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Carlos Hernández, en el recuerdo

Quisiera expresar cuatro ideas claras, sin florituras, ni falsa retórica, tal y como las dicta el corazón para retratar la identidad encarnada en un ser humano como Carlos Hernández, un amante de la cultura, como lector empedernido se asomaba tanto a la armonía sonora del verso como a la esencia literaria de la novela o del cuento. Ya lo hacía antes de descubrir el milagro de la radio. Era un intelectual hasta en el modesto escalafón que ocupaba en nuestra emisora. Hombre sencillo, pero con unos valores morales estimados por cuantos le conocían. Cuando siendo un apasionado de la radio llegó a  La Voz de la Isla de La Palma, sus ojos revelaban el brillo de la dicha, los deseos que en su corazón anidaban. Su llegada fue una honra para nosotros y una bendición para nuestra discoteca, de la que emanaba desde hacía tiempo un aire rancio y trasnochado. La ordenó a su manera y la convirtió en un filón para nuestros programas. Mientras estuvo con nosotros aquellos discos tuvieron por derecho el cariño de sus huellas. No había temática que se tratara para la que él no hallara el corte adecuado, la canción apropiada. Carlos Hernández fue en nuestra emisora, algo más que un ordenanza, como también fue en nuestras calles un tertuliano locuaz, lejos de su apariencia silente y solitaria. En su pueblo de Barlovento también fue algo más que un vecino. Y es que detrás del torbellino de su vida había más cosas… Más allá de los compañeros de trabajo estaban sus amigos y amigas, que apreciaban su bondad y su arrebatada fantasía. Por eso, hay escritores y poetas que le lloran desde que se le escapó el último latido, desde que su cabeza se quejara como el jilguero herido que se sabe incapaz ya de volar. Se apagó su cerebro y después no le quedó ni la esperanza, tal vez en un adiós, el leve suspiro del que se marcha.

La iglesia de Nuestra Señora del Rosario, el templo de una sola nave con más capacidad de la Isla, se llenó de vecinos y de amigos, allí estaban algunos escritores muy queridos como Inmaculada Hernández y Nicolás Melini, y también personas  que te apreciaban procedentes de otros lugares de La Palma. El cura-párroco habló de tu nobleza, de tus visitas a los enfermos, de la generosidad y el altruismo de los que nunca quisiste presumir. Palabras sencillas, que además de sosegarnos, te hicieron todavía más grande a nuestros ojos. Ahora, lejos de todo ruido, estarás departiendo con la poetisa María Nieves Samblás y con tu amigo Leocadio, y con tantos otros como tus compañeros de la radio: Domingo Ventura, Antonio Herrera Maño, Carmen María,  Jesús Eduardo, Antonio Manuel, Pedro, Vidal, Pepe… Ellos, también se habrán sorprendido por tu temprana llegada a esa eterna mansión, donde la paz es y será nuestro consuelo.

Quisiera expresar cuatro ideas claras, sin florituras, ni falsa retórica, tal y como las dicta el corazón para retratar la identidad encarnada en un ser humano como Carlos Hernández, un amante de la cultura, como lector empedernido se asomaba tanto a la armonía sonora del verso como a la esencia literaria de la novela o del cuento. Ya lo hacía antes de descubrir el milagro de la radio. Era un intelectual hasta en el modesto escalafón que ocupaba en nuestra emisora. Hombre sencillo, pero con unos valores morales estimados por cuantos le conocían. Cuando siendo un apasionado de la radio llegó a  La Voz de la Isla de La Palma, sus ojos revelaban el brillo de la dicha, los deseos que en su corazón anidaban. Su llegada fue una honra para nosotros y una bendición para nuestra discoteca, de la que emanaba desde hacía tiempo un aire rancio y trasnochado. La ordenó a su manera y la convirtió en un filón para nuestros programas. Mientras estuvo con nosotros aquellos discos tuvieron por derecho el cariño de sus huellas. No había temática que se tratara para la que él no hallara el corte adecuado, la canción apropiada. Carlos Hernández fue en nuestra emisora, algo más que un ordenanza, como también fue en nuestras calles un tertuliano locuaz, lejos de su apariencia silente y solitaria. En su pueblo de Barlovento también fue algo más que un vecino. Y es que detrás del torbellino de su vida había más cosas… Más allá de los compañeros de trabajo estaban sus amigos y amigas, que apreciaban su bondad y su arrebatada fantasía. Por eso, hay escritores y poetas que le lloran desde que se le escapó el último latido, desde que su cabeza se quejara como el jilguero herido que se sabe incapaz ya de volar. Se apagó su cerebro y después no le quedó ni la esperanza, tal vez en un adiós, el leve suspiro del que se marcha.

La iglesia de Nuestra Señora del Rosario, el templo de una sola nave con más capacidad de la Isla, se llenó de vecinos y de amigos, allí estaban algunos escritores muy queridos como Inmaculada Hernández y Nicolás Melini, y también personas  que te apreciaban procedentes de otros lugares de La Palma. El cura-párroco habló de tu nobleza, de tus visitas a los enfermos, de la generosidad y el altruismo de los que nunca quisiste presumir. Palabras sencillas, que además de sosegarnos, te hicieron todavía más grande a nuestros ojos. Ahora, lejos de todo ruido, estarás departiendo con la poetisa María Nieves Samblás y con tu amigo Leocadio, y con tantos otros como tus compañeros de la radio: Domingo Ventura, Antonio Herrera Maño, Carmen María,  Jesús Eduardo, Antonio Manuel, Pedro, Vidal, Pepe… Ellos, también se habrán sorprendido por tu temprana llegada a esa eterna mansión, donde la paz es y será nuestro consuelo.