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Enterrados en los ojos que un día besó (43)

El tren en el que llegó Billy El Niño a Lisboa llevaba cerca de media hora aparcado en el andén de la estación ferroviaria de la capital lusa y Billy no bajaba de ninguno de aquellos vagones que formaban parte de aquel expreso. El Niño se había quedado dormido, resacado de dar tantas palizas también en sueños a rojos indefensos en comisaría después de haber dado muerte por la tarde, bajo interrogatorio, a aquellos dos militantes de la CNT que regresaban de Toulouse, un palmero y una mexicana, que habían sido detenidos en la estación de Chamartín con propaganda de aquella organización revolucionaria anarcosindicalista.

El supervisor del tren ahora estacionado, un gudari que había sido torturado por Billy, al ver cómo seguía durmiendo el odiado policía se le pasó otra vez por la cabeza el ajusticiarlo asfixiándolo con la almohada, - tenía el vasco buena corpulencia y resentimiento para ello-, pero cuando estaba ya con la almohada en la mano escuchó unas voces y pasos que lo alarmaron e hicieron que desistiese en su empeño de mandar al Niño al lugar donde el sanguinario karateca había enviado a tantos rojos. E hizo bien, porque aquellas voces y pasos eran de unos amigos de Billy, altos cargos de la brutal policía secreta salazarista que alarmados por no verlo entre los viajantes que descendían de los vagones, habían subido a los vagones de literas a olisquear qué había ocurrido; e hizo bien el gudari cojo por una de las palizas del inspector porque lo hubiesen cogido aquellos sabuesos miembros de la Pibe con la almohada en la mano, así que soltó el arma con la que iba a impedir que El Niño siguiese respirando en este mundo, torturando, lanzando katas, en definitiva, matando a diestro y siniestro. Despertaron a Billy, aquellos amigos suyos, que no se creía que el tren ya había llegado a Lisboa, - le pareció muy corto el viaje -, y se lo llevaron con ellos a desayunar vino verde y marisco escuchando fados en directo.

Juan Gómez Casas, una de las figuras más relevantes del anarcosindicalismo español de la posguerra, cuando aquella mañana de treinta y uno de diciembre de mil novecientos setenta y uno, después de haberse reunido la noche anterior con sus camaradas libertarios en la sede de la CNT en la calle La Libertad, Madrid, para intentar reconstruir el sindicato, despertó en su cama y sintió que su mujer María del Carmen Martín Herranza estaba como siempre abrazada a él. Ahogó todas sus pesadillas de la madrugada, las que no le impedían olvidar campos de concentración y cárceles, bebiéndose el vaso de agua que Carmen con su cariño le dejaba puesto todas las noches en su mesa de noche. Juan, al que llamaban también Benjamín, había nacido en Burdeos, en el año veintiuno, en el seno de una familia de anarcosindicalistas españoles que había emigrado por motivos económicos. Con la proclamación de la II Republica la familia volvió a Madrid donde se afilia con su padre a la CNT, y a partir del treinta y seis en la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias. En abril del treinta y ocho se incorporó a la 39 Brigada Mixta del Ejercito Republicano. Luchó tres meses en el frente de Teruel. Con el triunfo franquista fue detenido en el puerto de Alicante e internado en el campo de concentración de Albatera de donde consiguió librarse por ser menor de edad. De vuelta a Madrid se entrega a la lucha clandestina dentro de las Juventudes Libertarias y la CNT. El quince de enero del cuarenta y ocho, regresando de Francia, fue detenido con su compañera e hijos en el Camino Viejo de Leganés, Madrid. En el registro domiciliario se descubre la imprenta Minerva con la que se edita la prensa libertaria ilegal Tierra y Libertad y Juventud Libre. En julio del cuarenta y ocho fue condenado a treinta años de prisión por pertenencia a organización clandestina. Del monasterio penal de San Miguel de los Reyes intentó fugarse sin éxito el seis de febrero del cincuenta y seis. Como consecuencia de este intento de fuga es ingresado en el penal de Ocaña, y en el cincuenta y ocho, tras denunciar la explotación de los presos en los talleres carcelarios, fue trasladado a la penitenciaría de Burgos. En mayo del sesenta y dos salió en libertad y se instala en Valencia donde recupera su antiguo oficio de pintor. Regresa a Madrid donde trabaja de contable en un hotel y se dedica a la escritura y la traducción. En los años setenta se convirtió en uno de los máximos representantes de la CNT que se reorganizaba y de la cual fue su máximo secretario entre agosto del setenta y seis y abril del setenta y ocho, una vez resurgida. Juan, Benjamín, había quedado al mediodía con sus compañeros libertarios a la salida del metro de Chueca para tomarse unos vinos en La Taberna y luego reunirse en el local de la calle La Libertad. Tenían la impresión de que entre ellos había un topo, soplón o confidente, y prefirieron solo verse los camaradas de mayor confianza. A Juan García Gómez, bajo el agua de la ducha, se le fueron sus pensamientos hacia la ternura que siempre había sentido de Carmita, amor sin el que nunca hubiese podido soportar el agrio camino que eligió llevar.

