Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Barcelona y Master en Periodismo y Comunicación por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Fue Jefe de la Sección Política del periódico Canarias 7, Jefe y analista de la Sección de Economía del periódico La Provincia, Jefe de las secciones Nacional, Internacional, Edición y Cierre de La Opinión de Murcia, Corresponsal y analista económico en Canarias del periódico La Gaceta de los Negocios, Director del diario La Tribuna de Marbella, Jefe del Gabinete de Comunicación del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, Director del diario La Gaceta de Las Palmas, Cofundador y director del peridico digital CanariasAhora.com. Director del Canal Canarias de la productora Media Report y Director de la Televisión Canaria Internacional. Como escritor, ha publicado cinco libros.
Vale 'bizcochón'...pero yo primero me mando un cucurucho en los alicantinos!
Yo, y a mi mismo me refiero, fui chico durante una época. Pero me sentía grande. Y ahora, de momento, soy grande pero me siento chico. Como a uno le dé por pensar, se vuelve tarumba. El asunto es que íbamos mi sombra, mi boxer Bob y yo – el mismo de antes – caminado por el parque a cielo descubierto. Ya saben que el verano llega a Las Palmas de Gran Canaria en septiembre porque julio y agosto los pasa en Marbella con la jet-set y los golfos jeques del Golfo. Y no queda demasiado para que entren con fuerza los alisios y te empujen hasta el Caribe si estás harto de que te den el coñazo y optas por bajar un momento al estanco a comprar un paquete de Mecánicos Virginia. El sol nos estaba dando en la mollera – en la cabeza, no en los turrones – con tal ahínco y bad milk, que Bob se enganchó a un grifo público y a mi, por esas cosas mentales que tiene la mente, me vino a la misma unas terribles ganas de comerme un cucurucho de helado. Por la canícula y porque ya empieza la estación del Vendimiario, según el calendario revolucionario francés. Lo tuve muy claro: un cucurucho de turrón almendrado en Los Alicantinos, caiga quién caiga. Y casi me descalabro al tirar este salvaje de su correa y tropezar yo con las raíces de un flamboyán o Delonix Regia salido de madre. De la madre tierra. Prueba superada.
Los autos van dejando tuercas en el camino, los jóvenes son jóvenes de un modo irrefutable.
Aquí el amor transita sabroso y subversivo y hay mulatas en todos los puntos cardinales. Nada de
eso es exceso de ron o de delirio, quizá una borrachera de cielo y flamboyanes. Lo cierto es que esta
noche el carnaval arrolla y hay mulatas en todos los puntos cardinales.
A Bob le gusta el helado y todo lo que como. Y lo entiendo perfectamente, porque me llevo temiendo desde hace bastante tiempo que eso del pienso para perros y gatos no es más que otro invento para que no dejemos de consumir ni en el catre. En este peculiar terreno, preservativos o profilácticos de última generación, con sabor a fresa, plátano (lógico) o mandarina, más los correspondientes lubricantes por si las oquedades andan fastidiadas como los acuíferos o bien no hay tiempo para eso que llaman de manera cursi y estúpida “los juegos preliminares”. Casi siempre, en el caso de los hombres, esos juegos se reducen a contemplar la liga – no, la de la lencería, no – la Copa del Rey, la Champions, la Eurocopa y el Mundial. Y como esas vaselinas no pueden aliñar el pienso, los pobres bichos comen más seco que estaba Pepe Cañadulce, quien era en realidad José Santana Castro, un personaje del nivel de Lolita Pluma. De los más característicos de Las Palmas de Gran Canaria.
A Pepe se la jugó el corazón a los 72 años y lo mandó para Las Chacaritas. Dicen, porque yo ya dije que era más chico entonces, que Cañadulce fue un vagabundo simpático, el último pregonero de fiestas y jolgorios urbanos, y visitante asiduo de bochinches o guachinches donde el personal asistente se jincaba vinos y enyesques a discreción sin discreción alguna. Un disparate con el mágico sabor de la locura más cuerda.
