El perdón suele ser mucho más sencillo de realizar si es hacia otra persona, si el sentimiento empieza donde termina un simple apretón de manos, si la carga emocional es compartida entre dos sujetos igual de arrepentidos. El perdón suele mostrarse como un proceso liberador, como una manera de pasar página y ser mejor, como una forma de soltar el peso de la culpa y el dolor. Pero cuando hablamos del perdón propio la cosa tiende a complicarse y al igual que sucede con el amor propio, solemos dejarlo relegado a un segundo plano. Pensamos, ingenuamente, que nos será suficiente con el amor o el perdón de otra persona, que su sentimiento abrazará el nuestro y dejaremos de sentir ese dolor que experimentábamos. Pero esto no suele ocurrir así, porque, tanto el amor como el perdón, debería comenzar por uno mismo para así lograr reflejarse en la otra persona, pero eso, suele costarnos en exceso. Martin Luther King decía que quien es incapaz de perdonar, será incapaz de amar y, a veces, somos incapaces de ambas cosas, al menos, cuando hablamos en primera persona.
Ayer se contabilizaban 73 nuevos positivos por Covid-19 en nuestra isla de La Palma, dejando un total de 1.164 casos activos, cifra que parece mostrar una desescalada de la sexta ola, la que de momento ha provocado el mayor número de contagios. En Canarias, la suma total de casos acumulados ya ronda los 256.079 de una población de más de dos millones de personas. España, la cifra de infecciones registradas es de 9.779.130 de más de cuarenta millones de personas. Pero la virulencia de esta sexta ola no solo deja un rastro de positivos a su paso, también nos ha mostrado que culpabilizar a ciertos grupos de población, como los adolescentes tan atacados al comienzo de la pandemia, ya no tiene sentido en un momento en el cual los casos avanzan sin reparar en el rango de edad. Por suerte, hemos dejado de hablar de grupos de riesgo y hemos empezado a hablar de actividades de riesgo y, lo que es mejor, hemos dejado de estigmatizar a un colectivo entero. Pero seguimos cargando con el peso de la culpa si, por algún casual, somos el origen de brote o contagio hacia un ser querido.
Aun siendo tantos los casos positivos, seguimos generando un sentimiento de irresponsabilidad y culpa en aquellas personas que, por uno u otro motivo, se terminan contagiando del virus. Da igual que muchos de nosotros lo hayamos tenido, lo tengamos o lo vayamos a tener, si esto ocurre, enseguida buscaremos una persona a la que hacer responsable de nuestra infección. Seguiremos un rastro invisible de contactos que nos muestren el supuesto origen de nuestro mal, porque si no, tendremos que lidiar con un sentimiento de culpa para el que no estamos preparados. Es muy sencillo decir que fue culpa de aquel que salió a beber y terminó trayéndose consigo al virus de compañero de borrachera, sobre todo, si aquel no somos nosotros.
La culpa, a menudo, se tiende a confundir con una equivocación evitable, se camufla entre otras emociones y se justifica en una supuesta responsabilidad autoimpuesta. La culpa, a menudo, se considera necesaria, imprescindible, para una correcta adaptación a nuestro entorno social. Pero, la culpa, a menudo, va creciendo y creciendo hasta devorar nuestra objetividad y valoración de los hechos que la generan. Y entonces, entre la culpa y el sufrimiento que conlleva, nunca llegamos a perdonarnos de cosas de las que, realmente, no tenemos la culpa. Hemos llegado a un punto en el que preferimos no hacernos un test de antígenos por si damos positivo, porque entonces, el sentimiento de culpa, de causar daño a quien quieres, de contagiar a alguien vulnerable…como decíamos, crece hasta devorarnos y acarrea una carga social y personal que no permitimos compartirla.
El miedo al contagio se está volviendo muy real y vivir con miedo no tiene por qué significar que vayamos a actuar de manera más responsable. Con todo esto no se realiza un llamamiento al descontrol, debemos seguir cuidándonos y cuidando del resto, sobre todo, de nuestros mayores, pero también debemos, en la medida de lo posible, entender que no tenemos la culpa de todo lo que vaya a ocurrir. El virus no se va a ir de nuestras vidas y debemos aprender a convivir con su presencia y entender los sentimientos que genera. Para así, estar preparados cuando nos contagien o seamos nosotros quienes contagiemos. Para así, ser capaces de perdonar y de perdonarnos, pero sobre todo, ser capaces de no buscar culpas.