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La condena indecente por el asesinato de Víctor Jara

Hay que recordar, de vez en cuando, la lucha de quienes estuvieron antes para que con ello se forje el espíritu de lucha de los que han llegado después.  Y eso fue, sin duda alguna, Víctor Jara, fue la lucha contra el desfavorecido, la canción de protesta por el que no tiene nada o por el que es golpeado por pedir algo de pan y expresar lo que siente, es la melodía del pueblo que grita sus necesidades, es el alarido por el absolutismo de la palabra de todo dictador, es una sombra de lucha y esperanza que aparece en la oscuridad cuando la opresión al ciudadano se hace más agónica.

La condena a dieciocho años de cárcel a ocho exmilitares chilenos por la muerte de Víctor Jara no hace justicia alguna.  Ninguna condena justifica la muerte de un ser humano, y en este caso, menos aún. La crueldad con la que se ensañaron tras su detención alberga un calificativo de una categoría superior a lo inhumano: Le rompieron los dedos para que no volviera a tocar la guitarra y le cortaron la lengua para que no volviera a cantar, luego de golpearlo reiteradas veces de forma cruel.  Días después lo fusilaron, le atravesaron 44 balas. Más tarde, lo tiraron a un descampado junto con otros cuerpos para que el pueblo lo olvidara,

Y aunque, como he dicho, dicha condena no hace justicia alguna, al menos, la noticia nos sirve para buscar en el desván, en el baúl de las sensaciones y las emociones olvidadas, las esencias dejadas en algún charco de lluvia en esta rutina diaria en la que nos hallamos envueltos, y volver a escuchar sus canciones y rememorar sus infatigables luchas por el pueblo, y empero, para que la crueldad con la que fue detenido y luego fusilado por la dictadura de Augusto Pinochet, nos muestre las verdades verdaderas del genocidio y la barbarie con la que dicho dictador se impuso en Chile, y al tiempo, con la que cualquier dictador intentará en todo momento imponer su doctrina, incluso en Democracia.

Andrés Expósito

Hay que recordar, de vez en cuando, la lucha de quienes estuvieron antes para que con ello se forje el espíritu de lucha de los que han llegado después.  Y eso fue, sin duda alguna, Víctor Jara, fue la lucha contra el desfavorecido, la canción de protesta por el que no tiene nada o por el que es golpeado por pedir algo de pan y expresar lo que siente, es la melodía del pueblo que grita sus necesidades, es el alarido por el absolutismo de la palabra de todo dictador, es una sombra de lucha y esperanza que aparece en la oscuridad cuando la opresión al ciudadano se hace más agónica.

La condena a dieciocho años de cárcel a ocho exmilitares chilenos por la muerte de Víctor Jara no hace justicia alguna.  Ninguna condena justifica la muerte de un ser humano, y en este caso, menos aún. La crueldad con la que se ensañaron tras su detención alberga un calificativo de una categoría superior a lo inhumano: Le rompieron los dedos para que no volviera a tocar la guitarra y le cortaron la lengua para que no volviera a cantar, luego de golpearlo reiteradas veces de forma cruel.  Días después lo fusilaron, le atravesaron 44 balas. Más tarde, lo tiraron a un descampado junto con otros cuerpos para que el pueblo lo olvidara,