Espacio de opinión de La Palma Ahora
Enterrado en los ojos que un día besó (35)
(El libro Tren de tarde a las islas, Eladi Creuhet, lo presentará Antonio Abdo el viernes día 29 de diciembre de 2017, en Las Cosas Buenas de Miguel, en Santa Cruz de La Palma, a partir de las 19:30 horas)
Literato salió del cuarto de baño cantando Sombras, de Javier Solís -era la segunda vez que la cantaba durante esa mañana- mientras iba caminando a su dormitorio. Volvió a mirar la urna en la que estaban las cenizas de su hijo Hiperión. Se vistió, cogió de su mesa de noche el libro de Eladi Creuhet, La Ciudad Soñada, y se dirigió a la cocina para desayunar con su mujer. Al pasar por el perchero puso el libro de Eladi dentro de un bolsillo del abrigo que colgaba. Entró en la cocina, donde olía a gofio que había traído Mónica desde La Palma. Su mujer, revolvía un tazón de leche con gofio y miel. Literato decidió desayunar lo mismo.
“Casi no te levantas. Ni siquiera oías el despertador. Anoche, dormido, no parabas de nombrar a Sigrid, El Ángel Pelirrojo”- le dijo ella. “Después de muchos años sin recordarla siquiera, llevo unas cuantas noche que no paro de soñar con Sigrid. Anoche, fue desde que toqué la cama, que me quedé dormido, hasta que me despertaste, pero no recuerdo nada de lo soñado. ¿Qué era lo que decían que ocurría cuando soñabas con alguien que acababa de morir? ¿Qué tenía una cuenta pendiente contigo? ¿Qué te quería decir algo que no hizo o no pudo hacer nunca en vida?”
La mujer de Hiperión dejó la cuchara dentro de la taza de leche con gofio y se rio. “Quizás nos quiere decir algo a los dos, porque yo no paro de acordarme de ella, y cuando lo hago, lo que tengo en las manos se me cae al suelo, o alguna que otra cosa similar”. Se miraron el uno al otro sonriendo y con ganas de seguir hablando de ese mismo tema, con ganas de hablar de algo que nunca habían hecho ninguno de ellos dos.
Ella le dijo que mirase su reloj, porque creía que se le iba a hacer tarde. Literato miró su Cuervo y Sobrino traído por su abuelo desde Cuba. “Sí, me debo de ir ya”. Cogió un poco de pan y rebanó la taza de leche con gofio. “No te olvides de coger el libro de Eladi”. “Lo puse en el bolsillo del abrigo” “¿Llevas las llaves de la casa y las del coche?” “Sí. Las metí junto con el libro”.
Literato se lavó la boca, le cogió las manos a su mujer y le dio un beso en los labios. Se puso el abrigo, comprobó que La Ciudad Soñada estaba en el bolsillo junto con las llaves, abrió la puerta, llamó al ascensor. El ascensor, una antigualla, no venía, se había vuelto a romper. Bajó las escaleras hasta el garaje tarareando Sombras. Era la tercera vez, en ese rato de la mañana, que se acordaba de esta canción.
La luz del garaje, como el ascensor, estaba rota. Él podía hacer aquel trayecto con los ojos cerrados. Había nacido en aquel edificio. De niño, los días de invierno que no se podía salir a jugar a la calle, bajaba de su casa y jugaba en él. Su abuelo y su padre tenían coche. Literato, muchas veces les cogió las llaves de los vehículos para simplemente arrancarlos, y más tarde, cuando había crecido un poco más, para darles un poco para atrás y para adelante. Abrió la puerta del coche, -seguía canturreando Sombras-, se sentó sin darse cuenta de que en el asiento de al lado había sentada una persona. “¡Caray! ¿Por qué no la cantas, en vez de tararearla?” Había conocido aquella voz en la Universidad de Verano en Santander, como alumna suya; luego la tuvo también como alumna en sus clases de la Complutense en Madrid; más adelante, en el Kiosco El Ancla de Los Cancajos, en La Palma; y la noche anterior, en sueños, la había pasado al completo hablando con ella. La reconoció al escuchar el sonido de su primera palabra, lo que le impidió el asustarse, tanto, como el haberse iniciado en el mundo de los muertos con su hijo Hiperión. “Sí, por qué no la cantas. Hiperión la canta muy bien. Seguro que se la enseñaste tú. No hay nada más parecido a mi vida que la letra de esta canción”. Con mucha naturalidad le respondió. “Lo sé, Sigrid, por eso se la enseñé a cantar a él”. “Anda, Literato, vamos a salir del garaje, que si no, vas a hacer esperar a Eladi en Barajas”.
