Creo que nunca antes había escrito un título tan explícito y contundente como el que acaban de leer, y es que lejos de encontrar comienzos que puedan llamar la atención, me he plantado delante de una de esas realidades que de vez en cuando son indiscutibles, soberbias, que desmontan la mentira del sistema en el que vivimos, que levanta el pegamento inhumano de los sillones de poder y que nos sitúa en una situación catastrófica. Sí, somos una catástrofe anunciada desde hace décadas.
Nos diluimos muy despacio, pero que nadie tenga ni una sola duda de que la desilusión o disolución, como bien prefieran, está sucediendo, y lo seguirá haciendo hasta el final, un final incierto. Ya hemos traspasado con creces esa línea en la que aún existía una posibilidad de frenar el castigo que bien nos merecemos como sociedad, el castigo de nuestro propio ecosistema, de nuestro planeta. Imaginen una ventana con una pequeña rendija abierta, esa es la única certeza que nos queda ya que, de pronto, confiamos en que la belleza de lo que somos se imponga de una manera o de otra, que gane la poesía y la utopía deje de ser masacrada por una amplia mayoría, para entenderla como proceso y no como una jauría de descerebrados, exagerados, imprudentes, alarmistas y egocéntricos.
Pero aún no quiero ser ese escritor 'buenista' que encuentra una manera de animar a los demás con sus palabras, también son peligrosos, es peligroso caer en esa trampa que te ponen 'los malos de la película'. Y cuando digo 'malos de la película' es por que no encuentro otra manera de llamarlos, y es injusto, porque ni siquiera saben que son los malos, ni siquiera saben que viven, en una película claro. Y con esto quiero explicar la paradoja de no culpar a nadie de esta situación social tan estrepitosa a la que asistimos, porque si lo hiciéramos, el sistema tiene mecanismos perfectamente estudiados para hacer ver a los demás lo que no es o convertirlo en desechos y quitarte de un plumazo del epicentro de la atención, esto es: el poder de la imagen y los medios de comunicación.
Nos queda la emoción.
Después de unos cuantos años de experiencias vitales, de proyectos dedicados exclusivamente a las emociones, en un sinfín de centros educativos, sociales y culturales, me he dado cuenta de que solo hemos estudiado un porcentaje tan microscópico de la gestión emocional que no me atrevo a sacar conclusiones de ningún tipo, si no seguir estudiando todas sus posibilidades. La simplicidad de estudiarlas ya es temerario. Una de las principales cuestiones que nos hemos planteado es si de verdad tenemos que estudiarlas o buscar la manera de que la naturaleza adquiera el protagonismo, es decir, lo humano adquiera el protagonismo. Y ya saben que ocurre ahora mismo con lo que llamamos humano. Lo que sí tenemos claro es que no estamos de acuerdo con esas clasificaciones emocionales que las encierran en una sola posibilidad y es, precisamente, lo que está alimentando al sistema de unos pocos. Esos colores asociados a una determinada emoción, una flor, un olor, una sensación, trabajándolas así, ha hecho que nos replanteemos absolutamente todo, ya que no éramos capaces de observar que la 'ortodoxa ley emocional' que hemos ido creando, que nos hemos auto exigido, es absolutamente errónea. Ni digo que esté bien o esté mal, ni juzgo. Desde el minuto uno que una emoción, cualquiera de ellas, pierda la posibilidad de viajar de un lado a otro de nuestro pensamiento, hemos matado esa emoción. Lo peor de todo es que el proceso es tan lento que no nos damos cuenta de que aún estando muertos. Parece que estamos vivos, por que es exactamente lo que quieren unos pocos, que estés muerto en tu propia vida, esto es estar en silencio, asumir, sumirse.