Sor Ácrata salió del mortuorio donde había ido a intentar interferir en el camino que empezaba a transitar el alma de Fernando con el mismo sentido de impotencia que tuvo cuando quiso hacer lo mismo con el alma de Hiperión. Sor Ácrata se montó con su fotógrafo en su Seat Seiscientos rojo que salió en cuarta y llegó hasta el taller de El Escultor en esa misma marcha, la cuarta, sin despegar el pie del acelerador, saltándose todos los semáforos rojos que encontraba a su paso en un Madrid terriblemente helado, casi siberiano. “Me estoy quedando sin acólitos dentro de la secta por defunción y sedición. Como ya conozco el negocio, voy a tener que robar niños recién nacidos y venderlos para mantenerla. Me estoy quedando también sin alumnos en el Instituto por las dos mismas razones. Hasta puede ser muy probable que me echen de él.” Aun así, con su secta diezmada hasta en las finanzas, Sor Ácrata tenía planeado en nada más llegar al taller de Manolo El Escultor matarlo, haciendo parecer que fuese un accidente, si no había hecho adelantos notables en la estatua que le estaba esculpiendo. Ella sabe mejor que nadie como estimular al Escultor, - el truco de amenazarlo encerrándolo en una guagua siempre le da buenos resultados-, y al llegar al estudio y ver que la estatua ya tenía un ligero parecido con ella cambió de idea; en vez de quererlo matar abrió otra botella de Licor Cacao Pico que ofreció beber primero a él, le bajó los pantolones vaqueros Levi´s y le hizo otra mamada mientras acababan de beber el transparente licor.

