El bronce de la memoria
“Y porque sabe que el amor es el peor de los dolores terrestres”
'Séptima' (Vidas imaginarias)
Marcel Schwob (1867-1905)
Era viernes, veníamos de una fiesta y nos bajamos a la altura de “El guerrero de Goslar” de Henry Moore; La Rambla invitaba a pasear bajo una luna de verano; guapos y lascivos, con el último cubata en la mano nos sentamos en el banco más próximo a la bella escultura de bronce; después nos acercamos a ella como los gatos se pasan por las piernas de uno cuando quieren ser acariciados; te sentaste en el borde amparada por el escudo; me alejé un poco para ganar perspectiva, y entonces, protegida y fundida entre la plata de la luz de la luna bajo las sombras de los laureles de indias, reclinada y armonizada por aquel instante mágico, te vi como una diosa a quien el guerrero rendía su escudo. Con el pelo corto y los zarcillos de aro, estabas realmente hermosa. Después, por el Kiosco Numancia y la plaza de Los Patos, sólo fue seguir el sendero plateado de tu estela, el sonido de tus pasos despertando a los pájaros dormidos y a los faunos sedados por la luna de julio. ¿Te acuerdas?, hablamos de los balcones siempre vacíos, sin explicación alguna, de todas las ciudades, una opulencia sin actores para demostrarla. Los misterios urbanos y sus preguntas sin respuesta. Te dejé ir delante, no más que para verte; la luna desde el cenit se iba dejando caer en el escote generoso de tu espalda, rodaba peregrino de ti a cada paso que dabas hacia ese vértigo, un valle de bronce en una noche de verano.
En Florencia algunas estatuas fueron fundidas de nuevo para hacer cañones; del bronce de tu recuerdo, yo hago versos; pero en realidad, ese viejo metal no es sino otra forma de bombardear el vacío. Entrábamos en la noche como se adentra una nave en el mar, poco a poco nos cubría el agua hasta que nadando entre palabras de amor, llegábamos a la playa donde se cuajan los cielos y donde la oscuridad enciende la llama de los sacrificios. “Y la arena de la playa estaba sembrada de conchitas que arrastra el mar tibio desde Egipto, en el lugar donde las siete bocas del Nilo derraman siete limos de diversos colores. En la casa marítima donde vivía Séptima, se oía morir la franja de plata del Mediterráneo y, a sus pies, un abanico de líneas azules resplandecientes se desplegaba hasta al ras del cielo. Las palmas de las manos de Séptima estaban enrojecidas por el oro, y la punta de sus dedos pintada; sus labios olían a mirra y sus párpados ungidos se estremecían suavemente”.
Para aguantar todo lo que he precisado, una interminable sucesión de adversidades, me he hecho, -“ángel mío”-, al modo de Flaubert, “una coraza secreta de poesía y orgullo”. Nuestra metafísica ha cambiado, internamente ha adquirido perspectiva; es lo que tienen los años, venimos a comprender cuando ya las cartas están echadas. Sólo queda apostar el resto y abrir las ventanas para que salgan todos los pájaros cautivos de la estancia. Al fondo, siempre hay una montaña y una cabaña desde donde los recuerdos se posan en los árboles que están, a su vez, al otro lado de la ventana. Y así, sucesivamente se enlazan las imágenes. Bandadas de pájaros y la brisa que mueve los árboles. Y luego están aquellas noches de verano que regresan, que vuelven cargadas de belleza como la caravana del visir persa Saheb, recorría los desiertos cargada de libros. Y en la noche descubres lo que fue la la luz de los días. Una deriva de dentro hacia afuera. Y lo que deja, una fajana llena de preguntas. Y hay que caminar con zapatos viejos sobre la lava, sobre la oscuridad del mundo.
“Como el más profundo aliento de la vida / la respira el mundo gigantesco de los astros, / que flotan, en danza sin reposo, por sus mares azules. / La respira la piedra, centelleante y en eterno reposo. / La respira la planta, meditativa, sorbiendo la vida de la Tierra / y el salvaje y ardiente animal multiforme”.
El poeta romántico Novalis, escribió “Himno a la noche” después de la muerte de Sophie, su amada. Los residentes en una pequeña aldea de Escocia acomodaban sus programas de televisión de acuerdo con las mareas. Cuando hay marea baja, las cercanas playas de arena absorbían las ondas transmitidas. Así hago yo con tu memoria; me oriento hacia ti, interpreto las ondas de la luz y después escribo transformándolas en partículas; uno las partículas y creo moléculas de palabras. Tu imagen es ahora un pulsar cuya cadencia nunca varía. Registro tu señal cada cierto tiempo, como un peregrino de las estrellas, que alojado en un caravanserai observara el cielo desde el desierto.
El admirable Abdul Kassem Ismael (938-995), un sabio gran visir de Persia, tenía una biblioteca de 117.000 volúmenes. En sus dilatados itinerarios como guerrero y estadista, jamás se apartó de sus amados libros. Eran transportados por 400 camellos, entrenados para caminar en una sucesión fija, de manera que los libros sobre sus lomos pudieran ser mantenidos en orden alfabético.
Te he hablado de la arena que viene, del oráculo de la bruma y de su silencio ante las preguntas sin respuesta; te he hablado de la luna como una Cleopatra en el Nilo de la noche; te he pedido que regresaras, que dejaras el casco y la égida a los pies de la cama; he lavado y perfumado las sábanas de hilo verde agua; tu almohada se halla intacta, duermo en un lado del lecho; te he dejado sitio para cuando se abran los cielos y muestren el esplendor en medio de la noche; te he pedido cincuenta palabras, te he pedido siete colores y tú, regresando como las amapolas, me entregas cada vez un mundo que se reinicia.
Tiempos de incertidumbre. Y, sin embargo, nadie hace preguntas; sin escuchar, todos exponen su fórmula mágica de saltar sobre el abismo. En el olvido, resguardados en el orden de una biblioteca, observamos desde lejos el temblor del castillo de naipes. Tiempo de soledad; tiempo de reflexión, de composición y de estudio. Extender color en el lienzo blanco de los días. Si mezclas en una justa proporción, azul ultramar, siena tostado y rojo cadmio, sale un color oscuro; el color de todas las sombras; si le añades un poco de blanco, sale gris; si le sumas un poco de amarillo de Nápoles, la luna se sumerge en el bronce de tu espalda, se hunde peregrina de tus pasos, como aquella noche de verano por La Rambla.
ÓSCAR LORENZO
Las Lomadas, a 23 de noviembre de 2024
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