Entonces aparecen una serie de sucesos, de alcanzar un desarrollo interior de otra manera que aún no sabemos bien, pero que desde luego utiliza una metodología en continuo proceso de transformación, y que ese proceso se convierta en una herramienta natural que nos permita manejar de una forma más productiva, amable, humana y cercana nuestras propias emociones, es una realidad que contemplamos con muchísima atención. Que la tristeza pueda ser una felicidad, que la decepción no se convierta en una respuesta que cierre puertas y destroce al otro, o la creación de adversarios porque no sabemos controlar el enfado o la ira, ya que éstas las colocamos en un lugar oscuro y gris y no en un espacio abierto y compartido donde las diferencias se entrelacen. Convertir el silencio en una emoción para poderla observar, ya que también se ha forjado en arma poderosa del sistema en el que vivimos, un silencio provocado por la desidia, el aburrimiento y la falta de ilusión. Que las tormentas sean agradables y puedan transformarse en algo más de lo que son, quizás en ellas obtenemos las preguntas necesarias y no las respuestas programadas. Que logremos emocionarnos por todo lo que hacemos, sin tener pudor a creer que la persona que lo escucha te juzgue por ello. La confianza en lo que hacemos mostrando los resultados, por encima del proceso de trabajo, siendo el final o no final, lo cierto, lo real el protagonista de la historia que estemos viviendo, no una venta masiva de imágenes interpuestas una encima de la otra para hacer creer al otro lo que quieres ver tú no lo que desea ver ese otro. Abrir el pecho para dejar entrar, en un equilibrio imperfecto que viaje de lo introvertido a lo extrovertido, y al revés. Y digo imperfecto, porque hemos creado una perfección tan terriblemente artificial, que ya no distinguimos entre la piel que se eriza y una botella de plástico abandonada.
Es terrible. Y seguro que en miles de ocasiones hemos tenido la oportunidad de charlar sobre todas estas cuestiones que planteamos en exceso y que poco llevamos a la práctica porque deseamos seguir viviendo en la ignorancia tranquila y llana, yo me incluyo, o me obligan para poder sobrevivir, es hipocresía de la buena.
Los 'Objetivos de Desarrollo Interior' (odis) es una iniciativa global que desarrolla habilidades internas y otras cualidades para personas y organizaciones involucradas en los esfuerzos para contribuir a una sociedad global más sostenible y dar cumplimiento a los lineamientos de ODS adoptados por Naciones Unidas en 2015. Los crearon en Suecia y están empezándose a aplicar en organizaciones privadas y públicas y desde luego es un gran paso, y que es una idea para que los ODS no desaparezcan. Todos nos hemos agarrado a ellos como un paso intermedio para intentar algún cambio, pero ¿cómo lo logramos si no tenemos un buen sistema educativo? ¿si la comunicación social se desmorona? ¿cómo lo logramos si aparentamos más que actuamos y además disfrutamos de ello? Es absurdo. Por eso prefiero llamarlos 'Sucesos de Desarrollo Interior', implica más coherencia, porque es algo que está ocurriendo y no un objetivo, un final que alcanzar. Necesitamos más presente que nunca antes en nuestra historia, y de momento planeamos todo a largo plazo, para sentirnos bien, para que el poder gane tiempo e incremente su colchón de lujo de la gran caída que vamos a sufrir. Ellos no.
Y ahora sí, la belleza de lo que somos. Qué tan difícil es mirarnos a los ojos. Fue lo primero que hice en un colegio maravilloso en el que disfruté de una labor de investigación intensa en el medio educativo. Todos los alumnos se miraron a los ojos durante tres minutos, tres minutos de su tiempo para detenerse y lograr no pensar en nada, simplemente observar la mirada de la otra persona. Lloramos de emoción aquel día, y no sabíamos bien dónde estaba esa emoción, dónde colocarla, ni siquiera tuvimos que entenderla, solo dejamos ese espacio escrito y repleto de inmensidad. Porque si se fijan hay galaxias gigantescas en nuestros ojos. En menos de cincuenta minutos, tras la mirada y un pequeño debate sobre el suceso, logramos la transformación de muchas actitudes, energías más bien, confundidas e inciertas. Fue belleza, así que creo en todo lo que les estoy contando, lejos de pretender ser más de lo que soy.
Pablo Díaz Cobiella