Cuestión de dignidad

San Andrés y Sauces —

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“Cuando el Alma mira aquello que es antes que ella, el Alma piensa; cuando se mira a sí misma, se conserva; y cuando mira aquello que es después que ella, el Alma rige sobre ello (…) Consecuentemente, el Alma siendo una realidad incorpórea, engendra lo corpóreo y por lo tanto lo trata” (Plotino, 205-270 d. C.). 

Con una lucidez sorprendente, un futbolista del CD Tenerife cuyo nombre no me acuerdo, decía hace poco en la cadena Ser: “De la dicha se disfruta y de la desgracia se aprende”. Para superar el trance de la devastación del volcán, los habitantes de la isla de La Palma, deberíamos recitar estas palabras como un mantra, porque ahora, lo que toca, no es habitar el paraíso, sino reconstruirlo. Tan humano es que nos sea difícil convencernos de la muerte de lo que amamos, lo que es muy hermoso, como decía el poeta alemán Hölderlin, como que cuando más reconocemos el verdadero valor de las cosas, es siempre después de haberlas  perdido.  En Los dolores del mundo Arthur Schopenhauer (1788-1860) escribe: “Experimentamos el dolor pero no la ausencia de dolor. Sentimos el cuidado pero no la ausencia de cuidado. El temor pero no la seguridad. Experimentamos el deseo y el ansia como sentimos la sed y el hambre. Pero apenas satisfechos, todo ha concluido, como el bocado que una vez tragado deja de existir para nuestra percepción. Salud, juventud y libertad, los tres bienes mayores de la vida mientras los poseemos, no tenemos conciencia de ellos, no los apreciamos sino después de perderlos, porque también son bienes negativos. No prestamos atención a los días felices de nuestra vida pasada sino después que fueron reemplazados por días de dolor”. 

Nos recuerda el pensador alemán que nada hay fijo en la fugitiva vida, lo que, sin duda, nos alivia un poco; porque si la dicha no es eterna, el dolor tampoco, “ni permanente impresión, ni entusiasmo duradero, ni resolución elevada que subsista durante toda la vida. Todo se disuelve en el torrente de los años”. Todo, todo menos los sueños de los propios habitantes afectados por el volcán de Cumbre Vieja, que con grandes dificultades y padecimientos, afrontarán la épica de sobreponerse a una realidad aciaga. Lo veremos o no lo veremos, en esta sociedad saturada de información, de fake news y por ello oscura, pero es seguro, que cada palmera y cada palmero que emprenda la hazaña obligada, se les podría considerar como héroes. 

Decía Marguerite Yourcenar que “la desgracia nos ofrece una confrontación con nosotros mismos, argumentos para un monólogo interior”, del cual, como apuntaba el futbolista del Tenerife, aprendemos; pero la gesta que los damnificados por el volcán tienen por delante, está siendo y será una epopeya digna de ser cantada por algún aedo. Para imaginar una alegría inmensa, hace falta que ésta haya sido precedida por una miseria. Schopenhauer cita a “Voltaire, el feliz Voltaire, que a pesar de haber vivido tan favorecido por la naturaleza, piensa como yo cuando dice: 'La vida no es sino un sueño, y el dolor es lo único real. Hace ochenta años que lo observo. No sé hacer más que resignarme y decirme que las moscas nacieron para ser comidas por las arañas, los hombres para que fuesen devorados por las penas”.   

100 años antes que Voltaire y 200 años antes que Schopenhauer, Cervantes escribía en Don Quijote de la Mancha con palabras puestas en boca de Sancho Panza: 

“Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres, pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias”. 

El escritor francés y el filósofo alemán leyeron a Cervantes; éste leyó a los poetas y filósofos griegos, que no voy a citar en esta ocasión para no resultar pesado, pero antes que yo tuviera el gusto de leerlos a todos, mi padre me decía: “Ándate luego, que se hace de noche”. 

No nos queda más remedio que sostener la dignidad de los héroes trágicos o ser como Plinio el Joven, y nunca quejarse de la adversidad, como hizo él ante la erupción en el año 79 d. C. del Vesubio. Para que toda la tarea de reconstrucción del hábitat pueda llevarse a cabo de un modo adecuado, será indispensable colocar en el centro de la mesa la noción de dignidad, olvidada entre tanta solidaridad privada y tanta hoja de ruta a elaborar por la administración. Con ello me refiero a que lo primero, es dotar a los afectados de lo indispensable para que puedan sentirse dignos, es decir, un hogar alternativo y un trabajo posible, incluso, dentro del proyecto de reconstrucción. A partir de aquí, y sólo a partir de aquí, será posible un porvenir, con alguna cicatriz, pero libre de pesar e infortunio ante la labor esperanzadora a realizar. Las cartas están sobre la mesa, tanto para unos, como para otros. Hay mucho en juego. No valen las medias tintas, ni los faroles. O tal vez, prefieran ver las bestias que advertía Sancho a Don Quijote. Si salvaron las cementeras, las eléctricas, si se salvaron las cajas de ahorro y las compañías aéreas, si salvan las empresas más afines; si con subvenciones se salva el transporte, la agricultura, el cine, el patrimonio, la iglesia, y hasta la infame Fundación F. Franco cuando gobierna el PP, pues también se puede ayudar a los palmeros y a las palmeras damnificados por el volcán de Cabeza de Vaca. Pero, además, hay que hacerlo porque es un hecho insólito y dramático, una auténtica desgracia sin comparación posible en la historia contemporánea de este país. Así que, “con lo de siempre”, con parches, no podemos enfrentarnos a algo nuevo; ahora necesitamos algo más: menos falsa libertad, y más dignidad, tanta como la arena que anega el Valle de Aridane, y mucho, mucho más presupuesto. 

Siguiendo el idealismo de Plotino, podemos pensar que desde que nacemos, en el alma lleva formándose un magma al cobijo de la oscuridad interior, y si se abre una grieta, generalmente cuando conocemos la noción de pérdida o el dolor del mundo, lo decía también Leonard Cohen, por ella entra la luz, accedemos, deslumbrados, al conocimiento. Es justo al contrario del volcán, nosotros vamos de la oscuridad a la claridad cuando encontramos la lucidez, y el volcán va del color del fuego al blanco y negro cuando se enfría lo que brama, lo que dice. Todos callamos durante un tiempo, hasta que el alma del palmero, después de pensar y de reflexionar y después de sostenerse a sí misma, vuelva a engendrar, “andándose luego”, lo corpóreo, un hábitat posible, que viene a regir sobre el futuro y por lo tanto, a ser tratado por el presente con la dignidad necesaria para afrontar cualquier calamidad. Muchas coladas, mucha lava, mucha arena y ceniza, mucho azufre, mucho dolor humano no buscado, sin culpa alguna, con contención, en pie con lo que cabe dentro de las manos, con lo que sueñan los ojos de los niños, con lo que callan los ojos de los ancianos. Cuando hablemos del volcán de La Palma, hablemos de dignidad.

 

ÓSCAR LORENZO

San Andrés y Sauces

Isla de La Palma

5-11-2021