Hace unas semanas escuchábamos, en el telecanarias de La 1 de Televisión Española, como contaban una de las iniciativas organizadas por la Dirección Insular de la Administración General del Estado en La Gomera. Una propuesta que se enmarca en las acciones celebradas con motivo del 8M Día Internacional de la Mujer. En este caso, habían decidido “mostrar el compromiso” contra la violencia de género a partir de una red señalética en los municipios de la isla. Los carteles que así enunciaban: “Municipio comprometido contra la violencia de género” trataban de “señalar y dar ejemplo de firmeza y perseverancia contra las voces negacionista”, según recogen algunos medios de comunicación.
Esta noticia de interés autonómico, creo que nos llevaría a múltiples preguntas. La primera, por supuesto, es: ¿acaso hay algún municipio que se muestre a favor de la violencia? La segunda, y totalmente relacionada: ¿por qué sería necesario que una obviedad, como estar en contra de la violencia de género, requiera de una red de señalética? Y, la tercera, ¿quizás lo que nos parece obvio no lo es tanto? A menudo se nos olvida que seguimos viviendo en un mundo preponderantemente patriarcal, sexista, homófobo, tránsfobo, racista, colonialista y supremacista. Un mundo que, lejos de separarse de todos los sesgos de desigualdad, sigue legitimando su estructura y sistemas de dominación.
Nos repiten que antes todo era mucho peor, que no nos podemos quejar, que la igualdad ya existe, pero, al mismo tiempo, siguen poniendo carteles en la entrada de los municipios que nos alertan de los peligros de ser mujer. A ver si se deciden porque las iniciativas como las de la Gomera no hacen más que re-afirmar la situación actual de nuestra realidad y, lo que es peor, las medidas que se toman para afrontar un problema de desigualdad estructural. Las acciones son: poner un cartel que muestre tu “compromiso”, sacarte dos fotos posando con el lema y volver a casa a que tu mujer te haga la cena. Grandes soluciones para una sociedad que no quiere reconocer que sigue existiendo el problema.
No quiero sonar demasiado irónica, ni quiero que este artículo sea leído como un ataque hacia el hombre. Lo aclaro porque parece que este es el nuevo discurso que se escucha y, de repente, el feminismo odia a los hombres y victimiza a las mujeres. Lo que pretendo, en cambio, es contextualizar la situación y mostrar que, el problema sin nombre (como diría Betty Friedan), sí que tiene nombre, pero nos asusta decirlo. Y no es necesario soltar cifras con la cantidad de mujeres asesinadas en este último año, o con los ataques sexuales y violaciones producidas, solo hace falta ser un poco más críticos para reconocer que existe el sexismo y que existe el patriarcado.
Y cuando hablo de ser críticos me refiero también a nosotras (a las mujeres). Porque lo fácil es pensar que el hombre es el problema, buscar un enemigo, un culpable que nos haga sentir mejor. Pero ser críticas significa poner de manifiesto que los paradigmas de dominación no excluyen a las mujeres, no son una cuestión de género. Pensar en el hombre como el enemigo, el opresor y, por tanto, la mujer como la víctima, la oprimida, es totalmente simplista e, incluso, paternalista. Lo cierto es que tendemos a dar sentido a la realidad a través del binarismo. La ontología dualista nos ha servido para categorizar todo: lo bueno y lo malo, lo racional y lo emocional, lo masculino y lo femenino, el opresor y el oprimido.
Pero a diferencia de la teoría, la práctica nos dice que los dualismos puros no existen, que tanto hombres como mujeres pueden ser personas dominadas y dominadoras, que este pensamiento sigue perpetuando y manteniendo los sistemas de dominación que tratamos de derribar. Ahora mismo, mientras lees esto, puede ser que un hombre sea dañado y agredido por la homofobia y que, ese mismo hombre, maltrate y ridiculice a otra persona por cuestiones de clase o de raza. También puede ser que una mujer sea dominada por el sexismo y que domine por otras muchas cuestiones. Por lo que ser críticas es tratar de comprender los sistemas de dominación para poder derribarlos. Y con esto no quiero decir que las mujeres no hayamos sufrido ni sigamos sufriendo, lo que pretendo aclarar es que culpabilizar a un sector de la población no hará que dejemos de sufrir, hay que buscar la base del problema.
El feminismo necesita, también de los hombres, necesita reconocer que los hombres también sufren por el sexismo, que el pensamiento patriarcal impregna todo y a todos. Porque el feminismo conlleva examinarnos y cuestionarnos a nosotras mismas continuamente, y no solo en relación con los hombres, sino en relación con toda la estructura de dominación. El feminismo supone dar nombre a los problemas, aun sabiendo que podemos ser parte de ellos.