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Hablar de arte es fácil

Te sientas en el primer taburete de plástico negro que te encuentras en la primera exposición que has visto en tu ciudad. Delante tienes una fotografía de Guergui Pinkhassov, la imagen de la cabeza de una gallina te parece interesante, el halo de luz natural que funciona como foco en la escena, escondiendo los elementos superfluos en la oscuridad, y tú, que tu piel se transmuta en una mujer con pamela negra, con un velo negro que cubre la mayor parte de tu cara, como si tú también formaras parte de las sombras del cuadro, pero no es verdad, sabes que eres también una cabeza enfocada desde lo alto con la bombilla de la verdad, rogándote que pidas perdón, expíes tus errores y te arranques el velo, porque vestir de negro no te convierte en sombra.

Ahora ya no te sientas en un taburete, sino que sustituyendo el descanso sin rigidez ni apoyo de ese mueble de interior, has preferido tenerte en pie y mirar de frente al cristal protector que protege, y perdón por la redundancia, una fotografía de Manolo Espaliú en la que aparece una farola, que también hace de foco, alumbrando una camioneta vacía en noche cerrada y sin estrellas que se puedan apreciar, una mochila de cuero sostenida en el hombro, cientos de oportunidades dentro de una caja de madera vieja donde antes había caramelos que has ido comiendo en el metro, te recreas en la imagen y te imaginas lo que podrías sentir sentándote en el mullido asiento delantero de la camioneta, enciendo el motor y apretando el acelerador, directo a tu destino (lo que quiera que eso conlleve), atropellando demonios, arremetiendo contra troncos caídos...

Convertida en polvo de arena y tierra apareces en un pasillo todavía más vacío que los anteriores, porque esta vez la profundidad de campo hace que te conviertas en un punto de vértigo, ante el Living room de Lynne Cohen y en blanco y negro examinas su estratégica actitud que delata o buen pulso o un trípode, esta fotógrafa que se dedicaba a entrar en casas ajenas para fotografiar espacios ajenos, consiguió llevar a miles de personas a hogares de otros solo para sentirte en casa, para que observaras la sencillez y aún así mágica imagen de un salón idealmente decorado, fotografía tan increíblemente contrapuesta a la de Jaques Henri Latirgue, donde un niño y un perro juegan y saltan por la orilla de la playa, los sensibles sonríen cuando lo ven, porque cualquiera podría ser ese niño retratado, la gravedad de la imagen llana lo mantiene sostenido en el aire y es un momento que, como si hubiese sido descrito por el mejor narrador de eventos importantes de una vida, se va haciendo eterno, desde el instante del 'click' hasta ahora y después, ese luego en la punta de la lengua, porque quien observa este cuadro tiene muchas promesas incumplidas, muchos besos que prometió dar y que luego nunca llegaron, esos platos favoritos que aún esperan ser servidos, el tiempo corriendo y tú huyendo, como se pudre todo, tanto dura la espera... Strawberries de Klaus Pichler con ese Strange Bird de Byrdy sonando de fondo, no eres nada, y mientras la putrefacción de los que esperan se extiende, tú aún estás decidiendo si saltar a las vías vacías y empezar la carrera por tu supervivencia o esperar con ellos, con una maleta llena de cartas sin abrir ni rellenar, con verdades a medias y corazones que no bombean como antes.

Lo dicho. Hablar de arte... es fácil.

Te sientas en el primer taburete de plástico negro que te encuentras en la primera exposición que has visto en tu ciudad. Delante tienes una fotografía de Guergui Pinkhassov, la imagen de la cabeza de una gallina te parece interesante, el halo de luz natural que funciona como foco en la escena, escondiendo los elementos superfluos en la oscuridad, y tú, que tu piel se transmuta en una mujer con pamela negra, con un velo negro que cubre la mayor parte de tu cara, como si tú también formaras parte de las sombras del cuadro, pero no es verdad, sabes que eres también una cabeza enfocada desde lo alto con la bombilla de la verdad, rogándote que pidas perdón, expíes tus errores y te arranques el velo, porque vestir de negro no te convierte en sombra.

Ahora ya no te sientas en un taburete, sino que sustituyendo el descanso sin rigidez ni apoyo de ese mueble de interior, has preferido tenerte en pie y mirar de frente al cristal protector que protege, y perdón por la redundancia, una fotografía de Manolo Espaliú en la que aparece una farola, que también hace de foco, alumbrando una camioneta vacía en noche cerrada y sin estrellas que se puedan apreciar, una mochila de cuero sostenida en el hombro, cientos de oportunidades dentro de una caja de madera vieja donde antes había caramelos que has ido comiendo en el metro, te recreas en la imagen y te imaginas lo que podrías sentir sentándote en el mullido asiento delantero de la camioneta, enciendo el motor y apretando el acelerador, directo a tu destino (lo que quiera que eso conlleve), atropellando demonios, arremetiendo contra troncos caídos...