Espacio de opinión de La Palma Ahora
El desatino de proponer la modificación del traje típico
Han pasado más de diez días desde que la propuesta de modificar el traje típico de La Palma saltara a los medios de comunicación suscitando una gran polémica, por lo que consideramos oportuno hacer algunas matizaciones a lo expresado por la costurera responsable de la idea, dado que en sí constituye un lamentable desatino y sus argumentos son peregrinos y contradictorios.
Cuando voluntariamente decidimos ataviarnos con uno de los trajes regionales usados por nuestros antepasados ya sabemos y admitimos que llevaremos atuendos con mayor número de prendas de lo habitual, con géneros poco usados en la actualidad y con hechuras completamente desfasadas con respecto a lo que vestimos ahora. Ello supone más peso y calor si lo vestimos en verano, y ciertas incomodidades para los que sólo lo visten una vez cada cinco años y no están acostumbrados a llevarlo con asiduidad. Pero, engalanarse con uno de nuestros indumentos también conlleva otros significados intrínsecos: significa sentirse parte de un gran colectivo llamado Canarias, una de las comunidades del estado español más aficionada a vestir sus trajes propios, amante de sus tradiciones que se han conservado como en pocos sitios, por el aislamiento secular que tuvimos hasta hace bien poco. Nuestra indumentaria regional se ha convertido, para la mayoría de los canarios, en una seña de identidad con la que nos identificamos, con la que nos sentimos más de aquí, y el acto de vestirse de mago constituye casi un rito íntimo y serio que disfrutamos los amantes de las tradiciones, que como el diccionario de la Real Academia Española (RAE) define, consiste en 'Trasmisión de noticias, composiciones literarias, doctrinas, ritos, costumbres, etc., hecha de generación en generación'. También apunta 'Doctrina, costumbre, etc., conservada en un pueblo por trasmisión de padres a hijos'. Nos podemos considerar afortunados de poseer tan rico acervo tradicional, que ha causado y sigue causando la admiración de propios y extraños.
Ese patrimonio tenemos la obligación de trasmitirlo tal cual lo hemos recibido cual si de un tesoro se tratara, ya que cualquier cambio o alteración personal pone en riesgo ese legado que hasta ahora se ha podido conservar, muchas veces a trancas y barrancas, a pesar de actuaciones desaprensivas de irresponsables, que con argumentos insólitos e insostenibles justifican sus actuaciones desde cualquier punto de vista nefastas para la conservación de nuestro legado cultural. Y ese bagaje que desde instituciones oficiales y particulares se ha tratado de salvaguardar, es lo que en determinados momentos nos hace diferentes y atractivos dentro de este planeta cada vez más homogeneizado y aburrido.
Por tanto, las razones argüidas por la costurera, por mucho que para ella sean válidas, se desmoronan ante lo arriba expuesto, no obstante sus argumentos son tan contradictorios que bien merecen un análisis más detallado. Iremos pormenorizando su artículo aparecido en los medios de comunicación, empezando por el epígrafe que reza: “El traje típico femenino se adapta a los nuevos tiempos”.
Precisamente lo que no tienen que hacer los trajes regionales es adaptarse a los nuevos tiempos, pues su interés radica en poder conservar modas de otros tiempos y lucirlas en la actualidad. Es innegable que ha habido una adaptación a la actualidad que se ha dado de forma natural: usamos telas industriales en lugar de tejidas a mano (la gran mayoría de las veces), cosemos a máquina y antes se hacía a mano, se tiñen las telas con tintes sintéticos frente a los tintes naturales de antaño, se bordan algunas prendas a máquina, se imitan las telas labradas de seda con bordados, etc, pero esos cambios se han dado sin haber sido propugnados por nadie, y eso no justifica ningún cambio a la hora de confeccionar un atavío que ha de procurar siempre reproducir las técnicas de confección, los patrones originales, el tamaño de las prendas con sus guarniciones y sobre todo “el aire, estilo y empaque” de las antiguas formas de engalanarse.
Para justificar su desatinada propuesta alega que es 'para evitar la continua desvirtuación que se aprecia en las romerías y hacer el traje más cómodo y funcional'. O sea que para evitar la desvirtuación lo desvirtúo yo, y encima tilda de 'mal hacer' a las vecinas que se acicalan con el traje tradicional 'sin dar opciones más cómodas'.
Lo de que el atuendo quede más atractivo acortando las enaguas de lana y de lino es una cuestión de gusto muy personal a la par que cuestionable, y lo de que los bordados quedan más a la vista es inexacto, pues las guarniciones bordadas de las enaguas de lino nunca se han de ver, a no ser que se recoja la enagua exterior de las muchas maneras que la tradición nos enseña, y eso se puede hacer de igual manera con las enaguas cortas como con las largas. En cuanto a lo de mostrar los zapatos sería comprensibles si fueran unos antiguos o hechos a mano, pero que yo sepa en La Palma ya no quedan artesanos que los hagan, con lo cual el zapato industrial se convierte en la pieza menos relevante de todo el atuendo, por tanto no puede considerarse un argumento para justificar el despropósito.
