acervo cultural para construir rap de calidad como Dios manda y bendice el Papa Francisco. En fin, estábamos con los calzoncillos de Fraga, genuino producto de la dictadura franquista quien, para mi, es el Cela de la política. Inteligente y maleducado. A Camilo le dieron el Premio Nobel y Manuel inventó Alianza Popular que es ahora Partido Popular sin haber dejado de ser lo que era. De eso, un tal Bárcenas sabe un rato. No conocerán, casi seguro, nuestros jóvenes – excepto tal vez los que han emigrado a Europa para escapar de una tasa de desempleo vergonzante y vergonzosa – que el 8 de marzo de 1966 – cómo se escurren los siglos – dos aviones de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos volaban sobre Almería. Uno de ellos era un aparato nodriza y el otro, el celebérrimo B-52, bombardero que a todas partes que fue dejó memoria amarga de sí, como decía D. Juan Tenorio. Total, que los aviones colisionaron, siete militares pasaron a mejor vida y cuatro bombas nucleares cayeron y casi revientan un toro de Osborne. Afortunadamente, no ocurrió así. Un cacharro cayó en la mar y tres de hidrógeno en tierra entre invernaderos para el cultivo de tomate. Sin comunicar nada a Juliano Bonny y Roberto Góiriz por si acaso, dejaron las tomateras bien regadas con plutonio. Menudo marrón, aunque el tomate es rojo. Por ello ha sido fusilado muchas veces.
No era yo in illo tempore ni siquiera barbilambiño, pero ya comenté que me fuí enterando de todo a posteriori. Fundamentalmente, dándole la paliza a mi padre a base de interrogatorios al estilo Pinochet, Videla o Galtieri. Por otra parte, como aún no conocía Covent Garden, ni Carnaby Street, ni a Twiggy, ni Camden Town, ni Nothing Hill, ni Harrod's, ni el Big Ben, ni sabía lo mal que lo había pasado Ana Bolena en la Torre sobre el Támesis y ni siquiera entablado amistad con Oscar Wilde, no disponía del background suficiente para abordar con humor inglés este episodio tan peculiar: lo importante no es que cayeran las bombas atómicas, no. Lo realmente relevante vino después. Estaba el asunto en aquello de la guerra fría, no resultado de glaciación alguna sino de las ganas que tenían de meterse mano norteamericanos y rusos, después de haber dado pasaporte a Adolf tiempo atrás y colocado un tremendo muro para que David Gilmour y Roger Waters compusieran un maravilloso tema. Por cierto, una nueva edición del Mein Kampf se está convirtiendo en un best seller en la Alemania merkeliana, lo que vendrá de maravilla para gestionar el asunto ese de la inmigración. Al respecto, no descarto en absoluto que Rajoy y Albert propongan reeditar en curtida piel de novillo y pergamino del mejor el Camino de Monseñor Escrivá de Balaguer. Mi camino de un nazi y el Camino del Opus Dei. Senderismo del bueno.
Fue el New York Times, según tengo entendido, el primero en publicar la noticia sin extenderse demasiado en explicaciones. Venía a decir el periódico que USA estaba buscando cuatro bombas nucleares que se le habían perdido. Por otra parte, en La escopeta nacional del Plan Marshall no interesaba demasiado que la población se alarmara ni que los rusos se partieran de risa y comenzaran a mofarse de la maquinaria bélica de los yankees. Siempre hay un Jabato, un Capitán Trueno o un Guerrero del Antifaz para arreglar entuertos, así que a Manuel Fraga y sus asesores se les ocurre dar una lección de hombría al populacho – los cojones del cura de Villalpando los llevan cuatro bueyes y van sudando – una lección a base de testosterona hispánica metiéndose – sin margullar, que conste - en las aguas de Palomares para demostrar que ni había radiactividad ni se la esperaba. A las tomateras no fueron, claro, porque allí sí había sabrosa lluvia criminal, resultado de que, aunque no hubo explosión, los detonadores de las tres bombas actuaran. Rajaron los latones como a cerdos por San Martín y el plutonio cogió las de Diego.
