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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Centralismo, multiculturalismo y periferias

En el debate sobre el centralismo en el Estado español, más allá de las cuestiones institucionales y económicas que no vamos a tratar aquí, existen también una serie de cuestiones ideológicas subyacentes al propio lenguaje y que, en ocasiones, pasan desapercibidas al haberse normalizado.

Un ejemplo de ello es como, desde la visión centralista (y luego asumido ese discurso por la periferia), lo ‘diverso’ es siempre lo ‘otro’, lo ‘específico’ es siempre lo otro, la ‘singularidad’ es siempre lo otro. Pero nunca se trata a Madrid como una singularidad más, sino que siempre hay un deje de pretensión universalista, de ser lo general frente a particularismos supuestamente disgregadores ¿no es quizás esa pretensión universalista un síntoma de lo que algunas personas denominan –despectivamente- ‘provincianismo’? Por eso se nos presenta el castellano como el idioma común, mientras que las otras lenguas del Estado son vistas, desde esta perspectiva, como algo particular. En el mundo de la canción podemos recorrer buena parte del callejero del centro de Madrid, cualquier plaza o esquina se convierte en un lugar importante incluso para personas que no han estado nunca allí ¿qué vamos a hacer nosotras desde nuestro villorrio o desde nuestra pequeña islita perdida en el océano?

Más preocupante es ver a personas que se indignan al ver películas dobladas en lenguas distintas al castellano, sin darse cuenta que ni siquiera el castellano era la lengua original de dichas películas, sino que en realidad estaban en inglés (siendo el inglés otra lengua particular, al igual que el castellano, el catalán, el tamazight o el wolof). En cuanto a las polémicas en torno al doblaje del castellano ibérico y los doblajes en castellano latinoamericano, el racismo se hace mucho más evidente.

A niveles más amplios, superando el ámbito del Estado español, a la hora de hablar de multiculturalismo existe una mitificación de lo étnico como sinónimo de lo ‘exótico’, aunque limitado en la práctica, claro está, a tópicos que le atribuimos a distintas culturas del mundo. Disfrazado de tolerancia y apertura hacia otros pueblos, se oculta un cierto etnocentrismo en el que no se cuestiona la base también específica de lo propio. Muchas personas que son ciudadanas del mundo lo son, en realidad, de un mundo que culturalmente se asemeja de un modo sospechoso al propio, visto como universal, pero adornado con algunos tópicos completamente descontextualizados de otros lugares del mundo. Y es lo que tienen algunas ciudades de pretensión cosmopolita, con ese racismo encubierto donde las poblaciones migrantes, en su legítimo derecho a reivindicar su identidad cultural, se ven abocadas a ejercer de bufones en un parque de atracciones para deleite de unas clases medias con problemas de conciencia. Es la típica reacción cuando quienes contemplan alguna expresión musical o de danza de algún país con terribles problemas económicos piensa de modo paternalista “míralos, pobres pero alegres”. Pues no, tendrán alegrías y tristezas como en cualquier otro lugar del mundo.

Finalmente, en la otra dirección, existe en Canarias el complejo de ser nosotras las personas distintas, que deberíamos acercarnos a ser como ese Madrid universal, discurso que hemos asumido plenamente. A la hora de usar la expresión escrita, muchas personas en Canarias tienden a usar variantes del castellano más propias de la Península Ibérica que las que se usan realmente en el Archipiélago, pues hay distintos estatus. Nosotras somos las que hablamos un ‘dialecto’, al parecer, mientras que en un centro un tanto indefinido hablarían el ‘castellano correcto’. Eso sí, luego en las romerías inventadas por el franquismo en su política de españolización cultural, somos las personas más orgullosas de nuestra canariedad. Pero es notorio también en Canarias el complejo que tenemos de estar ‘lejos’. ¿Cercanía o lejanía no es acaso una relación entre dos puntos? No es un absoluto, ningún lugar está lejos por sí mismo. Nosotras no estamos lejos, pues ellas están a la misma distancia de nosotras que nosotras de ellas, es la misma distancia de aquí para allá que de allá para acá.

En el debate sobre el centralismo en el Estado español, más allá de las cuestiones institucionales y económicas que no vamos a tratar aquí, existen también una serie de cuestiones ideológicas subyacentes al propio lenguaje y que, en ocasiones, pasan desapercibidas al haberse normalizado.

Un ejemplo de ello es como, desde la visión centralista (y luego asumido ese discurso por la periferia), lo ‘diverso’ es siempre lo ‘otro’, lo ‘específico’ es siempre lo otro, la ‘singularidad’ es siempre lo otro. Pero nunca se trata a Madrid como una singularidad más, sino que siempre hay un deje de pretensión universalista, de ser lo general frente a particularismos supuestamente disgregadores ¿no es quizás esa pretensión universalista un síntoma de lo que algunas personas denominan –despectivamente- ‘provincianismo’? Por eso se nos presenta el castellano como el idioma común, mientras que las otras lenguas del Estado son vistas, desde esta perspectiva, como algo particular. En el mundo de la canción podemos recorrer buena parte del callejero del centro de Madrid, cualquier plaza o esquina se convierte en un lugar importante incluso para personas que no han estado nunca allí ¿qué vamos a hacer nosotras desde nuestro villorrio o desde nuestra pequeña islita perdida en el océano?