En Lanzarote se abrió la tierra en 1730 por la boca de Timanfaya y no cesó la expulsión de magma hasta 1736, seis años después. Casi la mitad de la isla quedó destruida, múltiples barrios fueron sepultados bajo la lava y se levantaron montañas donde antes no las había. El prestigioso historiador canario José Viera y Clavijo lo resumió así:
“El fuego corrió por los lugares de Tingafa, Mancha Blanca, Maretas, Santa Catalina, etc., destruyéndolos todos y cubriendo con sus arenas, lava, cenizas y cascajos los de Asomada, Iñaguadén, Gerias, Macintafe, San Andrés… Era el estrépito de aquellas explosiones tan fuerte, que se oía en Tenerife, sin embargo de distar 40 leguas de Lanzarote”.
Las aldeas afectadas, que acogían a cerca del 25% de total de habitantes de la isla (unas 2.000 personas), no eran importantes por su tamaño poblacional, sino por su alto valor económico, como explica el arqueólogo José de León en su tesis Lanzarote bajo el volcán. En estos pueblos vivían las personas más ricas del territorio y se encontraban las tierras más fértiles del mismo. Pero después de las erupciones volcánicas se produjo una reorganización de todos los estratos de la sociedad lanzaroteña, así como de su modelo productivo.
Sin obviar los catastróficos efectos de la lava, que cubrió cerca de dos de cada 10 kilómetros de la isla, otras consecuencias comenzaron a caer en forma de regalo al pueblo conejero. La primera, y quizá la más relevante por aquella época, fueron las excepcionales cualidades que trajo la arena volcánica, formada por las ingentes cantidades de ceniza que emanan los volcanes, como está ocurriendo ahora con el de Cumbre Vieja, en La Palma.
La clave recae en su capacidad para absorber y retener la humedad, al igual que en su bajo espesor para, como dice de León, “alcanzar la tierra madre”. Los que aún seguían viviendo en Lanzarote, ya que muchos habían migrado a Fuerteventura ante la incertidumbre de no saber cuándo iba a parar el mar de lava, transformaron el devenir histórico de la isla aprovechando la fertilidad que producen las cenizas volcánicas. “La producción de vinos y aguardiantes hace que en poco más de cuarenta años se recupere y se doble la población salida de la isla por las erupciones”.
Según un artículo de la Revista de agricultura e historia rural fechado en 2006, el secreto del éxito está en evitar, con sumo cuidado, que la capa de lapilli o picón se mezcle con el suelo vegetal, permitiendo, así, depositar las semillas, que se cubren posteriormente con un nuevo pase de arado. Y eso es todo. “Solo queda esperar a las escasas lluvias otoñales para que el lapilli cumpla su función y nos suministre la cosecha de uvas, hortalizas, papas, batatas, millo o legumbres”, añade el artículo.
Viera y Clavijo, sorprendido, dijo: “Los laboriosos campesinos conejeros supieron sacar buen provecho y sustanciosa utilidad del inicial cataclismo, consiguiendo para la agricultura de la isla nuevos cultivos, más rentables”. El más importante fue el cultivo de la vid, que impulsó la rica zona de la Geria, en el centro de la isla, en la que los residentes de la zona sufrían horrores para recoger los frutos de la tierra por la enorme capa de cenizas que se había acumulado.
Como era de esperar, hubo pleitos en torno a las zonas más prósperas “creadas” por las erupciones. De León destaca la acumulación de capital entre algunas familias, que adquieren riqueza y poder al calor de este fenómeno. Y también de numerosas construcciones alrededor de estos espacios, muy atractivos en el mercado europeo. Lanzarote pasó de un modelo agrario basado en el cereal y la ganadería de pura subsistencia a exportar barrilla (planta de la que se extraía sosa para la elaboración de jabones) a diferentes partes del mundo. Su economía antes de la incesante actividad volcánica estaba despegando, pero fue después cuando ganó el empujón definitivo.
La pesca también cogió impulso tras las erupciones. Las coladas de lava penetraron en el mar y transformaron una costa de la isla especialmente rica en recursos marinos, la que va desde la Playa del Paso, en el municipio de Yaiza, hasta Tenésera. Sin embargo, no todo fueron buenas noticias. Adentrarse en estas zonas alejadas era (y sigue siendo) muy peligroso. El fuerte oleaje hace acto de presencia cada pocos minutos, lo que ha provocado varios ahogamientos, según se observa en algunos antropónimos existentes en esos veriles y acantilados, explica de León. Aun así, la estampa es otra: pescadores con su caña y con la mochila cargada de pescado y lapas agachándose para recoger sal. “Un elemento de identidad del territorio cubierto por los volcanes del siglo XVIII”.
Las erupciones también se sienten en el presente
“Quedan destellos lejanos de aquellos sucesos, pero es ahora el territorio recién creado quien habla desde el presente”. José de León hace referencia a lo que hoy es el Parque Nacional de Timanfaya, uno de los motores económicos de Lanzarote por el ingente número de turistas que recibe cada año. Según datos de Promotur, la empresa pública turística en Canarias, y el Cabildo de Lanzarote, más de la mitad de los viajeros que visitaron la isla en 2017 pasaron por Timanfaya, convirtiéndose en una importante fuente de ingresos.