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El Diputado del Común

Elsa López en el 40 aniversario de la Diputación del Común.
12 de febrero de 2025 21:31 h

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Cuando pienso qué significa el Diputado del Común me imagino una larga cola de seres inocentes que van a pedir que no les hiera una infamia, que no les roben un derecho, que no les duela una injusticia. Me imagino a alguien que se convierte en nuestro abogado, nuestro paladín, el amigo fuerte que nos defiende y guarda, el hermano grandullón que llegado el momento va a defendernos de acosos, afrentas y malos tratos. Y me detengo en un lugar donde uno fija la mirada y sueña qué allá dentro van a poder solucionarse los problemas de los ciudadanos; un sitio dónde pueden resolver un desahucio, una mala praxis, una nueva derrota. Ignoro qué buscan los demás. Para mí es una promesa y el deseo de que las cosas vayan bien en nuestra sociedad.

En un momento como éste tan lleno de incertidumbre y desvalimiento, la imagen del Diputado del Común nos resulta más necesaria que nunca. Representa la idea de no estar solos, que podemos acudir a su sabiduría para recibir la ayuda que necesitamos, para enfrentarnos al agravio, a la humillación, a los despropósitos de los más fuertes contra los más débiles. Es una manera de decirnos que tenemos el apoyo y el cuidado que necesitamos. Más de una vez he recurrido a la escritura para explicar el sentimiento de abandono de los seres humanos que van de un lugar a otro con la quimera de encontrar un lugar donde guarecerse, un cobijo que les defienda de las ignominias. Unos buscan el auxilio de los dioses, otros aún creen que es la comunidad la que debe crear los medios necesarios para procurarles esa protección. Pertenezco a ese segundo grupo y creo que debe ser la propia sociedad la que tiene que defendernos de muchas de las perversiones que ella misma genera y ese papel lo debe jugar el Diputado del Común. 

Los antecedentes de esta figura aparecen en el Fuero de Gran Canaria, primera ley administrativa aplicada por la Corona de Castilla tras la conquista de la isla. Se crearon las imágenes del personero y el procurador del Común, encargados de que se intentara el bien común y se respetaran las ordenanzas. Posteriormente, se promulgó el Auto Acordado del Consejo de Castilla, mediante el cual se instituyeron en cada Ayuntamiento la elección anual de varios Diputados del Común y un síndico Personero, un servidor público a quien le corresponde la guarda y promoción de los derechos humanos, la salvaguardia del interés público, vigilar la conducta oficial de quienes desempeñan funciones públicas, y el control administrativo en el municipio. El personero asiste al ciudadano en casos de detección arbitraria, violación de derechos en el proceso penal, retención indebida por reclutamiento o conducción a Unidad Permanente de Justicia y debe dar apoyo a las personas privadas de libertad y a sus familiares para el ejercicio y garantía de sus derechos fundamentales y procesales.

La suerte que siguieron estos representantes del pueblo fue desigual en cada isla ya que desaparecieron completamente en Gran Canaria y La Palma. La idea se recuperó con el Estatuto de Autonomía y su representante fue designado por el Parlamento del Gobierno de Canarias. Su fin es defender los derechos y libertades constitucionales de los ciudadanos; no tiene el poder de dictar sentencias, imponer sanciones o suspender las actuaciones administrativas, pero si las de investigar, denunciar y actuar a iniciativa propia como a petición de cualquier persona física o jurídica sin distinciones de condición. Su actuación es confidencial y gratuita, no siendo necesaria la intervención de abogados, procuradores o gestores. El primer Diputado del Común en Canarias fue Luis Cobiella (1986-1991). Le siguieron Arcadio Díaz Tejera (1991-1996), Fernando Giménez Navarro (1996-2000), Manuel Alcaide Alonso (2002-2011), Jerónimo Saavedra (2011-2018), y Rafael Yanes Mesa (2018-2023).

La isla elegida para instalar en ella la sede fue La Palma. Desde 1988 ha tenido su centro en la Casa Carrillo Massieu, número 26 de la calle O’Daly de Santa Cruz de La Palma previa compra del inmueble por la Consejería de Hacienda del Gobierno de Canarias en 1987. La casa es un hermoso edificio construido por Silvestre Carrillo Massieu hacia 1928 con un proyecto del palmero Pelayo López Martín-Romero (el primer arquitecto titulado en la historia de la isla) y está situado en la arteria principal de la ciudad lo que permite establecer un vínculo simbólico entre la carrera de ese organismo durante la democracia y el síndico personero Dionisio O’Daly. coprotagonista junto con Anselmo Pérez de Brito en la causa ante el Consejo Supremo de Castilla contra el gobierno despótico de los regidores perpetuos del antiguo Concejo de La Palma.

Yo fui a esa casa una vez. Esa casa llena de luz aparecía junto a la sombra de Luis Cobiella como un símbolo de paz y refugio. Subí las escaleras y llegué a una oficina parecida a cualquier oficina. Llevaba una carta escrita por unos niños que no querían que el estado, sus leyes y decretos pudieran arrebatarle a su maestro que debía irse del colegio por razones burocráticas. No era un drama ni tampoco un deseo imposible en apariencia. Y yo, con aquella carta en las manos, era una soñadora que creía y aún cree en las instituciones democráticas. No pudo ser. Pude entenderlo. Los niños no. Pensé entonces en Luis y en su forma de acogernos, de entendernos, de desagraviarnos. Su imagen fue siempre fundamental para reconocer qué era y cómo era el papel que representaba esa institución. Y recordé entonces una especie de oración que escribí para él hace ya muchos años y que hoy quiero volver a leerles en su memoria porque representa lo que deseamos encontrar en quienes deben protegernos y ampararnos.