El Dodge Barreiros, el mismo modelo con el que Carrero Blanco saltaría por los aires justo dos años más tarde en la calle Claudio Coello, heredado de su padre, -su padre no quiso que lo vendiese-, asomó la trompa a la calle. Literato vio a Sigrid, El Ángel Pelirrojo, a plena luz del día, después de diecisiete años sin hacerlo, solo en sueños durante las dos últimas noches. “Sigrid, estás más bella muerta que viva, que ya es decir, más incluso que en sueños”. Sigrid sonrió. “Lo entiendo que te pueda parecer así. En esta dimensión, hasta donde yo sé, nos cambia algo el físico; unas veces a mejor, otras a peor. Ten cuidado cuando llegues a la Avenida de América, va a haber un accidente grave, con muertos. Conduce muy despacio al llegar allí”. “Sigrid, esta mañana, desayunando con mi mujer, en la cocina, me dijo que creía que tú tienes cosas pendientes que hablar con nosotros, cosas que quizás no nos dijiste nunca, que te fuiste al otro mundo con ellas, y, que quizás, no te dejen descansar en esa otra realidad en la que estás ahora viviendo. Quizás las estuvimos hablando anoche en sueños, pero no los suelo recordar. Solo recuerdo que soñé contigo pero no el qué”. Sigrid no le apartaba la vista. “Ella tiene toda la razón, Literato. Por ese mismo motivo estoy aquí otra vez. Siempre fue una mujer con mucha sensibilidad, es la mejor mujer que podías tener, hasta yo me hubiese podido enamorar de ella, como estuve a punto de que me hubiese ocurrido contigo. Si ella no hubiese existido yo me hubiese enamorado de ti, y si tu no hubieses existido yo me hubiese enamorado de ella”.
El Ángel Pellirrojo, acompañándose de las manos, le dijo a Literato que extremase la precaución porque el micro de Iberia que hacía el trayecto Colón-Barajas ya había volcado en el inicio de la Avenida de América con riesgo de incendiarse. “Hay algo que no te quise decir en vida y que hoy lamento no haberlo hecho. Yo me quedé embarazada de ti, aquella única vez que hicimos el amor, en la caleta pegada a la vieja playa de Los Cancajos. No te lo quise decir nunca. Tuve aquel hijo que estaba incapacitada para criar. Vinieron mis padres al poco tiempo de nacer el niño para llevarnos a Alemania, ingresarme a mí en una clínica psiquiátrica y adoptar ellos a mi hijo, tu hijo, al que yo le había puesto el nombre de Werther. Yo, me quedé inconsciente al verlos entrar en mi casa azul de la calle Drago, en Santa Cruz de La Palma. No volví a recuperar la consciencia hasta que morí. Muerta, como estoy ahora, al saber que el deseo de tu hijo Hiperión, que murió el mismo día y a la misma hora que yo, era también el esparcir sus cenizas sobre la tumba de Hölderling, cuando mismo las cenizas mías, quise conocerlo. Hemos hablado de muchísimas cosas. Él se inclina a que te vuelva a comentar lo que anoche estuvimos hablando en sueños porque piensa que lo más probable sea que tú no lo puedas recordar. Literato, Werther es hijo tuyo. Cuando tu mujer y tú lo conozcáis en Türinga os daréis cuenta de lo igual que es a ti. Él ya empieza a llevarse mal con su abuelo, como me ocurrió a mí. Mi madre cada vez está más delicada del corazón y senil. Morirá en breve. A mí me gustaría que tu mujer y tú tuvieseis trato con él, más bien que lo educarais vosotros. Yo trataré de influir para que se venga a estudiar a Madrid. Él quiere ser escritor. Habla con tu mujer de lo que hemos hablado, que ella también tiene que comentarte algo de lo que tú tampoco sabes”.
