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James Dean era un tío guapo

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James Dean era un tío guapo. Huelga decir que la belleza física es una cuestión subjetiva y que cualquiera de ustedes puede oponerse a esta afirmación simple, pero yo lo veo así, el tipo era bien atractivo. Murió jovencito, con veinticuatro años, en la cúspide de la fama y la rebeldía. Si pienso en James Dean me viene al magín siempre algún fotograma de la película “Gigante”, adaptación de la novela homónima de Edna Ferber que trata la realidad compleja de un entorno humano cambiante a raíz del hallazgo de un yacimiento de petróleo.

Rock Hudson, otro de los protagonistas del filme, tampoco estaba nada mal. La versión de “Gigante” que estamos viviendo en Canarias no tiene actores con tan buen empaque. Es una pena. De verdad, les prometo que cuando José Manuel Soria hace declaraciones yo trato de ver lo mejor de él para que este trance sea mínimamente digerible, entrecierro los ojos y le coloco un sombrero tejano, un cigarrillo ladeado y una mirada melancólica que derrita a las muchachas. Pero no hay modo. Yo intuyo que a él le gustaría -a Soria, digo-, tener expresión cautivadora, y estoy casi seguro que la ensaya secretamente ante el espejo antes de cada rueda de prensa o entrevista. No termina de lograrlo.

Dean y Soria, dos rebeldes, uno sin causa, otro con una causa faraónica. Dueño de la cartera de Industria, Energía y Turismo (fascinante mezcla), el ministro se encuentra en la incómoda situación de defender el proyecto que Repsol tiene entre las islas y el continente. No es una causa fácil. La defiende serenamente porque tiene un argumento sólido: las prospecciones tendrán lugar en aguas territoriales. El Archipiélago no tiene competencias en este punto, lo que ocurra en las costas y cercanías es asunto de la Dirección General de Costas. Soria se sabe la teoría, la cual es irrebatible. Bien por él. Que la ciudadanía se plante contra la actuación de la compañía petrolera, que lo hagan los Cabildos de Lanzarote y Fuerteventura, y tímidamente el gobierno autonómico, parece no importunarle ni siquiera un poquito. Parece que este tema no es cosa nuestra.

Dice Soria que los sondeos se efectuarán a sesenta kilómetros de las islas más orientales, como si eso fuera una salvaguarda, como si la eventual contaminación no afectase a las aguas en ese punto, como si hubiera barreras en medio del mar, ¿qué quiere decir con eso de los sesenta kilómetros?, ¿tal vez que un futurible vertido de crudo no llegaría a la costa canarias? Deepwater Horizon, la torre petrolífera de BP que originó la marea negra del Golfo de México, trabajaba a ochenta kilómetros de la costa más cercana cuando comenzó un desastre incalculable que afectó casi mil kilómetros de costa en abril de 2010.

Soria dice más cosas, lo dice con su mejor cara de conquistador de masas: apunta que de existir en el subsuelo una bolsa de crudo de calidad la economía canaria dará un vuelco abismal, se reducirá el paro, cabalgaremos sobre cheques en blanco, como si la explotación no fuera cosa de una empresa privada, como si nos fuéramos a dedicar a reparar petroleros en nuestros embarcaderitos pesqueros.

Que pretender ahora comenzar la aventura del petróleo es ridículo y hasta anacrónico, que el planeta ya está trabajando desde hace décadas otras fuentes energéticas, que Canarias es un lugar mágico en el mundo para poner en práctica esas alternativas, que somos un espacio frágil y único, hermoso y diferente, son conceptos tan asimilados que no debería hacer falta gritarlas por un altavoz en pleno siglo veintiuno. Pero hace falta. Parece mentira que a día de hoy haya que poner cosas tan elementales sobre la mesa, que haya que pintarlo en las paredes, perder la voz y agitar banderas.

José Manuel Soria es la cabeza visible de este plan firmado por Repsol y el Estado Español, un plan que ignora que justo al ladito hay un archipiélago mirando con una mezcla de rabia y miedo. Un archipiélago que (y esto sí que va más allá del absurdo) administrativamente en esta realidad no tiene voto. Pero tiene voz, y debe hacerse oír. Una cabeza visible que guarda en su subconsciente una idea romántica e irreal de lo que es la extracción de petróleo, que anhela ser un colono aventurero en busca del pozo milagroso y regresar a casa con la ropa manchada de negro y la firme sonrisa del éxito. Seguro que Soria también ha visto “Gigante” y sueña viajar (rompiendo el espacio-tiempo) a probar suerte en algún estado sureño en los años cincuenta. Pero hay cosas imposibles.

No sé si les había dicho, James Dean era un guaperas.

James Dean era un tío guapo. Huelga decir que la belleza física es una cuestión subjetiva y que cualquiera de ustedes puede oponerse a esta afirmación simple, pero yo lo veo así, el tipo era bien atractivo. Murió jovencito, con veinticuatro años, en la cúspide de la fama y la rebeldía. Si pienso en James Dean me viene al magín siempre algún fotograma de la película “Gigante”, adaptación de la novela homónima de Edna Ferber que trata la realidad compleja de un entorno humano cambiante a raíz del hallazgo de un yacimiento de petróleo.

Rock Hudson, otro de los protagonistas del filme, tampoco estaba nada mal. La versión de “Gigante” que estamos viviendo en Canarias no tiene actores con tan buen empaque. Es una pena. De verdad, les prometo que cuando José Manuel Soria hace declaraciones yo trato de ver lo mejor de él para que este trance sea mínimamente digerible, entrecierro los ojos y le coloco un sombrero tejano, un cigarrillo ladeado y una mirada melancólica que derrita a las muchachas. Pero no hay modo. Yo intuyo que a él le gustaría -a Soria, digo-, tener expresión cautivadora, y estoy casi seguro que la ensaya secretamente ante el espejo antes de cada rueda de prensa o entrevista. No termina de lograrlo.