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La memoria subterránea

Es la memoria de las mujeres que han vivido en los subterráneos de la cultura y de la existencia misma. Es la memoria de las mujeres como un hecho subalterno. Es el silencio de las mujeres que comienza a abrirse camino poco a poco. Lo hace a pasos lentos como si escarbaran por debajo de la tierra. Como animales salvajes, enfurecidos y llenos de bravura, excavan con las uñas la tierra que tapona sus cuerpos y van saliendo a la superficie cubiertas de barro y de sangre. Con ellas la memoria aparece en la superficie. La memoria se abre a la luz y las mujeres comienzan a decir lo que callaron durante siglos, lo que vivieron en los pasadizos de la tierra pintando las paredes, tejiendo hilos y enigmas, amamantando a sus crías y soportando a quienes se consideraban los más fuertes; aquellos a quienes se les atribuía el poder y la gracia de los dioses; aquellos que las han avasallado, vendido, esclavizado, torturado, humillado, violado y masacrado.

Cuando los hombres se fueron a la caza y a la muerte, las mujeres alzaron sus cabezas y comprendieron que el sol salía siempre por el mismo sitio y sin permiso alguno; que ellas recibían su luz al mismo tiempo y de la misma manera que la recibían los machos de la tribu. Treparon por la tierra hasta el borde de las cuevas y presentaron a sus crías a la luz del sol y se miraron unas a otras y comenzaron a emitir extraños sonidos que eran de placer y de alegría. Y se secaron el llanto y se cubrieron el cuerpo con pieles y tapices de colores y se lavaron el rostro y miraron de frente. Se quedaron solas y se hicieron fuertes. Aprendieron a enfrentarse a las bestias y a las demás tribus, empuñaron las armas y salieron de caza durante las largas ausencias de los hombres y comprobaron que eran capaces de alimentar al resto de la familia sin su ayuda.

Sentadas a la puerta de las cuevas, esperaron el regreso de los hombres que volvían de sus matanzas y cacerías. Algunas se arrepintieron de sus hazañas y de las risas que ofendían a los hombres, volvieron a hundirse en los subterráneos de la vida y callaron para siempre. Otras salieron a los caminos y emprendieron la mayor de las batallas: se enfrentaron al gran caníbal, al gran devorador de almas que las vigilaba día y noche. Muchas murieron en el intento, pero las que sobrevivieron al terror siguen aún caminando por la superficie de la tierra contando cómo fueron aquellos años de oscuridad. Y yo las bendigo por ello. Por su coraje y por haber llevado durante siglos el peso de nuestra salvación.

Artículo publicado por Elsa López en el periódico La Opinión.

Es la memoria de las mujeres que han vivido en los subterráneos de la cultura y de la existencia misma. Es la memoria de las mujeres como un hecho subalterno. Es el silencio de las mujeres que comienza a abrirse camino poco a poco. Lo hace a pasos lentos como si escarbaran por debajo de la tierra. Como animales salvajes, enfurecidos y llenos de bravura, excavan con las uñas la tierra que tapona sus cuerpos y van saliendo a la superficie cubiertas de barro y de sangre. Con ellas la memoria aparece en la superficie. La memoria se abre a la luz y las mujeres comienzan a decir lo que callaron durante siglos, lo que vivieron en los pasadizos de la tierra pintando las paredes, tejiendo hilos y enigmas, amamantando a sus crías y soportando a quienes se consideraban los más fuertes; aquellos a quienes se les atribuía el poder y la gracia de los dioses; aquellos que las han avasallado, vendido, esclavizado, torturado, humillado, violado y masacrado.

Cuando los hombres se fueron a la caza y a la muerte, las mujeres alzaron sus cabezas y comprendieron que el sol salía siempre por el mismo sitio y sin permiso alguno; que ellas recibían su luz al mismo tiempo y de la misma manera que la recibían los machos de la tribu. Treparon por la tierra hasta el borde de las cuevas y presentaron a sus crías a la luz del sol y se miraron unas a otras y comenzaron a emitir extraños sonidos que eran de placer y de alegría. Y se secaron el llanto y se cubrieron el cuerpo con pieles y tapices de colores y se lavaron el rostro y miraron de frente. Se quedaron solas y se hicieron fuertes. Aprendieron a enfrentarse a las bestias y a las demás tribus, empuñaron las armas y salieron de caza durante las largas ausencias de los hombres y comprobaron que eran capaces de alimentar al resto de la familia sin su ayuda.