Uno de esos amigos que alegran mis mañanas en la ciudad y nunca tuerce el gesto me comenta con sorna que el problema del mundo es que no comprendemos su verdadera esencia, que no es la creación de una utopía social, de una igualdad económica, de un mundo feliz, etc. Los dioses han creado el mundo como espectáculo y que esa es su auténtica naturaleza, una especie de plataforma global que proporciona un espectáculo constante, tutum revolutum, es decir un revuelto de drama, tragedia, comedia, musical, con elementos épicos, líricos y tragicómicos que no se ven en ningún otro mundo o dimensión alternativa. Vamos, somos un espectáculo, al que nuestro país contribuye generosamente no sólo con tremendos dramas personales y alardes frikis nunca vistos sino con fiestas a lo largo del año que no dan tregua ni descanso. Mi amigo ha estudiado el asunto a fondo y dice además que las fiestas populares, macroconciertos, festivales y eventos de todo tipo son una contribución enorme a nuestro PIB. Y añade que las fiestas y espectáculos, sin olvidar deportes, toros y saraos varios van en aumento y cada vez atraen más turistas que enloquecidos por tanta euforia y substancias varias se dejan una pasta, aunque a veces practiquen balconing o se pierdan nadando en las aguas turbulentas de un delirium tremens. Mi amigo añade que 50 caravanas se dirigen al concierto de rock de Puerto Espíndola, ante el asombro de los plataneros sauceros y el jolgorio de la juventud festivalera que ve cómo La Palma contribuye una vez más  y ya van muchas, al Producto Interior Bruto pues a festejeros no nos gana nadie y mi amigo termina su exposición diciendo que se tiene que ir a toda prisa a coger la caravana y poner rumbo a Puerto Espíndola pues y añade textualmente: “Las fiestas se han convertido en un acto patriótico y el PIB me necesita”.