Que sí, que a Bob le gusta el helado, pero si lo meto en el establecimiento, con ese jocico negro, la gente sale espantá y me cargo el negocio. Además, cuando come helado, entre el derretir del producto y su caudaloso salivado, deja el suelo como el lago Titicaca. Así que lo tuve que llevar a casa, después de cruzar una estrecha calle por la que circulaba a toda leche un golfiante o ruina con el buga tuneado, las ventanillas abiertas y soltando reaggeton por unos bafles más caros que el propio coche. Que nadie piense que el macarra móvil – por partida doble – es un insolvente. Cometería un error tremendo.
Yo paso del reaggeton, aunque he de confesar que el rap sí me gusta. Los raperos dicen cosas muchísimo más revolucionarias y muchas más verdades que esos simplones que van a las tertulias televisivas a decir gilipolleces para ovejas y gallináceas. Pero a mi perro le encanta Eric Clapton. Se emboba cuando lo oye. Así que no quise martirizarlo con un rap de corte político y dejé que manolenta lo mantuviera dormido mientras yo cogía la moto y me largaba a por el cucurucho. También disfruta con Bob Dylan – son tocayos – pero cuando escucha la Blues Harp se pone a aullar como si le entrara una nostalgia o melancolía de desconocida procedencia. Bailando con lobos. Bailando con Bob. Kevin Costner del Niño Jesús y Ayose camino del colegio, como cantaban Simon y Garfunkel: Me & Julio down by the school yard.
(Bakerap)
Hoy yo me vengo a desahogar de toda la rabia que me da ver tanto politico sucio que a mi
me quiere envolinar con sus lindos carteles llamandome a votar
no lo van a lograr porque mi conciencia no esta en venta y no me la van a comprar
con sus cara sonrientes tratando de enganiar y cuando salen elejidos
no los vemos mas por aca
paren de gozar y dejen de abusar de la ignorancia de la gente
que vende sus derechos para que sean nuevamente ustedes los gobernantes
seniora presidente, puto consejal mal nacido diputado
y aquel descarado violador que es un senador
y el nunca bien ponderado facho alcalde
esto es como un balde de agua friapa sus putas campanias comerciales
gastan millones y no piensan en los que viven en las peores condiciones
huevones maricones
¡Qué bien se hacían las cosas que se hacían bien antes de la guerra fratricida que todavía llevan algunos colgando cual badajos embalsamados! Y una de esas cosas eran los helados de Los Alicantinos. Hace un rato, más de un siglo, que Evelio Beltrá fundó Los Alicantinos y no sería capaz de señalar ahora cuántas veces mi padre paró su precioso Mercedes, con volante de marfil y radio Becker, ante la puerta para bajarse a comprar cucuruchos y horchatas para toda la familia. Ya dije que era pequeño y bueno en el buen sentido de la palabra bueno, pero recuerdo perfectamente que todo el mundo aparcaba donde le daba la gana y la pasma permitía a los automovilistas degustar junto a sus familias aquellos artesanos manjares en el interior de sus vehículos. Fue el caso de los tiempos en que las únicas zonas azules eran el cielo y el mar, los coches se contaban sólo por decenas, no tenían ni apoyacabezas ni cinturones de seguridad, las personas se saludaban con cortesía aunque no se hubieran visto jamás y los policías eran parte de la ciudadanía, no chulos recaudadores. Con sus excepciones, que las hay, aunque lo bueno, bien lo saben, no abunda en este planeta y sus correspondientes ecosistemas. ¿Se acuerdan del guardia gordo subido a una tarima troncocónica y pintada a rayas que saludaba a todo el mundo en ese punto donde Bravo Murillo también presentaba sus respetos al Castillo de Mata? ¡Cómo han cambiado las figuras del policía urbano y el maestro, ahora devenidos en agentes de la Policía Local y docentes!