Sigue la artesana con sus razones, esta vez basadas en campanas que ha oído o leído pero que no sabe muy bien dónde: 'la vestimenta dieciochesca palmera no se modifica ya que la forma de llevarla y combinarla, su patronaje, sus técnicas de confección y complementos permanecen intactos'. ¿Alterar el tamaño de los patrones de las enaguas reduciéndolos medio metro considera usted que es dejarlos intactos? Sigue con sus contradicciones cuando argumenta que se consigue el mucho volumen que antes proporcionaban las muchas enaguas bajeras que antes se estilaban 'variando el patronaje, confeccionando una sola enagua con un casco en las caderas, y el vuelo añadido a través del mandonguillo' ¿En qué quedamos, modificamos los patrones o los dejamos intactos como argüía poco más arriba? Además, el casco en las caderas es propio de las enaguas cultas del siglo XIX y no de las de épocas anteriores y populares. Hemos podido estudiar más de una docena de enaguas de probada antigüedad y ninguna de ellas tenía casco en las caderas ni mandonguillo (labor de confección que produce un efecto de línea quebrada en la unión de dos partes de una prenda). También es contradictorio el que para producir mucho volumen a partir de la cintura ponga usted el vuelo dos palmos más abajo de ésta. El casco y el mandonguillo son aportaciones de la segunda mitad del siglo XX completamente ajenas a los patrones antiguos.
También argumenta usted que al ser caluroso, pesado y poco atractivo 'acarrea que las faldas se readapten con resultado poco acertado' ¿y la radical readaptación que usted propone sí es acertada? Luego continua apuntando que 'no resta tradición ni estética, apreciándose más los detalles del traje'. Resta muchísimo de la tradición, y no digamos de estética que más se asimila a los modelos de los años cincuenta del pasado siglo que a una vestimenta de los siglos XVIII y XIX.
La tradición textil de La Palma tiene merecido renombre en todo el Archipiélago y más allá, ya sean sus tejidos, sus labores de aguja, así como en la confección de su indumentaria tradicional. Esa circunstancia ha hecho que el vestir propio de la Isla destaque dentro del conjunto de las demás, pues ha sabido conservar como ninguna todas las técnicas de tejido, corte, confección y guarniciones (bordados en todas las modalidades que intervienen en un atuendo, caireles, vainicas, etc.) y ahora nos viene usted a proponer cambios tan radicales con argumentos tan desafortunados generando un problema donde no lo hay y si lo hubiere de tan fácil solución. Por hacer una comparación desde dentro de la Isla de La Palma, para incomodidad, calor y número de prendas, que le pregunten a los que bailan los Enanos, que soportan casi 24 horas seguidas con sus ropajes y que sepamos a ninguno le ha pasado nada.
Hasta ahora hemos desglosado el primero de los artículos aparecido el 24 y 25 de agosto en diferentes medios de comunicación. Con posterioridad, el día 26, en este medio se reafirma en su despropósito aportando iguales y nuevos argumentos igual de peregrinos, contradictorios y confusos siendo especialmente llamativo el de la cuestión económica que se cae por su propio peso, pues argumenta que con el coste de las telas que se ahorran al acortar las enaguas exterior e interior medio metro, se podrían ahorrar de 200 a 300 euros. Dado que una costurera igual cobra por hacer un traje de un largo que de otro, que las bordadoras igual lo hacen al bordar una enagua ya sea breve o luenga, y que el resto de las prendas afortunadamente no se pretenden cambiar, luego costarán lo mismo, ¿me quiere usted hacer creer que el ahorro en telas puede ascender a esas cantidades?
Bueno y no seguimos porque este escrito improvisado se haría un poco pesado y a lo mejor solo le resultaría interesante a un conocedor de los entresijos de nuestras indumentarias. No obstante, antes de terminar quisiera hacer algunas apreciaciones sobre el modelo que usted nos ha mostrado en los medios de comunicación. Lo desglosaremos de la cabeza a los pies:
1- La montera es pequeña para la portadora, tal vez propia para una niña pero nunca para una adulta. El mostrarla con parte del ala levantada mostrando las tópicas agujas enhebradas con hilos de colores, es moda reciente y como todos los estereotipos que se dan en los trajes típicos, digno de erradicar. Es verdad que las mujeres podían o solían llevar un par de agujas enhebradas con hilo generalmente blanco o negro en la montera, faltriquera o sombrero para remediar cualquier imprevisto de costura que pudiera acaecer, pero no solo no se enseñaban sino que se ocultaban.