A Sor Ácrata, cuando ingirió el semen del Escultor, se le cerraron los párpados, y tuvo tres viajes en el tiempo a un futuro muy próximo. En el primero se adelantó a la inauguración de su propia estatua en la Plaza de Chueca la noche víspera de Epifanía, donde leyó con desgarro poemas y más poemas pretendidamente suyos. La Cofradía del Porro de Hierba, y El Gudari Beodo, que era hermano del gudari que Billy había dejado cojo, el revisor del tren, pasaban por allí y sabían a quién en realidad correspondían aquellos poemas, -solo para nosotros, a Hiperión-, exclamaron: “¡Bonito color para yegua!”, y siguieron haciendo su ruta de bares hasta un poco antes de empezar el amanecer, su hora prohibida. Los Viejos Cenetistas, que salían alegres de su local sindical por haber descubierto al topo, infiltrado o delator, iban a tomar el metro para regresar a casa con sus compañeras, al ver la misma escena, comentaron: “¡Tremenda vanidad la de esta mujer! ¡Primero una calle, ahora una plaza, llegará un día a tener un imperio!” En el segundo viaje en el tiempo Sor Ácrata se desplazó justo al día antes de empezar el curso en su instituto después de las vacaciones navideñas. Es de noche, la hora del Telediario de las nueve que vocea sobre el Volcán Teneguía en La Palma, puede explotar de nuevo o algo así. Suena el timbre del teléfono en la casa de Sor Ácrata, una casa de un barrio burgués de Madrid. El marido de Sor Ácrata contesta, pues ella no puede hacerlo, porque está catatónica en el sillón, sentada al lado de su fotógrafo que no pierde instantáneas ¡Así se lo dejó encargado ella! El marido reconoce aquella voz antes de presentarse, es la de La Directora del Instituto, que le dice que al día siguiente hay reunión del claustro de profesores y que si puede venir él, porque el tema del que van a hablar lo prefieren hacer con él, no con su mujer. Orellano, que es cómo llaman al marido de Sor Ácrata, pregunta a qué hora es la reunión y dice que aprovechará para dejar el parte de baja de Sor Ácrata. ¡Y ahora viene el tercer viaje de Sor Ácrata al futuro! Orellano, después de la reunión del Claustro de Profesores del instituto, regresa a su casa del barrio burgués madrileño, donde Sor Ácrata sigue sentada, en el mismo sofá, al lado del fotógrafo. Se sienta y se sirve un brandy Luis Felipe para poner en orden todo lo hablado en la reunión del instituto. El problema con Sor Ácrata no era un incidente por ser “roja”, pues no se sabía bien por qué, la Brigada Político Social no actuaba contra ella. Billy El Niño, que al parecer se había criado de niño con ella en una colonia española, actuaba de protector suya. -Había dejado claro que a ella no se le tocase nunca-. Y aunque no fuera así, la acusación de ser “roja” era un delito grave en un régimen fascista que en cualquier momento que la dictadura cayese dejaría de serlo. Pero el cuestionarla como enseñante tal como estaba ocurriendo dada la sectarización de sus clases y las muertes de sus alumnos sí sería un problema siempre grave, irresoluble y sin solución política en cualquier sistema. Se buscó una respuesta para aquella situación intentando hacerle el menor daño posible, prolongar la baja lo más que se pudiera y poner tierra de por medio durante un largo tiempo alejándola a otra ínsula, -que también tenía que ver con su niñez-, tan distante como aquella colonia en la que Billy y ella compartieron algunos años de niñez. Sor Ácrata terminó su tercer viaje a un futuro cercano viendo lo mismo que Orellano, su marido, estaba mirando en el reflejo dorado de su copa de brandy Luis Felipe antes de tomarse el primer trago, sus ojos azules encendidos que llevaban ya tiempo hablando de tristeza, llanto y desesperación.

El tren en el que llegó Billy El Niño a Lisboa llevaba cerca de media hora aparcado en el andén de la estación ferroviaria de la capital lusa y Billy no bajaba de ninguno de aquellos vagones que formaban parte de aquel expreso. El Niño se había quedado dormido, resacado de dar tantas palizas también en sueños a rojos indefensos en comisaría después de haber dado muerte por la tarde, bajo interrogatorio, a aquellos dos militantes de la CNT que regresaban de Toulouse, un palmero y una mexicana, que habían sido detenidos en la estación de Chamartín con propaganda de aquella organización revolucionaria anarcosindicalista.

El supervisor del tren ahora estacionado, un gudari que había sido torturado por Billy, al ver cómo seguía durmiendo el odiado policía se le pasó otra vez por la cabeza el ajusticiarlo asfixiándolo con la almohada, - tenía el vasco buena corpulencia y resentimiento para ello-, pero cuando estaba ya con la almohada en la mano escuchó unas voces y pasos que lo alarmaron e hicieron que desistiese en su empeño de mandar al Niño al lugar donde el sanguinario karateca había enviado a tantos rojos. E hizo bien, porque aquellas voces y pasos eran de unos amigos de Billy, altos cargos de la brutal policía secreta salazarista que alarmados por no verlo entre los viajantes que descendían de los vagones, habían subido a los vagones de literas a olisquear qué había ocurrido; e hizo bien el gudari cojo por una de las palizas del inspector porque lo hubiesen cogido aquellos sabuesos miembros de la Pibe con la almohada en la mano, así que soltó el arma con la que iba a impedir que El Niño siguiese respirando en este mundo, torturando, lanzando katas, en definitiva, matando a diestro y siniestro. Despertaron a Billy, aquellos amigos suyos, que no se creía que el tren ya había llegado a Lisboa, - le pareció muy corto el viaje -, y se lo llevaron con ellos a desayunar vino verde y marisco escuchando fados en directo.