A estas alturas sociodantescas y simas de la Bolsa y la vida, uno ya no se sorprende de nada, pero pocas fotos más cutres he visto que las de D. Manuel y el Embajador de EEUU en España metidos en el Mare Nostrum marcando paquete y tableta de chocolate. Patético. Realmente patético. No hace falta ir a la semiología ni a la semiótica para apreciar que, ejercicios repugnantes aparte, la lectura de la ópera bufa no podía ser otra que ésta: si Fraga la palma, que nadie se bañe en Palomares y si sale triunfante de las aguas – algunos esperaban incluso que caminara sobre ellas – si sale de las aguas vivo, de nuevo a la arena, los espetos de sardinas, el tinto de verano, la rumba y el top less tras las piedras, si las hubiere. A este respecto, hay que señalar que, como los norteamericanos siempre han sido más rápidos con el revólver, el embajador, Biddle Duke se adelantó a Fraga y se metió sólo y motu proprio en la playa de Mojácar. Era una cuestión de pelotas. Esa acción, sin embargo, la conoce poca gente. Porque, donde estuviera Fraga con la Ley de Prensa bajo el brazo, que se quitaran John Wayne y Gary Cooper que estás en los cielos.
Ya daban los alianzapopulares por aquellos entonces muestras del respeto que les inspiraba la sociedad civil. El mismo que sentía la socialdemocracia de un tal González, fotografiado también en la mar liquidándose un Cohibas en la plataforma de baño de un gran velero. En este caso, no para demostrar ausencia de radiactividad sino para evidenciar claramente con quién se codea cuando vuela al Caribe tras dejar los consejos a la secta en Madrid. Pero estábamos con D. Manuel, terror de secretarias y lameculos, quién, aparte de hacer un hombre a Mariano conminándole a conocer hembra, aprovechó la ignorancia de un pueblo gobernado manu militari para hacer creer que la radiactividad es de acción inmediata y que su desplante torero iba a misa. Que iba. Nada más lejos de la realidad, como bien saben los habitantes de Hiroshima, Nagasaki o Chernobyl - ¿Qué pasa con la central nuclear japonesa que hasta hace poco seguía echando agua contaminada a la mar? -. Hoy, domingo 14 de febrero de 2016, a menos de un mes para que se cumplan 50 años de la caída de las bombas allá donde la Cuevas de Almanzora y del ridículo de Fraga, la zona de Palomares es una de las más contaminadas de la Europa Occidental. Y, verlo para creerlo, todavía anda por allí en Washington y por aquí junto al oso y el madroño, un dossier en torno al que debería haberse establecido una negociación para descontaminar toda la superficie afectada por el plutonio. Si te vi, no me acuerdo.
