El nuevo aeropuerto de La Palma fue inaugurado en enero de 1971. Muchos creen que esa fue su puerta de entrada. No sería extraño, tratándose de una planta destinada a volverse cosmopolita, global. Su aspecto atractivo, sus flores plumosas, flexibles, delgadas y sus finas hojas en forma de fuente la han llevado a todos los continentes. Hay varias hipótesis sobre su llegada. Alguien pudo traer en avión un ramo de ejemplares recogidos en otra isla y sus semillas se dispersaron por la zona. Tal vez fue cultivada en los jardines del aeropuerto en un momento de auge de las gramíneas ornamentales como el plumero de la pampa, la citronela o el mismo rabo de gato. Otra posibilidad sería que algunas semillas vinieran pegadas en las ruedas de maquinaria traída del Sahara Occidental. Lo que sí se sabe con certeza es que desde hacía tiempo se había instalado con fuerza en Gran Canaria (Agaete, San Nicolás, macizo de Tamadaba) y en el norte de Tenerife.
En 1983, el botánico Arnoldo Santos la recogió en su conocida obra Vegetación y flora de La Palma. La había encontrado ya aclimatada en los alrededores del aeropuerto y también cultivada como planta ornamental en otros lugares de la isla. Pocos años después advertía de su peligro. A mediados de los años 1990 su avance era evidente, amenazante.
Entre 1997-99 se puso en marcha una ambiciosa campaña de “control y erradicación”. Cabildo y el departamento de botánica de la Universidad de La Laguna de la mano. Se le dedicó personal, recursos y un buen soporte técnico y científico. A través de un plan de empleo, se contratan 100 personas en una primera fase, 50 en la segunda. El trabajo concluye con un balance “altamente positivo”: se eliminó un 93% de la planta. Estaba arrinconada, pero no vencida. En las conclusiones del informe final se insta a “continuar con las acciones”, repasar periódicamente las zonas trabajadas, hacer “campañas de educación ambiental”, crear un “Servicio Insular” y establecer una “estrategia global”. Muchas de esas recomendaciones no se siguieron.
A partir de 1999, las actuaciones continuaron, pero con interrupciones, de forma puntual, aislada, con menos efectivos, menos presupuesto y menos planificación. No hubo servicio insular, ni estrategia global ni control ni seguimiento, aun con una recién estrenada Consejería de Medio Ambiente. Resultado: la planta se recuperó y empezó a expandirse con fuerza. Se confirmaron las sospechas de su ferocidad invasora. Si en 1999 la erradicación se veía difícil, unos años después ya se consideraba un objetivo inalcanzable. Solo se aspiraba a controlarla.
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El Pennicetum setaceum es una planta portentosa. Fue descrita y clasificada por la botánica moderna en 1762 en Egipto, en El Cairo (in desertis Káhirinis), un lugar árido, una tierra pobre, un sol insistente. Para sobrevivir en esas condiciones, se hizo extremadamente eficaz. Una sola planta es capaz de producir del orden de 10000 semillas a lo largo de sus más de 20 años de vida. Esas semillas pueden germinar hasta seis años después de llegar al suelo; soporta las sequías, las lluvias hasta 1000 mm, el frío hasta 0º; germina y crece mucho más rápido que la flora autóctona. Es conocido su gusto por los terrenos removidos, alterados, sueltos. Por esa razón, es la primera que aparece en las obras, en los solares, las escombreras, los ribazos, las cunetas, los cultivos abandonados, los taludes… También es habilidosa aprovechando el transporte por carretera para expandirse. Los seres humanos somos su más valioso aliado: la trajimos, le preparamos el terreno y colaboramos en su diseminación.
Las plantas invasoras son especialmente inclementes con las islas y sus ecosistemas frágiles, apacibles e inmaduros. Una naturaleza rica y diversa, pero sensible y poco resistente al agresivo crecimiento de una planta que, instalada en un lugar con las condiciones de La Palma, estalla, desplaza la flora autóctona y pone en peligro el equilibrio natural insular y su rica biodiversidad. Un estudio de 2019 calcula que casi un 35% de la superficie de la isla reúne las condiciones apropiadas para su asentamiento.
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“Aquí hemos tardado en volver, pero mira. No está tan mal”, dice un miembro Sinrabogato La Palma, una asociación que cada tres semanas se reúne para limpiar un lugar de la isla. Llevan 81 acciones. Es la cuarta vez que acuden a revisar esa zona. Es un terreno escarpado y cubierto de ceniza de la reciente erupción volcánica donde está creciendo flora autóctona: tajinaste blanco, lechuguilla, vinagrera. También alguna higuera, salvia canaria... En medio, se ven los destellos pálidos de ejemplares de Pennicetum setaceum. Los voluntarios se reparten por la pendiente, extraen las espigas, la meten en bolsas de papel, desenraizan la planta. Se nota el trabajo anterior. En tres horas la montaña está limpia. La idea es revisar el terreno cada tres o cuatro meses y limpiar. De esta forma se gana tiempo y se ayuda a la flora nativa a ocupar el espacio antes de que lo haga la planta invasora.
