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Donde el mar te lleve. Jesús Godoy Ballesteros, in memoriam

Haber nacido justo en el centro de la Península no evitó que hicieras propia esa sensación mezcla de asombro, admiración y respeto que ante la inmensidad del mar sentimos los isleños.

En alguna ocasión hablamos de la influencia que esa gran masa de agua ejerce sobre el hombre, obligándolo, en ocasiones, a cambiar su esquema mental para poder asimilar su propia pequeñez. Esa pequeñez que, a golpe de infortunio, se hace patente de vez en cuando, como el triste episodio del Titanic, sobre el que eras un auténtico experto.

Pese a ello, creías en el hombre, en sus posibilidades. Quizás tu pasión por la ciencia ficción era una manera de proyectar esa esperanza de un mundo mejor en la que creías y te empeñabas en hacer creer a todos los que tuvimos la suerte de haberte conocido - algo que, viniendo de quien por su profesión se enfrenta a diario con la peor cara de la condición humana, tiene mucho mérito.

En ese ámbito, el profesional, realizaste una labor encomiable. Como me decía un amigo en común hace unos días, supiste entender la sociedad de esta isla, una sociedad que, no por pequeña, deja de tener sus peculiaridades (o quizás precisamente por ello). Lejos de aislarte en un cómodo y aséptico destino, te involucraste en ella, hasta el punto de haberte inmiscuido en el devenir cultural de la misma, participando en las actividades de la Real Sociedad Cosmológica, entidad a la que aportaste tiempo y cariño.

Qué decir de la impronta que dejaste entre distintos colectivos de amigos entre los que fuiste uno más, haciendo gala de una corrección, honestidad, simpatía y camaradería irreprochables: la Peña del Madrid, los amigos de Fuencaliente, del Aeropuerto, Las Sirenas...

Precisamente en este grupo - creado como explica el amigo Juan Capote en un reciente artículo - alrededor de la figura de Quico Concepción, El Maestro – fue donde muchos conocimos esa faceta tuya, desenfadada pero correcta, realista pero esperanzada. El Desembarco que protagonizan las Sirenas, es un acto en el que la alegría y la tristeza se entremezclan derivando en una exaltación de la vida, utilizando elementos de la realidad para dar forma a otro mundo posible, otro mundo mejor.

Jorge Luis Borges, quien como nadie expresó este sentimiento universal, escribió: “La vida es corta, y aunque las horas son tan largas, una oscura maravilla nos acecha, la muerte, ese otro mar [...]”

Por eso amigo mío, donde el mar te lleve, donde el mar nos lleve, espero que volvamos a encontrarnos para seguir hablando de lo pequeña que es la vida si no le añadimos la inmensidad de ese otro mar.

Haber nacido justo en el centro de la Península no evitó que hicieras propia esa sensación mezcla de asombro, admiración y respeto que ante la inmensidad del mar sentimos los isleños.

En alguna ocasión hablamos de la influencia que esa gran masa de agua ejerce sobre el hombre, obligándolo, en ocasiones, a cambiar su esquema mental para poder asimilar su propia pequeñez. Esa pequeñez que, a golpe de infortunio, se hace patente de vez en cuando, como el triste episodio del Titanic, sobre el que eras un auténtico experto.