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Enterrado en los ojos que un día besó (31)

Maguisa, Constantine, Mikel Norel y El Mariachi cantaron por toda la calle de La Ballesta, donde Maguisa quiso darles una alegría a las prostitutas que vendían sus favores durante aquellas frías horas de la madrugada. Las prostitutas, nada más ver a Maguisa con Constantine y Mikel Norel,  reconocieron a los tres actores palmeros. Sacaban de sus bolsos fotos de ellos y les pedían autógrafos. Recorrieron cantando la calle de un extremo a otro y tomaron dirección rumbo al Palace. Al llegar a la puerta del hotel coincidieron con El Charro que ayudaba a entrar a Carmencita en un taxi que la llevaría hasta su casa.

Maguisa le preguntó al Charro por cómo le había ido la conversación con Carmencita. Le respondió que Carmencita, esa misma noche, no podía hablar con su madre, porque estaría dormida cuando llegase a casa, pero que cuando se despertase lo hablaría con ella. Por otra parte, que Carmencita no tenía ningún problema en irse a despedir en vida de su padre enfermo terminal en México. Y, que creía, que su madre, al principio le iba a decir que “no”, pero antes de que Carmencita saliese a trabajar al restaurante, la madre ya le estaría diciendo que “si”.

Maguisa le confesó al Charro que estaba desvelada y que por qué no la invitaba, en su habitación, a tomar una botella de Cava Ex Vite Brut Gran Reserva de Llopart. El Charro pidió en recepción la botella para que la subieran a su habitación. Le dijo a uno de los mariachis que le prestase su guitarra. Se sonrieron Maguisa y él, y se dirigieron al ascensor.

Constantine y Mikel Norel se sentaron en una de las mesas del bar del Palace. Constantine sacó su cajetilla de cigarrillos Craven A, le ofreció un pitillo a Mikel Norel, le dio fuego, luego encendió el suyo e hizo con el humo inhalado uno de los gestos de sus películas. Miró para el ascensor, donde El Charro y Maguisa esperaban a que se abriese la puerta. Al abrirse, salió   una mujer de la que Constantine no pudo despegar su mirada, que con tacones, a lo Manolo Blanik, que repicaban, enfilaba hacia  la barra del bar, como un recorrido que hacía varias veces en una misma noche todas las noches, un recorrido de taconazos contados, afinados, exactos. Ella, no lo había visto a él, como no lo veía, cuando él, con pasos tímidos, iba detrás de ella, siguiéndola con la mirada y no dejándose ver, a escondidas, cuando ella, de colegiala, iba a La Palmita. Este ritual lo hizo Constantine, sin ser visto, durante dos cursos, quinto y sexto de bachiller, hasta que ella fue raptada, abducida, por El General Gabacho desterrado en la isla, con vigilancia policial, por De Gaulle, y alojado en el Hotel Mayantigo.

Sentada en un taburete de los de la barra, -seguro que todas las noches lo hacía en el mismo-, abrió su bolso para coger una cajetilla de cigarrillos franceses, Gauloises, de los que se había hecho fumadora empedernida durante el tiempo que vivió mansa y salvajemente con el  General Gabacho. El camarero se acercaba a servirle la misma copa de todas las noches, cada vez que llegaba de la calle o que regresaba de una cualquiera de las habitaciones, Cava Ex Vite de Llopart Gran Reserva Brut. Mikel Norel aparecía en escena con la cajetilla de Craven A en la mano, que le había cogido a  Constantine en la mesa,  ofreciéndole un cigarrillo y señalándole la mesa en la que estaba Constantine con la botella de  Ex Vite abierta, para que fuese a tomarse una copa con ellos. A ella le pareció aquella cara conocida. “¡Yo es que de lejos no veo ni patatús! ¿Pero tú, que estás cerca, no eres el mayor de los garrafones, los que tenían un puesto en La Recova, un kiosco en El Puente, y una tienda en la barriada 18 de Julio? ¿El que se fue a Roma a rodar películas con Maguisa y Constantine?”. “Sí, y el que está sentado en la mesa es Constantine, esperando que te vayas a sentar con él. Contigo sigue siendo igual de tímido. Me ha dicho que venga hasta la barra para invitarte a la mesa”- le contestó Mikel Norel.

José Legrá, dos veces campeón del mundo del peso pluma de boxeo, El Puma de Baracoa, que estaba en una mesa cercana a la barra, sentado con dos rubias, dos pumas rubias, se acercó a Mikel Norel. Le preguntó si no era él el actor de cine, palmero de nacimiento, que rodaba películas en Roma con otros dos actores palmeros. Mikel Norel le dijo que “sí”. El boxeador cubano les pidió que se sentasen los dos en su mesa. El mayor de los hermanos garrafones  le respondió que él “sí”, pero que la señorita se iba a sentar con Constantine. Lo dijo mirando a su mesa. Pepe Legrá miró a la mesa de Constantine y dijo un muy discreto “lo entiendo”, y añadió: “Sí, lo entiendo, pero me gustaría después tomar unas copas y tener una conversación con él.”

