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Jerusalén, las piedras y los lamentos

El país es abrupto, una sucesión de montes, valles, cuevas, palmeras, olivos y naranjos, desiertos y llanuras fértiles, el lago llamado Mar de Galilea y al sur el Mar Muerto, el lugar más profundo de la Tierra. Cuando vienes desde el sur hacia Jerusalén, te das cuenta de que estás salvando un gran desnivel, dentro de la propia capital hay también muchas escalinatas y cuestas. La primera noche que fuimos al Muro de las Lamentaciones, jueves, había una multitud que lanzaba vigorosas imprecaciones junto a la pared del Templo, cabeceaba, se movía con frenesí mientras leía y hasta vociferaba los libros sagrados junto a sus niños; el viernes, el sábado y el domingo casi nadie.

Impresiona llegar a un lugar con cinco mil años de historia, que acumula tantos acontecimientos, tantas invasiones seguidas de destrucciones y conflictos, y que además es un referente espiritual para la mayor parte de la humanidad, las tres religiones monoteístas. La ciudad es patrimonio de la humanidad desde 1981, y cuando la divisas desde el Monte de los Olivos buscas las dos cúpulas grises del impresionante Santo Sepulcro y la muy visible cúpula dorada de la Explanada de las Mezquitas; los musulmanes creen que desde allí Mahoma subió a los cielos, acompañado por el ángel Gabriel. El edificio fue construido entre los años 687 y 691, más de trece siglos lo contemplan. Los judíos y los cristianos afirman que allí Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo Isaac pero Dios lo evitó enviando un cordero, conservan la piedra en la que sucedió tal hecho. En el lugar se alzó también el Templo de Salomón, del que solo queda el Muro de las Lamentaciones.

Tras cruzar las murallas por la puerta de Damasco parece que has entrado en las galerías de un zoco, los vendedores, los aromas de los dátiles y las especias. El ambiente es de un mercado árabe, las calles son estrechas pero por ellas se introducen vehículos a mucha velocidad. Y, a medida que vas conociendo el barrio musulmán, el armenio, el judío y el cristiano te das cuenta de la potencia y la estética de esta ciudad impresionante, sus monumentos de clara piedra caliza, sus callejas que fueron conquistadas 26 veces por egipcios, asirios, babilonios, persas, romanos, árabes, otomanos, británicos. En este baño de historia ahora hay viajeros japoneses, griegos, franceses, turcos, rusos, afroamericanos y latinos, ortodoxos, musulmanes, católicos y protestantes, pero apenas se superan los 3,5 millones de visitantes al año. Y es que cuando dices que vas a Israel la gente te recuerda el terrorismo, los atentados, las víctimas. Podría pensarse que es una temeridad visitar el país cuando, una vez más, el presidente norteamericano agita a los palestinos, el que debería mantener la neutralidad actúa de modo insensato pero la ciudad es segura, hay controles en los que chicos y chicas muy jóvenes exhiben sus fusiles pero no generan miedo, otra cosa es la franja de Gaza, pero allí pocos van. En las calles no se aprecia tensión, quienes llevan la seguridad son jóvenes en periodo de servicio militar que ocupa dos años, entre los 18 y los 20, para las chicas y tres, entre los 18 y los 21, para los varones.

Estas piedras milenarias cuentan muchas historias, pero ahora los mayores lamentos son los del pueblo palestino porque los acuerdos de Oslo se han ido diluyendo, la promesa de crear dos Estados está lejana, las diferencias de desarrollo y de renta entre judíos y palestinos son enormes, han construido un muro y los asentamientos en los territorios ocupados hieren la vista. Algunos palestinos son ciudadanos de Israel pero Israel no les concede pasaporte, lo han de solicitar a Jordania o a la Autoridad Palestina. En Jerusalén el 65 por ciento de los habitantes son judíos, el 35 restante palestinos, los cristianos muy escasos. Varias veces al día resuena la potente megafonía de las mezquitas; al mediodía se dejan oír las campanas de las iglesias. Esta ciudad de las tres culturas nos hace añorar aquel Toledo de la convivencia, hasta que Torquemada impuso la expulsión de hebreos y musulmanes, uno de tantos errores históricos que ha padecido nuestro país. Cuando pasas delante de la sinagoga de los sefardíes del Monte Sión, que data de 1948, recuerdas esa diáspora de nuestros judíos.