Durante un descanso, sentados en la ladera de la montaña, ven a lo lejos, en dirección al mar, unas abigarradas colonias de rabo de gato en lo que parecen cultivos abandonados. Más cerca, en la pendiente al otro lado de la carretera, hay pequeñas poblaciones e individuos aislados de la planta que contrastan con la oscuridad del terreno. “¿No vamos a quitar esas?”, pregunta un voluntario. “Ahí estuvieron trabajando las cuadrillas del Cabildo, pero hace tiempo que no vienen”, le responde un coordinador. Se refiere a las últimas campañas de control del rabo de gato.
Durante los últimos años, de esta labor se han encargado cinco cuadrillas trabajando de lunes a viernes, de 8 a 3. “Es insuficiente, obviamente. Son 40 personas en todo el territorio insular trabajando a destajo. Funciona, pero no basta. Es solo un ejemplo de lo que se debería hacer a gran escala”, dice una persona experta. En realidad, la idea de poner en marcha un plan a gran escala existió. Y no hace tanto.
En 2016, la Reserva de la Biosfera, a petición del Servicio de Medio Ambiente del Cabildo, preparó un elaboradísimo Plan de manejo del Pennicetum setaceum. Fue el resultado de meses de largas sesiones de trabajo y reuniones de numeroso personal técnico y científico de ambas instituciones, del gobierno de Canarias, de la Caldera, de asociaciones, de la Universidad, Gesplan, expertos independientes... Un trabajo concienzudo que actualiza todo lo aprendido anteriormente y que, al fin, establece la estrategia global que pedía el informe de 1999: control y seguimiento ininterrumpido, coordinación de administraciones y agentes, campañas de concienciación social… Al actualizar la cartografía vieron alarmados lo mucho que la planta había avanzado en 15 años. Se plantea la necesidad de contar con personal profesional bien formado y con empresas de trabajo vertical. Se advierte que los planes de empleo social solo deben contemplarse como apoyo y refuerzo, no como herramienta principal.
De nuevo, las recomendaciones de los expertos se quedaron en el papel.
En 2017, se anuncia que el control de rabo de gato se hará primordialmente a través de un plan de empleo social. Este estará financiado a través del FDCAN con un presupuesto de 6 millones de euros en 10 años. Los que tenían que coordinar el plan de manejo, la Reserva de la Biosfera y Medio Ambiente, se quedan fuera, dedicados a otros menesteres.
Se sigue cayendo en los mismos errores. La discontinuidad: la última campaña del plan de empleo actual terminó en julio de 2023 y a finales de abril de 2024 aún no ha comenzado la séptima campaña. Nueve meses que arruinan el trabajo de las seis campañas anteriores. La falta de coordinación: además de la Consejería de Medio Ambiente y la Reserva de la Biosfera, los ayuntamientos están poco implicados, a pesar de que muchos términos municipales están siendo invadidos o están amenazados de serlo. La falta de implicación ciudadana: la población, en general, no es consciente de lo que puede contribuir si limpiara lo que hay alrededor de sus viviendas, los huertos y terrenos abandonados o los ejemplares sueltos que encuentren en cualquier lugar. Las eficientes redes sociales de las instituciones públicas y partidos, sus notas de prensa, se usan más para el autobombo que para la concienciación social.
Falta de presupuesto, falta de valentía y convencimiento, desidia, desinterés, lentitud de la administración, inconciencia, impotencia… todo eso parece haber influido en el actual “fracaso económico y medioambiental” del que ya hablaba el plan de manejo de 2016. Se sabía lo que había que hacer, estaba escrito, pero no se ha estado a la altura de un adversario tan vigoroso. Una planta que no descansa, que se dedica en exclusiva a multiplicarse y ocupar la tierra. Mientras los humanos siguen con sus prioridades, su cortoplacismo, sus dudas, sus rencillas, sus negligencias, el amarillo se extiende por la isla debilitando su rica y envidiable biodiversidad.
Desde la opinología general, muchos aseguran que no hay nada que hacer. También lo afirman voces autorizadas, como Pedro Luis Pérez de Paz, botánico responsable de la exitosa campaña de 1997-99. “No se hizo cuando se tenía que haber hecho. Ahora es tarde”, dice con un fondo de amargura. Frente a este escepticismo, y a pesar de la frustración, muchos técnicos, científicos y ecologistas no tiran la toalla. “Todavía estamos a tiempo de contenerlo, aunque las posibilidades son cada vez menos”, dice uno de ellos. En lo que todos coinciden es en que cuanto más se retrase, más difícil será, más largo y más costoso económicamente. Esta historia no ha terminado, aunque si no hay un cambio sustancial, el desenlace es cada vez más visible.