Hubo un tiempo en el que muchos canarios fueron ilegales; matizo: en el que demasiados paisanos huyeron de la represión franquista y de las duras condiciones económicas de las Islas y embarcaron en viajes clandestinos rumbo a la promesa americana buscando una prosperidad que su tierra natal les negaba. Hablamos de 1950, de agosto de este año, y hablamos también de una odisea transformada en leyenda: el viaje del 'Telémaco'.
Probablemente, esta historia sea como la de tantas otras que se han sucedido a lo largo de los tiempos. Pero tiene un significado especial para los canarios. Fue como el cierre de una etapa aciaga, de un tiempo oscuro de desesperación y miseria, de un andrajoso devenir marcado por la represión y el racionamiento. Hablamos también de La Gomera, porque fue desde Valle Gran Rey desde donde 171 personas se embarcaron en un viaje que nació con la esperanza e ilusión al son de folías y terminó, en su gran mayoría, en la isla de Orchila (Venezuela), hacinados como ilegales junto a ganado. Pero la suerte quizá no se tiene, sino que se busca. Y en medio de toda esta historia, cientos de historias personales que terminaron, en el mejor de los casos, prosperando en una tierra que no era la suya, pero que los acogió como si fueran sus hijos.
Corría el mes de agosto de aquel año de 1950. El 'Telémaco', un velero de 27 metros de eslora y 6 de manga, zarpaba de la costa sur de La Gomera rumbo a Venezuela con 171 ilusiones a bordo. Cada pasajero pagó por este viaje entre 3.000 y 5.000 pesetas de la época: una auténtica fortuna prácticamente imposible de pagar teniendo en cuenta que un jornalero podía ganar una media de 15 pesetas diarias.
Pero esto no fue impedimento para logar el objetivo final: buscar la dignidad de una vida que de manera forzada les había sido negada en su isla de nacimiento. A bordo estaba también una joven, la única fémina del grupo: Teresa García Arteaga, la Dama del Telémaco. Entre sus recuerdos, narrados en una entrevista en 2007, Teresa, entre lágrimas, exponía: “Jamás imaginé que iba a pasar algo semejante. No se lo deseo a nadie. Aquel huracán, las olas que metían el agua por todos lados, el barco que parecía una cuna en un terremoto, la gente toda apretujada rezando en la bodega... [...] Y luego el hambre, la falta de todo, la incertidumbre, el no saber si íbamos a sobrevivir”.
Efectivamente. Este viaje, este éxodo clandestino, terminó siendo un descenso, cual Dante, a los infiernos. Dos temporales sembraron el pánico entre los 171 pasajeros y la tripulación. Entre los días 25 y 28 de agosto se temió lo peor. Las grandes olas que azotaron al navío se llevaron consigo gran parte de los alimentos. Pero eso no era lo peor: lo más grave es que también se llevó el agua, lo mínimo necesario para vivir. En su caso, para estas almas condenadas al exilio obligado, el mar se llevaba también lo necesario para sobrevivir.
Varios días moribundos, famélicos, casi sin nada que echarse a la boca hasta que el día 30 divisaron a lo lejos a un petrolero español, el 'Campante', quien lejos de socorrer su necesidad y recogerlos, se limitó a lanzarles agua potable y arroz. Supongo que menos era nada, pero para aquellas almas, aquel gesto tuvo que haber sido extraordinariamente duro. Pero al menos, para unas jornadas, su supervivencia quedaba garantizada.
Cuando ya parecía que nada tenía remedio, que el fin llegaba; cuando las folías que partieron de Canarias habían dejado de sonar y se cambiaron por el silencio más funesto, allí, en el horizonte, el 10 de septiembre, asomó el faro del Roque del Diamante, al sur de Martinica. Su suerte había cambiado. Andrajosos y moribundos, estos héroes del éxodo fueron recibidos con tal calor humano que nunca podrán agradecer tantas atenciones. “Entonces apareció a lo lejos Martinica, el milagro de Martinica”, recordaba Teresa García. Agua, víveres, descanso, provisiones. Regresaron a la vida cargados de alimento, sí, pero también de renovadas ilusiones con la mirada puesta en Venezuela, su destino final.
Seis días más tarde su sueño estaba más cerca. Ya divisaban La Guaira, puerto que siempre fue la entrada y salida a este país. Alguno, quizá sabiendo lo que les esperaba, se lanzaron al mar para huir de los controles, pues al no tener papeles temían una repatriación y ¡qué diablos! Volver a enfrentarse a aquel viaje... No, de ningún modo lo harían. Sin embargo, algunos viajeros sí fueron repatriados. Otros, permanecieron de manera ilegal en Venezuela.
Unos 130 de aquellos pasajeros fueron llevados a la isla de Orchila y se reunieron allí con decenas de paisanos que, como ellos, cruzaron el charco en busca de prosperidad. Cerca de este lugar había una central dedicada a la plantación y transformación de azúcar. Muchos trabajaron en ella e hicieron dinero. Otros se buscaron la vida y prosperaron en esta tierra que se convirtió entonces en su nuevo hogar. 64 años después, la odisea del 'Telémaco' sigue presente entre nosotros. Como dejara escrito el poeta popular Manuel Navarro Rolo “Ya terminó la jornada / no hay que dudar del Destino / que nos conduce al camino / de la extranjera morada, / esta tierra codiciada / hija fue del pueblo hispano, / y como somos hermanos / de esta rama positiva, / nos alienta darle un viva / al pueblo venezolano”.