Yo a la calle León y Castillo le hubiera puesto calle del Marqués del Muni. A él, creo, le hubiera parecido muy bien. Ya veo su sonrisa en el mausoleo donde descansa en la Catedral de las Palmas. Como soy muy mío, aunque se me haya prohibido el sol para calentarme – me he calentado mucho más – y Don Fernando era muy suyo, es lógico que me decante en estos momentos por la aristocracia, pero al estilo de la Grecia antigua. El era Marqués del Muni nacido en Telde – Terde para el del coche tuneado – y yo Vizconde Battiste D’Arán, nacido en Bossòst, vila i municipi de la comarca de la Vall d’Aran, situat al terçó de Quate Lòcs, al costat del riu Garona.
Pero mi padre era de Moya. ¿Cómo no voy a ser muy mío y muy de nadie?
Don Fernando decidió irse, después de una intensa carrera política y diplomática, como un noble de prestigio. Y, así, eligió Biarritz para abandonar este mundo que ya no es el que era ni tampoco el que será.
Y Los Alicantinos, navegando a la capa, como todos, las implacables y crueles leyes del mercado, fue cambiando su ubicación y su estética hasta situarse donde está ahora. En la calle León y Castillo, 34. Para mi, en la calle del Marqués del Muni, 34. Ya saben que hoy en día los jóvenes yjóvenas prefieren tomarse la comida basura americana que un excelente helado artesano y autóctono. Por ello, a mi lo del nacionalismo – peor si es de CC – siempre me ha sonado a timple, pandereta, cachorro y caradura.
Hablábamos de helados, de comerlos, y no de quedarse helado ante los disparates y despropósitos de ese Gobierno canario resultado del coito cuasi interruptus y con marcha atrás incluida entre Coalición Canaria, su smart y el PSOE siempre en Belén con los pastores. A mi madre le gustaba el de vainilla. El helado clásico por excelencia, porque María del Pino no quería otro eau de parfume que Chanel nº5. Y mi padre, que la amaba como jamás he visto amar a nadie, sacaba la cartera y junto al perfume le regalaba un Omega. Así eran los amantísimos padres. A él, como a mi, le gustaba el turrón almendrado, del que sigo disfrutando con alegría, memoria y nostalgia. Mi hermano se pirraba por el cucurucho de chocolate – no sé si por ello tenía marcadas tendencias hippies – y mis hermanas estaban por el tutti frutti, el sabor preferido de las pin up. Por cierto, si no han visto la película American Graffitti, no dejen de buscarla y visionarla. Es una maravilla.
Yo, y a mi mismo me refiero, fui chico durante una época. Pero me sentía grande. Y ahora, de momento, soy grande pero me siento chico. Como a uno le dé por pensar, se vuelve tarumba. El asunto es que íbamos mi sombra, mi boxer Bob y yo – el mismo de antes – caminado por el parque a cielo descubierto. Ya saben que el verano llega a Las Palmas de Gran Canaria en septiembre porque julio y agosto los pasa en Marbella con la jet-set y los golfos jeques del Golfo. Y no queda demasiado para que entren con fuerza los alisios y te empujen hasta el Caribe si estás harto de que te den el coñazo y optas por bajar un momento al estanco a comprar un paquete de Mecánicos Virginia. El sol nos estaba dando en la mollera – en la cabeza, no en los turrones – con tal ahínco y bad milk, que Bob se enganchó a un grifo público y a mi, por esas cosas mentales que tiene la mente, me vino a la misma unas terribles ganas de comerme un cucurucho de helado. Por la canícula y porque ya empieza la estación del Vendimiario, según el calendario revolucionario francés. Lo tuve muy claro: un cucurucho de turrón almendrado en Los Alicantinos, caiga quién caiga. Y casi me descalabro al tirar este salvaje de su correa y tropezar yo con las raíces de un flamboyán o Delonix Regia salido de madre. De la madre tierra. Prueba superada.