En la TV cada tarde ponen telenovelas argentinas y tras la calima que viene del desierto del Sinaí hay amago de tormenta, relámpagos y al fin lluvia. El río Jordán lleva poca agua y se padece la misma sequía que se da en muchas partes, de hecho el Mar Muerto, en el que desemboca este río, podría desaparecer dentro de unas décadas, a no ser que autoricen un canal de 300 kilómetros desde el Mar Rojo. Qué duda cabe de que el pueblo judío es laborioso e inteligente, ha sabido convertir territorios áridos en huertos, sus kibbuts son activos, esta gente ha padecido un sinfín de discriminaciones, quién puede dudar de su holocausto. Pero comprobando lo que sucede, llegamos a la conclusión de que las víctimas del ayer a veces se comportan como los verdugos del hoy. Las décadas de ocupación de territorio palestino han encontrado con frecuencia la respuesta del terrorismo, pero Jerusalén es el ejemplo de que las tres comunidades están condenadas a convivir en armonía, no se deben echar por tierra los 70 años de aceptación del rango internacional de la ciudad.

Un viaje recomendable. Revivir lo que nos contaron en las clases de Religión en la lejana infancia en los lugares en que sucedieron los hechos es emocionante, sobre todo en Belén y Nazaret. Alberto Hernández Felipe, párroco de Todoque, La Laguna, Las Manchas y Puerto Naos, es hombre sosegado y tolerante, imagen de nuevos tiempos, es conciliador y organiza bien, dos noches seguidas nos introdujo por las calles, incluso nos llegó a un centro comercial bastante original. Alberto es muy especial, por ello hay gente que repite en los viajes que plantea cada año. Nuestro otro guía fue Adnan, musulmán residente en Belén que conoce muy bien la historia sagrada del país, su anecdotario es casi infinito. Contrariamente a lo que pudiera parecer, la mayoría de los viajeros no eran mayores sino gente de mediana edad con deseo de no perderse ni una sola de las visitas, que fueron muchas. Y es que esta es una tierra de misterio, de magia, de búsquedas y milagros, las dudas y las certezas; aquí el paraíso, el infierno, el purgatorio de los humanos.

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El país es abrupto, una sucesión de montes, valles, cuevas, palmeras, olivos y naranjos, desiertos y llanuras fértiles, el lago llamado Mar de Galilea y al sur el Mar Muerto, el lugar más profundo de la Tierra. Cuando vienes desde el sur hacia Jerusalén, te das cuenta de que estás salvando un gran desnivel, dentro de la propia capital hay también muchas escalinatas y cuestas. La primera noche que fuimos al Muro de las Lamentaciones, jueves, había una multitud que lanzaba vigorosas imprecaciones junto a la pared del Templo, cabeceaba, se movía con frenesí mientras leía y hasta vociferaba los libros sagrados junto a sus niños; el viernes, el sábado y el domingo casi nadie.

Impresiona llegar a un lugar con cinco mil años de historia, que acumula tantos acontecimientos, tantas invasiones seguidas de destrucciones y conflictos, y que además es un referente espiritual para la mayor parte de la humanidad, las tres religiones monoteístas. La ciudad es patrimonio de la humanidad desde 1981, y cuando la divisas desde el Monte de los Olivos buscas las dos cúpulas grises del impresionante Santo Sepulcro y la muy visible cúpula dorada de la Explanada de las Mezquitas; los musulmanes creen que desde allí Mahoma subió a los cielos, acompañado por el ángel Gabriel. El edificio fue construido entre los años 687 y 691, más de trece siglos lo contemplan. Los judíos y los cristianos afirman que allí Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo Isaac pero Dios lo evitó enviando un cordero, conservan la piedra en la que sucedió tal hecho. En el lugar se alzó también el Templo de Salomón, del que solo queda el Muro de las Lamentaciones.