2- La gasa o toca está colocada de forma desgarbada, con poca gracia y tradición.
3- Echamos de menos el pañuelo de hombros o la manteleta, pero supongo que también ha sido suprimida por razones de calor...
4- La camisa bordada en punto de cruz negro grande y con diseño nuevo, es uno de los defectos más generalizado en toda la Isla tanto en la ropa de mujer como en la de varón. Ese tipo de bordado con puntos diminutos y diseños tradicionales a hebra contada ?nunca inventados o figurativos- es exclusivo de las enaguas de lino de la mujer, y es un recurso de aficionada que lo prefiere a los de realce blanco de mayor dificultad y que requiere de mayor tiempo de ejecución.
5- El justillo que luce es como cinco tallas mayor que el que debiera con asillas muy anchas y poco elegantes que además ¡dan más calor! El número de ojetes en las puertas delanteras es escaso y lo correcto sería llevar muchos y muy juntos para permitir un correcto ajuste al torso y busto de la portadora.
6- La enagua exterior por la rodilla no merece comentario alguno, se cae por sí sola.
7- El bordado de la enagua es ralo, grande y reproduce dibujos totalmente ajenos a la tradición. Los antiguos bordados de las enaguas de La Palma son una de las más interesantes guarniciones que se encuentran en la indumentaria tradicional de Canarias emparentados con los puntos de almofarán usados por los hispanoárabes muchos siglos antes de la colonización, conformados por cenefas de diminutos puntos de cruz a hebra contada, siendo preferibles las franjas estrechas y de puntos minúsculos a las anchas y de puntos ralos.
8- Los zapatos propios para este atavío habrían de ser de cuero virado en su color y a ser posible bajos.
Como ven todo un dechado de desaciertos por parte de una persona que, entre otras cosas, enseña a confeccionar trajes típicos. Todo un peligro para la vestimenta tradicional palmera. ¡Ojo, responsables de organizar estos cursillos!
Y como dijimos antes la solución a tanto desatino es bien fácil: para las personas extremadamente calurosas, a las que le resulta incómodo o antiestético vestir nuestras indumentarias propias ¡NO LA VISTAN!, no es obligatorio vestirse de mago, se puede participar en la mayoría de los actos vistiendo de calle y no pasa nada. Se puede participar en la Bajada del Trono y en las romerías sin que nos exijan llevar atuendos típicos, y si es para un baile de magos o para participar en algún acto de la Navidad, mejor que las enaguas sean largas para preservar la salud de las portadoras.
Las razones expuestas por la costurera artesana son tan peregrinas que más incitan a pensar que lo que la ha movido es un afán de notoriedad y protagonismo que los argumentos esgrimidos. Vista usted a los suyos como su tino le dicte, pero no haga apología de sus desvaríos y trate de que los demás la secunden.
Atentamente y siempre dispuesto a compartir conocimientos.
Han pasado más de diez días desde que la propuesta de modificar el traje típico de La Palma saltara a los medios de comunicación suscitando una gran polémica, por lo que consideramos oportuno hacer algunas matizaciones a lo expresado por la costurera responsable de la idea, dado que en sí constituye un lamentable desatino y sus argumentos son peregrinos y contradictorios.
Cuando voluntariamente decidimos ataviarnos con uno de los trajes regionales usados por nuestros antepasados ya sabemos y admitimos que llevaremos atuendos con mayor número de prendas de lo habitual, con géneros poco usados en la actualidad y con hechuras completamente desfasadas con respecto a lo que vestimos ahora. Ello supone más peso y calor si lo vestimos en verano, y ciertas incomodidades para los que sólo lo visten una vez cada cinco años y no están acostumbrados a llevarlo con asiduidad. Pero, engalanarse con uno de nuestros indumentos también conlleva otros significados intrínsecos: significa sentirse parte de un gran colectivo llamado Canarias, una de las comunidades del estado español más aficionada a vestir sus trajes propios, amante de sus tradiciones que se han conservado como en pocos sitios, por el aislamiento secular que tuvimos hasta hace bien poco. Nuestra indumentaria regional se ha convertido, para la mayoría de los canarios, en una seña de identidad con la que nos identificamos, con la que nos sentimos más de aquí, y el acto de vestirse de mago constituye casi un rito íntimo y serio que disfrutamos los amantes de las tradiciones, que como el diccionario de la Real Academia Española (RAE) define, consiste en 'Trasmisión de noticias, composiciones literarias, doctrinas, ritos, costumbres, etc., hecha de generación en generación'. También apunta 'Doctrina, costumbre, etc., conservada en un pueblo por trasmisión de padres a hijos'. Nos podemos considerar afortunados de poseer tan rico acervo tradicional, que ha causado y sigue causando la admiración de propios y extraños.