Comunidades energéticas: una posibilidad de cambio real

Cubierta del CEIP Manuel Galván de las Casas (San Pedro, Breña Alta).

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El anuncio de la cesión por 25 años de las cubiertas de siete centros educativos de La Palma para instalar placas solares no pasó desapercibido. Es muy buena noticia. Esta decisión fue el resultado de meses de conversaciones de la cooperativa sin ánimo de lucro Energía Bonita con las autoridades educativas. Si el proyecto llega a término, se dará un pequeño paso que puede suponer un cambio sustancial, el inicio de una transformación de modelo energético en el que la ciudadanía tendrá un papel protagonista.

Primero, algo de contexto. La electricidad que se consume en La Palma proviene en un 90% de la central térmica de Los Guinchos (Breña Alta), una central que consume cerca de 60 millones de litros de combustible al año. El resto, un 10%, proviene de las energías renovables, porcentaje que apenas ha crecido desde 2013. Esto tiene varias implicaciones: una dependencia absoluta del exterior (el combustible para alimentar la central hay que traerlo de fuera de la isla); se genera electricidad a partir de una fuente contaminante (gasoil y fueloil); una fuente que es, además, muy cara, mucho más cara de lo que muestra la factura, ya que la energía generada en las islas está fuertemente subvencionada. Producir un MWh en los territorios no peninsulares (Canarias, Baleares, Ceuta y Melilla) cuesta unos 200 euros frente a los menos de 100 euros que cuesta en la península. La diferencia entre ambos costes corre a cargo de los presupuestos del Estado y de un concepto escondido en uno de los epígrafes de las facturas de electricidad de todos los españoles.

Estamos atrapados en esa doble, o triple, dependencia. Ha habido algunos avances (energía eólica, placas solares de consumo individual), pero hace falta ir bastante más allá. El cooperativismo energético puede servir de impulso a una transformación que permita que los palmeros estén un poco menos atados a la llegada de un barco cargado de combustible. Además, se produce energía de forma limpia y se llama a la población a actuar. Este punto es primordial. La sociedad, al menos aquella parte de la sociedad preocupada por estos asuntos, tiene la posibilidad de involucrarse de forma activa sin esperar a que las instituciones vengan a solucionarlo todo. La participación en una comunidad energética es síntoma de una ciudadanía madura y responsable, una ciudadanía capaz de impulsar una transición hacia un modelo más justo, más sostenible y con más futuro. Los socios participan de manera activa en ese proceso ya que, al ser propietarios de las instalaciones, tienen poder de decisión sobre las actividades de la cooperativa. Además, disfrutan de otros beneficios como asesoramiento sobre ahorro de energía o participación en campañas contra la pobreza energética.

Las comunidades energéticas están reguladas por dos directivas europeas, UE 2018/2001 y UE 2019/944. Son agrupaciones de ciudadanos, pymes y administración pública que desarrollan actividades y servicios energéticos de forma colaborativa (instalaciones de autoconsumo, vehículos eléctricos, compra de electrodomésticos eficientes, servicios varios…). Rescoop, la federación europea de comunidades energéticas de la que Energía Bonita forma parte, agrupa a más de 2000 cooperativas que representan a un millón y medio de ciudadanos de toda Europa. Una de sus actividades principales son las plantas de autoconsumo colectivo como la que ya está instalada en un colegio público de Breña Alta o las que se pondrán en las cubiertas de los siete centros escolares cedidos ahora: IES Alonso Pérez Díaz, IES José María Pérez Pulido, IES Cándido Marante Expósito, IES Las Breñas, CEO Barlovento, CEO Tijarafe y CEO Juan XXIII.

Aquellos socios que estén situados a menos de dos kilómetros de dichos centros escolares pueden obtener una participación en la energía generada por las instalaciones albergadas por ellos. La participación básica es de 0,5 kW a un precio estimado de 6,25 euros al mes. Una vez conectados a una de estas plantas solares, seguirán enganchados a la red eléctrica y continuarán recibiendo electricidad de forma habitual. La diferencia es que estos usuarios verán como su comercializadora de electricidad descuenta en la factura el valor de la energía generada por la instalación a la que están conectados. Si se siguen algunas pautas, sobre todo concentrar el consumo durante las horas de sol, el ahorro puede ser notable.

En ese camino hacia la autonomía energética, hay otras propuestas como el proyecto de geotermia del que tanto se habla últimamente. Está por ver qué resultados dan las prospecciones proyectadas. El éxito no está asegurado. En todo caso, si esa posibilidad fructifica, la energía geotérmica y la solar son perfectamente compatibles. Un sistema eléctrico en el que se introduzca energía geotérmica necesita complementarse con otras fuentes que lo abastezcan en horas de alto consumo.

La Palma fue la primera isla canaria en generación de electricidad con la apertura en 1893 de la central de El Salto del Electrón. Tenía capacidad de producir algo menos de 40 kW. En los primeros años, esa central producía electricidad suficiente para iluminar las calles principales de Santa Cruz de La Palma y abastecer a unas decenas de abonados. 130 años después y con una producción eléctrica 1000 veces mayor, La Palma puede ser de nuevo pionera y comenzar una transición hacia la producción cooperativa de energía limpia de una parte de los 30 MW que se generan actualmente en horas punta. 

A Energía Bonita todavía le quedan algunos pasos por delante para conseguir hacer realidad la oportunidad que se abre en La Palma con el cooperativismo energético: reunir un número suficiente de socios que participen de las nuevas instalaciones, aumentar el capital social de la cooperativa y que la distribuidora Endesa conceda puntos de conexión, además de hacer todo el proceso para que la electricidad de las plantas se descuente en la factura tal como marca la ley. Esperemos que todo salga bien. 

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