Al entrar en la Avenida de América se empezaron a escuchar sirenas. Policías municipales indicaban a los coches que circulasen despacio. La velocidad se ralentizó durante un largo tramo de la carretera. “Me parece, Sigrid, que vamos a llegar tarde y hacer esperar a Eladi en la Terminal.” “No, Literato. Eladi aún no ha bajado del avión, una vez esté en la Terminal, con tres de sus libros de poesía en la mano, Cuaderno de Los Cancajos, Viaje en línea regular y Tren de tarde a las islas, se cruzará con un guardia civil que lo parará, -el mismo que no quería dejarle pasar la Aduana a Mónica por llevar consigo otro libro de Eladi, La Ciudad soñada. Santa Cruz de La Palma entre 1955 y 1965 -, para preguntarle por aquellos tres libros, y que al ver que estaban impresos en las dos primeras décadas del siglo veintiuno, no querrá dejarlo salir de la Terminal con ellos. A Eladi se le ocurrirá responder al benemérito hombre lo mismo que le respondió Mónica dos días antes, que aquello había tenido que ser un error mecanográfico. El tricornio, al volver a escuchar aquella misma palabra, mecanográfico, por tercera vez en cuarenta y ocho horas, le dirá a Eladi que se aparte de él lo más lejos posible. Eladi irá a esperar su maleta. Lo hará leyendo, Tren de tarde a las islas, y, recordando las palabras que le dije yo, sentada al lado de él, en la primera clase del avión Barcelona-Madrid. Tren de tarde a las islas lo presentará Antonio Abdo el viernes día 29 de diciembre de 2017, en Las Cosas Buenas de Miguel, en Santa Cruz de La Palma, a partir de las 19:30 horas”.
Unos guardias civiles motorizados, con las sirenas encendidas, que escoltaban a un Dodge Barreiros, mismo modelo que el que conducía Literato, lo adelantan. “Literato, dentro de ese coche que nos está adelantando va el Almirante Carrero Blanco, vicepresidente del Gobierno. Dentro de casi justamente dos años, haciendo el recorrido que lo lleva de su casa a misa, en la calle Claudio Coello, muy cerca de donde vosotros vivís, saltará por los aires y caerá en el patio interior de un convento. Este será el principio del fin del franquismo, aunque queda mucho por sufrir”. Literato se quedó pensativo. “Sí, creo que sea testigo de este atentando histórico. Lo que no veo claro es estar de cuerpo presente en la presentación de Tren de tarde a las islas, yo tendría ochenta y siete años, pero mi hijo Werther, lo más probable es que sí podrá hacerlo”. Sonrió, miró para el asiento donde estaba sentaba Sigrid, El Ángel Pelirrojo. Ella ya no estaba allí. En su lugar había un sobre. Lo abrió cuando aparcó en Barajas. Sacó una foto que había dentro, la miró detenidamente, le dio la vuelta, y se encontró con un texto escrito por Sigrid, a la que conocía bien su letra. “No eres tú de adolescente, -parecía que le estaba leyendo sus pensamientos-, es nuestro hijo Werther. No dejes de hablar con tu mujer, que va a convertirse en su madre”.
(El libro Tren de tarde a las islas, Eladi Creuhet, lo presentará Antonio Abdo el viernes día 29 de diciembre de 2017, en Las Cosas Buenas de Miguel, en Santa Cruz de La Palma, a partir de las 19:30 horas)
Literato salió del cuarto de baño cantando Sombras, de Javier Solís -era la segunda vez que la cantaba durante esa mañana- mientras iba caminando a su dormitorio. Volvió a mirar la urna en la que estaban las cenizas de su hijo Hiperión. Se vistió, cogió de su mesa de noche el libro de Eladi Creuhet, La Ciudad Soñada, y se dirigió a la cocina para desayunar con su mujer. Al pasar por el perchero puso el libro de Eladi dentro de un bolsillo del abrigo que colgaba. Entró en la cocina, donde olía a gofio que había traído Mónica desde La Palma. Su mujer, revolvía un tazón de leche con gofio y miel. Literato decidió desayunar lo mismo.