La leyenda del Roque Cano

En otros tiempos Achaman vivía solo y moraba en las montañas más altas, un día se detuvo en la sima del Acano y todo le pareció perfecto, más pensó que debía compartir tanta belleza y decidió hacer a los Atlantes.

Así Achaman, después de mezclar abundante tierra y agua y formar una masa de barro, creó a los hombres y mujeres y les dio el ganado suficiente para que se alimentasen.

Pasaron miles de años y los Atlantes, rozando la perfección, dominaron la naturaleza y algunos hasta quisieron ser como el supremo, fue entonces cuando las sombras se apoderaron del mundo, cayeron olas de las nubes, sacudieron interminables temblores de tierra, se desbordaron los mares y la Atlántida se hundió bajo las aguas. Solo los guanches que huyeron hacia las cimas de los montes más altos lograron sobrevivir a la desaparición del mundo y fueron los únicos pobladores sobre la tierra que quedó, una tierra en forma de siete puntas sobre el Atlántico.

Por entonces y en una de aquellas peñas de basalto, llamada Gomera, había un reino muy considerado, con hombres de gran valor, sentimientos puros, sinceros, valientes y dueños de su libertad, era el reino de Agana, fértil valle donde se elevaban dos majestuosos roques y en cuyas simas moraban los dioses del bien y del mal.

El dios del bien llamado Oraján que moraba en la cima del Acano como rey de los roques, el otro rey del mal llamado Hirguan que habitaba en la del Paterna. Este último siempre envidioso, odiaba a su vecino por su reinado, elegancia y servicio como marcador del tiempo.

En el transcurrir de los siglos, solo le preparaba aquelarres, ritos y cantos maléficos, para acabar con su reinado y aquel cariño que el valle le rendía.

Una noche coincidiendo con el solsticio de verano, Hirguan, Dios del mal, por boca del Paterna, rugió y la tierra tembló, desde lo alto de Taboya hasta las lomas de Tamargada y desde los fondos de Chijeré hasta los montes de Macayo, mientras se oía......¡¡Ojalá se te caiga la corona!! Y la noche enrojeció, la tierra se abrió por todas partes y aquella maravillosa corona que cubría el Acano se resquebrajó cayendo por todos lados y en pedazos que cubrieron las laderas hasta el fondo del barranco.

Todo pareció el fin, hasta que se oyó la voz pausada y firme de Oraján por boca del Acano, ¡¡El odio que sientes hacia mí, lo recibas en tu propia carne!! Y sin temblores, ni rayos, ni más ruidos que los de sus restos al caer, el Paterna desapareció para siempre.

Allí yacen sus restos para ejemplo de los aborígenes de Agana que vieron la enseñanza y durante siglos y siglos nunca nadie envidió a su vecino, todo hasta que llegaron los Europeos y aquello empezó a cambiar, ¿Tal vez deba temblar la tierra nuevamente?