Espacio de opinión de La Palma Ahora
Abre los ojos…Estás despierta
Ahí está el miedo.
No a lo nuevo, desconocido camino recorrido por miles de pies con la calzada desgastada por la fuerza de los primeros pasos, de los primeros sueños con la ingenua sensación de que pueden cumplirse. Sí lo que sabes, en el fondo, escrito en las paredes de un sótano enmohecido, con el higrómetro a punto de chillar cual tetera hirviendo. Invierno. Frío. Vaho. El miedo no se va. Aparece en oleadas; a principios de septiembre y ahora a finales de un final. Nadie sabe cómo acabará esta historia, qué leyendas contarás, a qué próximas deidades derrocarás con tu lengua bífida con una mano sosteniendo un búcaro de ácido. Lo que se sabe es que esto va a cambiar. Ser de mundo. Firmaste un contrato con la humanidad, por el conocimiento, por la sabiduría, por la paz (como razón de lucha, sin olvidar la utopía y el imposible que conllevaría). Rabia. Fuerza. Nadie merece morir. Eso no significa que la vida esté justificada, que haya un destino casi escrito en las alas de una paloma moribunda en el borde de un barranco. En la curva de una carretera interminable, “sigue intercalando canciones sobre desobediencia e ira. Lo necesitaremos”.
Lo necesitaré. Porque esto va de la manera en la que funciona un durante, indica el período de tiempo/vida a lo largo del cual está ocurriendo algo/tú de manera continuada. Te desarrollas, creces, enmudeces de impotencia: no podrás jamás cambiar lo que eres. Puedes aceptarlo o hacer que no se convierta en un problema. Pero seguirás siendo lo mismo. Seguirás enterrando tus uñas en la carne para cronometrar lo que tarda el cuerpo en enrojecer la zona. Continuarás arañando delicadas partes de tu cuerpo porque no las mereces, porque no eres eso. No eres nada. No eres. Solo estás.
Encima de una peana se encuentra la estentórea radio que compramos la primavera pasada, le han crecido flores entre los minúsculos agujeros de los altavoces.
-“Grita alto”
-“¿El qué?”
-“Lo que sea para que del impulso salgamos de aquí. De un mismo empujón de viento. El que salí a perseguir y me encontró, me encontrará, seguro, él primero”.
Pues eso, que había mucho ruido dentro de esa habitación, estas cuatro paredes demasiado agrietadas para soportar más el peso de una rutina pasada. Aunque amable. Todo muere, todo se va. Incluso el pasado.
Deja de ‘oscular’ la oscuridad escurridiza de esta área perdida. El miedo siempre ha estado en el mismo estante, se sacude el polvo y los que desaparecen resucitan en forma de sombra como nota adhesiva a la pared.
Los pensamientos isócronos a todo esto sacuden de nuevo la estructura, una tira amarilla rodea el jardín: 'El tiempo se agota'.
-“Lo sé”
Y grita agarrándose de la piedra que conforma el muro que separa tierra de pantano.
Ahí está el miedo.
No a lo nuevo, desconocido camino recorrido por miles de pies con la calzada desgastada por la fuerza de los primeros pasos, de los primeros sueños con la ingenua sensación de que pueden cumplirse. Sí lo que sabes, en el fondo, escrito en las paredes de un sótano enmohecido, con el higrómetro a punto de chillar cual tetera hirviendo. Invierno. Frío. Vaho. El miedo no se va. Aparece en oleadas; a principios de septiembre y ahora a finales de un final. Nadie sabe cómo acabará esta historia, qué leyendas contarás, a qué próximas deidades derrocarás con tu lengua bífida con una mano sosteniendo un búcaro de ácido. Lo que se sabe es que esto va a cambiar. Ser de mundo. Firmaste un contrato con la humanidad, por el conocimiento, por la sabiduría, por la paz (como razón de lucha, sin olvidar la utopía y el imposible que conllevaría). Rabia. Fuerza. Nadie merece morir. Eso no significa que la vida esté justificada, que haya un destino casi escrito en las alas de una paloma moribunda en el borde de un barranco. En la curva de una carretera interminable, “sigue intercalando canciones sobre desobediencia e ira. Lo necesitaremos”.