Todo el que lo sabe, sabe que el 7 de abril de 1966, ochenta días después de precipitarse a la mar, la bomba que cayó al Mediterráneo y te acercas y te vas después de besar mi aldea, fue recuperada presuntamente en completa posesión de sus facultades físicas y mentales. No hay que agradecer, sin embargo, a ninguno de los 16 barcos norteamericanos que buscaban el pegote asesino su descubrimiento y posterior recuperación. No. Fue un pescador de Águilas, pueblo que me encanta y amaba el gran Paco Rabal, quién se quedó con la movida de pleamares y bajamares y descubrió al monstruo dormitando como un lenguado o tiburón angelote en los fondos de Neptuno. Bastante tiempo después, ya les dije que el baño de Fraga en Palomares forma parte de mi bestiario personal, supe que el pescador se llamaba Francisco Simó y que, desde entonces, fue conocido en toda la zona como Paco el de la bomba. Cuentan que en El Pardo siguió hasta 1975 un tocayo suyo, Paco Franco Bahamonde, a quién su padre - maltratador, iracundo y alcohólico - le llamaba en muchas ocasiones Paquita. Y, en cuanto a Fraga, muchos años más tarde, cuando ya tenía la Licenciatura en Ciencias de la Información en el bolsillo, fui enviado como reportero del periódico Canarias7 a una conferencia de prensa que ofrecía el político en la antigüa sede del Gobierno Canario, en el Paseo de San Bernardo de las Palmas de Gran Canaria. Como siempre, adoptó un tono prepotente y chulesco frente a los periodistas. Le pregunté – el asunto estaba de total actualidad – si tenía alguna información sobre unas supuestas baterías de misiles que desde el Sahara apuntaban hacia las Islas Canarias. Cuando acabé de formular la pregunta ya resoplaba como un búfalo. De mala forma y elevando la voz me dijo: “Usted tiene muy malas intenciones”. Lo mandé al carajo y al día siguiente publiqué un artículo de opinión que por ahí debe estar en las hemerotecas. Me dijeron que el gran Paco Pepe Manrique de Lara, se había cogido un gran cabreo por cómo traté al boss. Born in the USA.
No estaba yo todavía en las cosas de la pluma, en el buen sentido de la palabra bueno - jamás he tenido armarios sino roperos de cuatro puertas - cuando me topé con la España de Max Estrella y Don Latino sin que tampoco me hubiera internado aún en esos mundos de Valle Inclán que genialmente dibujaron lo que es nuestro país: la realidad deformada tras su exposición ante espejos cóncavos y convexos. Luego me enteré de todo y, vapuleado por esa aleatoria y caprichosa tempestad Fuerza 10 que es la memoria- recordar es una mar arbolada -, me llega de vez en cuando, como este domingo al levantarme, me asalta sin que lo quiera y sin saber por qué, la imagen de Fraga con un Meyba (yo siempre pensé que eran unos calzoncillos) bañándose en la Playa de Palomares, tierras de Almería donde Sergio Leone y Ennio Morricone unieron sus talentos para hacer posible western históricos y de culto a los que los catetos de la época llamaron spaguetti.
Esta nación que fue tan grande no es muy dada hoy al pensamiento y la imaginación, de modo que sólo puedo achacar a la ignorancia que las nuevas generaciones – desnortadas como los partidos políticos emergentes – enredadas entre ninis, ifones y wassaps, todavía no hayan acudido a nuestro gran acervo cultural para construir rap de calidad como Dios manda y bendice el Papa Francisco. En fin, estábamos con los calzoncillos de Fraga, genuino producto de la dictadura franquista quien, para mi, es el Cela de la política. Inteligente y maleducado. A Camilo le dieron el Premio Nobel y Manuel inventó Alianza Popular que es ahora Partido Popular sin haber dejado de ser lo que era. De eso, un tal Bárcenas sabe un rato. No conocerán, casi seguro, nuestros jóvenes – excepto tal vez los que han emigrado a Europa para escapar de una tasa de desempleo vergonzante y vergonzosa – que el 8 de marzo de 1966 – cómo se escurren los siglos – dos aviones de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos volaban sobre Almería. Uno de ellos era un aparato nodriza y el otro, el celebérrimo B-52, bombardero que a todas partes que fue dejó memoria amarga de sí, como decía D. Juan Tenorio. Total, que los aviones colisionaron, siete militares pasaron a mejor vida y cuatro bombas nucleares cayeron y casi revientan un toro de Osborne. Afortunadamente, no ocurrió así. Un cacharro cayó en la mar y tres de hidrógeno en tierra entre invernaderos para el cultivo de tomate. Sin comunicar nada a Juliano Bonny y Roberto Góiriz por si acaso, dejaron las tomateras bien regadas con plutonio. Menudo marrón, aunque el tomate es rojo. Por ello ha sido fusilado muchas veces.