Espacio de opinión de La Palma Ahora
Niños capuchinos
Capuchinos, nazarenos, penitentes... Hay muchas manerasde citar a las y los cofrades que, ocultando su personalidad, acompañan a lasimágenes en las marchas procesionales de Semana Santa. Aquí se les dicecapuchinos porque van con capucha, ni más ni menos. Gracias a la libertadreligiosa y de culto que disfrutamos en el Estado, cada año se repiten estosactos que en lugares como Santa Cruz de La Palma alcanzan ya el rango de interés turísticoregional, diversificando la oferta cultural y, de momento, atrayendo a menos visitantesde los deseables.
Me gusta ir a algunas procesiones, desde laperspectiva relativamente objetiva que me posibilita mi ateísmo las observocomo una manifestación cultural interesante, me atrae la música, el olor del incienso,la imaginería rayana en lo tétrico, el ruido de las cadenas rozando eladoquinado. Es una expresión tan pintoresca como anacrónica, y confieso que aratos me pone los pelos de punta. Desde pequeño he sentido curiosidad por esemodo (que no comparto pero observo con asombro) de hacer visible lareligiosidad y la penitencia que lleva aparejada en esos días de Pasión yaledaños. El uso de la capucha, vestigio medieval que asocio inevitablementecon los verdugos de las películas de época, me inquietaba en la infancia, meproducía un cierto miedo, lo cual es lógico, pues es el miedo el principal modode acción y permanencia de muchas confesiones religiosas. La educación católicarecibida me fue predisponiendo a aceptar una serie de estados de ánimo que ahorapuedo resumir como culpa, la culpabilidad que la tradición judeocristiana nosha hecho asimilar casi como parte indisoluble del individuo. De mano de laculpa nos enseñaron la penitencia para purgar unos pecados que, aunque se hatratado de relacionar con la objetiva ética, tienen su razón de ser desde lamoral católica. Con el tiempo fui entendiendo que los capuchinos eranpenitentes que de ese modo, acompañando a la imagen los unos y cargándola alhombro los otros, limpiaban la conciencia, restablecían el equilibrioespiritual. Cada cual tiene su modo para sentirse bien, para perdonarse, yonunca he creído en la penitencia ni en la autoagresión física (en algunoslugares se fustigan de variadas formas) como camino para mejorar la conductapersonal, pero comprendo que cada cual lo debe hacer al modo que considerenecesario u oportuno. Desde hace unos años se observa en algunas procesiones yde momento en pequeño número, niños capuchinos. Sí. Niños capuchinos, varones.Me cuesta entender qué clase de pecados debe expiar un niño de nueve, diez uonce años. Me cuesta porque no conozco personalmente a niños pecadores y nocomprendo por qué se trata de seguir reproduciendo en las siguientesgeneraciones ese concepto de culpabilidad, ese ciclo pecado-penitencia-perdón-pecado.¿La libertad de educar a las hijas e hijos en la fe que cada familia consideredebe llegar hasta este extremo? ¿Al grado de situar a un niño como protagonistade la culpa, de la vergüenza que lleva a la ocultación de la personalidad, de cualquierpenitencia? Se puede alegar que se trata de salvaguardar la tradición cofrade, lasprocesiones como tal, incluso la fe católica, pero es dañino para el individuoque comienza a entender la vida. No soy ingenuo y no espero ningún tipo deevolución en la conciencia de la iglesia y su membresía, pero esta tendencia meparece demasiado destructiva hasta para las mentes más retrógradas, ytotalmente injustificable desde el punto de vista educacional. Nos han enseñadoa vivir en la culpa y asimilamos que a lo largo de la vida tendremos motivos desobra para flagelarnos, dejemos de transmitir esta amargura a nuestras hijas ehijos y vivamos.
Capuchinos, nazarenos, penitentes... Hay muchas manerasde citar a las y los cofrades que, ocultando su personalidad, acompañan a lasimágenes en las marchas procesionales de Semana Santa. Aquí se les dicecapuchinos porque van con capucha, ni más ni menos. Gracias a la libertadreligiosa y de culto que disfrutamos en el Estado, cada año se repiten estosactos que en lugares como Santa Cruz de La Palma alcanzan ya el rango de interés turísticoregional, diversificando la oferta cultural y, de momento, atrayendo a menos visitantesde los deseables.
Me gusta ir a algunas procesiones, desde laperspectiva relativamente objetiva que me posibilita mi ateísmo las observocomo una manifestación cultural interesante, me atrae la música, el olor del incienso,la imaginería rayana en lo tétrico, el ruido de las cadenas rozando eladoquinado. Es una expresión tan pintoresca como anacrónica, y confieso que aratos me pone los pelos de punta. Desde pequeño he sentido curiosidad por esemodo (que no comparto pero observo con asombro) de hacer visible lareligiosidad y la penitencia que lleva aparejada en esos días de Pasión yaledaños. El uso de la capucha, vestigio medieval que asocio inevitablementecon los verdugos de las películas de época, me inquietaba en la infancia, meproducía un cierto miedo, lo cual es lógico, pues es el miedo el principal modode acción y permanencia de muchas confesiones religiosas. La educación católicarecibida me fue predisponiendo a aceptar una serie de estados de ánimo que ahorapuedo resumir como culpa, la culpabilidad que la tradición judeocristiana nosha hecho asimilar casi como parte indisoluble del individuo. De mano de laculpa nos enseñaron la penitencia para purgar unos pecados que, aunque se hatratado de relacionar con la objetiva ética, tienen su razón de ser desde lamoral católica. Con el tiempo fui entendiendo que los capuchinos eranpenitentes que de ese modo, acompañando a la imagen los unos y cargándola alhombro los otros, limpiaban la conciencia, restablecían el equilibrioespiritual. Cada cual tiene su modo para sentirse bien, para perdonarse, yonunca he creído en la penitencia ni en la autoagresión física (en algunoslugares se fustigan de variadas formas) como camino para mejorar la conductapersonal, pero comprendo que cada cual lo debe hacer al modo que considerenecesario u oportuno. Desde hace unos años se observa en algunas procesiones yde momento en pequeño número, niños capuchinos. Sí. Niños capuchinos, varones.Me cuesta entender qué clase de pecados debe expiar un niño de nueve, diez uonce años. Me cuesta porque no conozco personalmente a niños pecadores y nocomprendo por qué se trata de seguir reproduciendo en las siguientesgeneraciones ese concepto de culpabilidad, ese ciclo pecado-penitencia-perdón-pecado.¿La libertad de educar a las hijas e hijos en la fe que cada familia consideredebe llegar hasta este extremo? ¿Al grado de situar a un niño como protagonistade la culpa, de la vergüenza que lleva a la ocultación de la personalidad, de cualquierpenitencia? Se puede alegar que se trata de salvaguardar la tradición cofrade, lasprocesiones como tal, incluso la fe católica, pero es dañino para el individuoque comienza a entender la vida. No soy ingenuo y no espero ningún tipo deevolución en la conciencia de la iglesia y su membresía, pero esta tendencia meparece demasiado destructiva hasta para las mentes más retrógradas, ytotalmente injustificable desde el punto de vista educacional. Nos han enseñadoa vivir en la culpa y asimilamos que a lo largo de la vida tendremos motivos desobra para flagelarnos, dejemos de transmitir esta amargura a nuestras hijas ehijos y vivamos.