“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque algún día nos encontraremos con la palabra de Luis Cobiella y nuestro espíritu crecerá y se enriquecerá con ella, porque Luis tiene ese don gracias al cual quienes le escuchan, crecen y enriquecen su pensamiento y su corazón. Porque su palabra nos cerca, nos sobresalta y al final nos despierta de ese sopor maligno en que nos sume la ignorancia. Y uno sabe que su palabra, como la lluvia menuda y lenta de La Palma que tanto amaba Pérez Vidal, acabará haciendo de nosotros una tierra más fértil.

Bienaventurados los mansos, porque algún día tendremos una parcela de tierra cerca del territorio en que Luis vive. Y allí, rodeados por muros de piedra seca, pequeñas flores silvestres, cabras, terneras, pájaros felices y toda la fauna alegre que nace y se multiplica en los campos que él habita, podremos contemplar sin miedo el paso de los días. Y allí, nuestro corazón se llenará de gozo y mansedumbre de la buena, de la que no se vende ni inclina la cabeza ante la soberbia de los poderosos.

Bienaventurados los que lloran, porque seremos consolados por Luis de penas grandes y chiquitas. Encontraremos un rincón soleado en medio del jardín que Concha protege y cuida, y cogidos de su mano emprenderemos un nuevo juego alrededor del mundo. Y se correrá de boca en boca el asombro de aquellos que se acercaron a ver de qué manera tan distinta se ríe la buena gente.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque quedaremos saciados si dejan que Luis se preocupe de nosotros y nuestras causas nunca perdidas. Y Luis, creyente firme en la justicia, defensor de los pueblos, pacífico guerrero acorazado de amor y raciocinio, levantará su espada y acometerá molinos imposibles. Y aquellos que fuimos en su busca lo veremos cabalgar arenas negras, desnudo de rocín y sin adargas, confiado en la esperanza del hombre bueno por naturaleza.

Bienaventurados los misericordiosos porque alcanzaremos la dulzura de sus gestos; la expresión de su rostro cuando se acerca para besarte; el leve movimiento que nos hace retroceder por miedo a ser prendidos de su pecho y quedarnos en él acurrucados; y que luego Concha venga y se enfade y nos reclame ese sitio que es de nadie, sólo suyo, y que algunas veces los demás hemos querido tanto.

Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos no saben la suerte que tienen si algún día se les ocurre amanecer en Los Cancajos y allí se encuentran con un Luis Cobiella madrugador y paseante, vigilado muy de cerca por el amor temeroso de esa niña madre amante guardadora de su mayor tesoro: un corazón muy grande con la cara de Luis.

Bienaventurados los pacíficos, porque atemorizados por el estruendo que forman los hombres a base de tanto objeto inútil con que viven y adornan, huimos a las costas, nos refugiamos en las orillas del agua y, todavía estremecido el corazón, esperamos impacientes la llegada del cisne salvador. Y cada mañana, en un pequeño rincón de esa playa, algo separados, aunque no lejanos a la orilla y los que sueñan con un nuevo Grial, Luis Cobiella, con un apreciable tono nacarado, sentado frente al mar y huido ya definitivamente del ruido y de sus gentes, toma una taza de té amorosamente guarecido en su Concha.

Bienaventurados los que padecimos persecución por la justicia, porque allí mismo, en esa misma playa, pudimos abrazar a Lohengrin delante de un Luis complacido y feliz ante tanta ternura y pudimos compartir con él todo el amor y toda la esperanza.“

En estos días de intranquilidad y desasosiego cuando parecen crecernos los molinos, necesitamos un modelo que venga a instalarse en nuestras vidas y hacerse cuenta de ellas; un emblema de lucha contra las adversidades, de resistencia contra truhanes y maleantes que pueda conducirnos hacia una ínsula nueva donde poder vivir en paz.

Hoy deseo lo mejor para la actual representante de ese símbolo de seguridad y certidumbre, Doña María Dolores Padrón Rodríguez. Y para ella esta carta desesperada que escribí un día a un tal don Quijote.

        Carta desesperada a un tal don Quijote

 

Te escribo por si aún vives

y tienes la cordura de seguir galopando

a lomos de corceles que han de llevarte lejos

a tierras y países que solo tú conoces.

 

Te escribo porque tengo un mal presentimiento

y temo que hayas muerto o te hayan vuelto loco

con cuentos y mentiras sobre tu noble estado

y no puedas oírnos, quizá, ni aconsejarnos.

 

Me dicen que andas solo. Que no descansas nunca.

Que gimes contra el cielo y contra maleantes.

Que no hay reino posible.

Que abandonaste, ciego, a tu infiel Dulcinea

y Sancho hace ya meses que anda por otros lances.

 

Y mientras adoleces encerrado en tu mundo,

nosotros, ya lo ves, creyendo en los milagros

y dando siempre tumbos para poder hallarte.

 

No hay molinos, te cuento.

Hay gigantes, enredos, falsarios y truhanes

que todo lo envilecen.

Caballeros andantes quedan pocos

y si alguno quedara

hace ya mucho tiempo que lo tienen por triste.

 

Yo todavía cabalgo. Contra todo cabalgo.

Como puedo cabalgo sobre tu Rocinante

soñando con castillos de los que tú me hablabas.

Y en este infierno estamos

esperando que vuelvas a darnos la encomienda

de una ínsula extraña donde resucitarnos.

Siento decirte esto y de paso rogarte

que vuelvas pronto a casa.

Que te echamos de menos. Ya lo sabes.

 

Siempre tuya afectísima.

Elsa López. La Palma 12 de febrero de 2025

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