La palabra adiós es de ese tipo de palabras que para quien la dice deja un rastro amargo en su paladar y para quien la escucha deja un vacío de silencio en su oído. Despedirnos siempre ha sido visto desde dos contradictorias vías, por un lado, podría ser un acto de valentía, pero por otro lado, también podría ser un acto de cobardía y, en la mayoría de los casos, nunca sabemos cuándo estamos ante un escenario u otro. Igualmente, junto con esta dualidad, las despedidas se siguen mostrando de rostro cambiante y tampoco tienen siempre el mismo sentido ni la misma duración, a veces un adiós puede significar hasta pronto, pero hay otras veces en las que puede significar hasta siempre o hasta nunca. El verdadero dolor suele estar presente en estas dos últimas afirmaciones, suele aparecer cuando somos conscientes de que nuestra despedida se mantendrá en el tiempo, cuando nos damos cuenta de que el vacío del silencio ahora estará en aquel que daba forma a la despedida. El problema es que, muchas veces, no sabemos cuándo un adiós tiene un significado u otro, y lo que es peor, cuando el adiós será el último.
Y aunque nos obsesionemos con este hecho y temamos decir esa palabra para no tener nunca que despedirnos de aquello que queremos y de aquellos a quien queremos, tarde o temprano, todos tenemos que hacerlo. Ahora, en este momento en el que las despedidas se han tornado una realidad continua en nuestra vida, en este momento en el que muchas familias han tenido que decir adiós a la vida que hasta ahora conocían, a la casa que era su hogar, a la calle que marcaba su sitio o, incluso, al hermano o amiga que, en cierto sentido, les definía, cada vez se ha vuelto más común recurrir a la despedida y aun así, el dolor sigue siendo el mismo. Porque nadie quiere tener que despedirse de lo que quiere, pero la vida, por mucho que nos neguemos a aceptarlo, nos obliga. A veces, es mejor despedirse a tiempo que nunca llegar a hacerlo.
Pero lo que también es cierto y hace menos amarga esta narración es que las despedidas no conllevan el olvido, y hay personas, lugares, momentos… que se vuelven parte de nuestra historia y nunca, por mucho que se vayan, por mucho que nos despidamos, desparecerán del relato de nuestra vida. Porque nunca acabaremos del todo con una historia, nunca será del todo cierto ese adiós que decimos como susurrándole a otros tiempos. Lo que vivimos, cómo y con quién lo vivimos siempre nos acompaña y también nos persigue, pero lo que no podemos, ni debemos, es ahogarnos en un pasado que parece que no pasa. Porque ese tiempo es ya ausente, ya ha sucedido y aunque queramos no podemos hacer nada para cambiarlo. Debemos entender que el pasado no condiciona nuestro presente, en todo caso, alecciona nuestro ahora y debemos saber qué hacer con esa lección de vida, utilizar ese aprendizaje para mejorar nuestro hoy y, quizás también, nuestro mañana.
Esta noche, cuando el reloj anuncie las doce y el sonido de las botellas descorchándose se mezcle junto con las risas edulcoradas por el alcohol, cuando las lágrimas resbalen sinceras por aquello o aquellos que nos faltan, cuando la última uva descienda por nuestra garganta, recordemos que las despedidas son necesarias e, intentemos, junto con esa última uva, tragar todo el doloroso recuerdo del ayer, decirle adiós y saludar de frente al mañana. No temamos a las despedidas, no temamos decir adiós, porque, aunque nos pese, son parte del transcurso de la vida.
Digamos adiós a un año que, para muchos, ha cambiado nuestra forma de vida, digamos adiós al peso del recuerdo de todo lo que hemos perdido, digamos adiós a aquello que ya no pudo ni volverá a ser, digamos adiós a todo lo que nos duele y, disfrutemos, mientras podamos, de la gente que nos quiere y que queremos. Apoyémonos en ellos y, si es necesario, compartamos el sufrimiento de la despedida, compartamos nuestro dolor, porque así el peso será repartido y, sin duda, será menor. Porque aunque siempre habrá una gran parte del dolor que no pueda compartirse, nuestro deseo de acompañar y compartir esa carga sí que podemos compartirla. Debemos despedirnos, aunque duela, para así lograr que nuestro pasado no nos pese y, con suerte, pase. Porque en esta época oscura en la que vivimos, lo único que puede alumbrarnos los días es mirar a nuestro alrededor y descubrir en los ojos de aquellos que nos acompañan que tenemos la maravillosa suerte de no haberles despedido en el ayer y la oportunidad de un mañana.