“Ahora, Legrá, me perdonas un momento pero me voy a acercar con la señorita hasta la mesa de Constantine y regreso con vosotros. Legrá, llevo toda la noche bebiendo Cava  Ex Vite de Llopart Gran Reserva Brut, no soy persona de mezclar bebidas, con la que empiezo, termino. Si no te importa, pídeme una botella, que es muy probable que, más tarde, Constantine y la señorita vengan a la mesa, o nosotros vayamos a la de ellos”. El Puma de Baracoa llamó al atento camarero y se la pidió. Las Dos Pumas Rubias sonrieron diciendo: “Mikel, dile a Constantine que no nos vamos de aquí si no hablamos con él y nos firma un autógrafo”. Mikel se sonrió para sus adentros pensando que él tampoco subiría a la habitación sin un autógrafo y quizás algo más de Legrá.

Constantine observaba cómo entre los gritos y susurros de sus pensamientos La Colegiala venía acercándose a su mesa. “¡Cuánto ha cambiado! ¿Qué habrá ocurrido con el General Gabacho? Tiene aspecto de vivir la noche ¿Habré cambiado yo tanto ante sus ojos?”. Se hacía estas preguntas, y más, muchas más, mientras contaba como repicaban sus tacones. “No tengo a nadie ahora mismo cerca de mí para apostar cuantos melodiosos taconazos sonarán contra el suelo hasta llegar a la mesa y sentarse. Apuesto contra mí mismo. Digo que van a ser treinta y tres taconazos ¡Pero qué delgada está! No le sienta bien tanta delgadez. Diez taconazos. Seguro que su voz habrá cambiado también. ¡Claro que sí! Aunque yo nunca hablé con ella, y por tanto no sé bien cómo era su voz. Pero seguro que el tabaco, el alcohol, la noche se la habrá cambiado. ¿Quizás los hombres hayan contribuido también? El desgarro de vivir. Dieciséis taconazos. ¿Qué hago yo contando sus taconazos? ¿Qué hago yo mirándola nervioso fijo a sus ojos?”. Cada taconazo musical que daba, ella sonreía más y más. Iba por el numero veinte. Constantine estaba seguro de que iba a ganar aquella apuesta contra sí mismo. De lo que no estaba seguro era de que si se iba a poder levantar de la silla para saludarla, si le iba a salir la voz. Sin embargo, ella, cada taconazo que daba, “veinte y cuatro he contado ya”, se mostraba más sonriente y segura de sí misma. “¿Más guapa tal vez? Quizás sí”. Llenó la copa de ella, se volvió a llenar la de él. Encendió un Craven A. Expiró el humo del cigarrillo tal como lo hacía en sus películas. Bebió la copa de cava de un sorbo. Se sirvió apresurado otra. “Veintiocho pasos. Ganaré la apuesta pero no sé aún cómo actuar cuando esté conmigo”. Se miró a sus botines blancos, aquellos que puso, como si fuera Manolo Blanik, de moda por todo el mundo que veía sus películas. “En verdad, ahora que está más cerca, la veo más guapa que nunca. Treinta rabiosos taconazos. La apuesta la tengo casi ganada, no puede dar más de tres pasos, pero aun no sé cómo actuar”. Constantine, encontró en aquella última palabra que pensó, “actuar”,  la solución a sus dudas. “Treinta y tres pasos. Treinta y tres pasos. Treinta y tres. He ganado la apuesta. Veo la vida como un plató lleno de cámaras y focos, y actúo, actúo, que es lo único que sé hacer en mi vida. Actúo abrazándola, besándola, saliéndoseme una lágrima, diciendo su nombre y hablando con ella. Actúo...”   

Maguisa, Constantine, Mikel Norel y El Mariachi cantaron por toda la calle de La Ballesta, donde Maguisa quiso darles una alegría a las prostitutas que vendían sus favores durante aquellas frías horas de la madrugada. Las prostitutas, nada más ver a Maguisa con Constantine y Mikel Norel,  reconocieron a los tres actores palmeros. Sacaban de sus bolsos fotos de ellos y les pedían autógrafos. Recorrieron cantando la calle de un extremo a otro y tomaron dirección rumbo al Palace. Al llegar a la puerta del hotel coincidieron con El Charro que ayudaba a entrar a Carmencita en un taxi que la llevaría hasta su casa.

Maguisa le preguntó al Charro por cómo le había ido la conversación con Carmencita. Le respondió que Carmencita, esa misma noche, no podía hablar con su madre, porque estaría dormida cuando llegase a casa, pero que cuando se despertase lo hablaría con ella. Por otra parte, que Carmencita no tenía ningún problema en irse a despedir en vida de su padre enfermo terminal en México. Y, que creía, que su madre, al principio le iba a decir que “no”, pero antes de que Carmencita saliese a trabajar al restaurante, la madre ya le estaría diciendo que “si”.