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¿Y a mí quién me recibirá cuando muera?

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¡Ahí voy! Hoy quiero tocar un tema serio: la muerte y lo que tal vez venga después.

Recordando a un amigo que falleció hace algún tiempo, estuve reflexionando sobre lo que puede haber después de la muerte. Sobre lo que le ocurre a nuestra parte física, no hay lugar a dudas. Tanto si nos incineran, como si nos dejan pudrirnos en un ataúd, acabaremos siendo polvo y poco a poco nuestras moléculas acabarán mezcladas con la naturaleza. Pero, ¿qué ocurre con nuestra parte espiritual, energética o con nuestra alma, como la llaman algunos?

Lo primero que me vino a la cabeza fueron los relatos de las personas que afirman haber tenido una experiencia cercana a la muerte. He leído varios libros sobre el tema y si en algo coinciden, independientemente de la cultura a la que pertenezcan, es que recuerdan haber visto un túnel con un espacio luminoso al final, que les resulta agradable y atractivo. Algunos relatan cómo mientras transcurre el tiempo en que tardan en recorrer dicho túnel, ven pasar ante sus ojos, tal y como si fuera una película, muchos momentos de su vida. Hasta ahí, mi reflexión no me creaba ningún problema.

En la segunda parte de la historia del tránsito de la vida al estado de la muerte, siempre desde el punto de vista de este lado, es cuando se me plantean múltiples preguntas. Tanto en las películas como en los relatos, se nos ha dicho que en «el cielo» nos esperan nuestros seres queridos ya fallecidos y que son los que nos acompañarán, aunque nunca suelen dar muchos detalles, acerca del lugar concreto al que iremos posteriormente.

Y aquí vienen las preguntas.

Supongamos que hemos sido buenas personas, pero que en la infancia nos abandonó nuestra familia, que la vida fue ingrata con nosotros y que nadie se ocupó de nosotros con cariño y amor. ¿Quién nos esperaría? ¿El director del orfanato o institución que nos acogió? ¿Una cajera de un supermercado, que en un acto de piedad no alertó a seguridad, a pesar de saber que habíamos hurtado algo de la tienda? ¿El perro callejero que nos acompañó un trecho del camino y con el que compartimos un trozo de pan?

Ahora supongamos que hemos sido malos. Me refiero a malos de verdad, de las personas que no tienen escrúpulos en realizar malas acciones contra otros, que sólo emanan odio y crueldad, a pesar de haber tenido buena gente a su alrededor. ¿A esos también los espera alguien? ¿Los padres que lo amaron, pero que no lograron cambiarlo? ¿Y si fue él o ella que les quitó la vida? ¿Sus víctimas estarían a la puerta del túnel esperándolo, para indicarle el camino adecuado? ¿Cuál sería ese lugar al que debería dirigirse? Siendo malo como es, seguramente no seguiría las instrucciones de nadie.

Si ocurriesen las cosas tal y cómo nos han contado, nos encontraríamos con el hecho de que, en el otro lado del túnel, se repetirían las mismas circunstancias que ya hemos vivido antes de la muerte. Para mí, todo perdería su sentido. El que ha estado solo, seguiría solo y abandonado en la eternidad y el ser que ha sido querido, seguiría disfrutando de ese privilegio. ¿Dónde quiero ir a parar?

Quiero creer que somos energía y que tal y como nos explicaron en el colegio, la energía no desaparece, sino que se transforma. Lo que se liberará tras el fallecimiento de nuestro cuerpo, será una energía, que no sé describir, pero existe, ya que es la que ha mantenido unidas nuestras moléculas, la que ha producido que nuestras neuronas se hayan comunicado entre sí y haya facilitado el desarrollo del lenguaje y la comunicación con otros seres. Esa energía es la que ha permitido que sintamos emociones y sensaciones. Lo que ocurre es que esa energía, en sí misma, seguramente no tiene memoria y no podemos saber en qué se transformará.

Desde la poca humildad que tiene el ser humano en general, nos gustaría dirigirla y poder enfocarla hacia un posible reencuentro con personas con las cuales hayamos sido felices, o ayudar a los seres queridos que hemos dejado atrás, tras nuestra muerte. El caso es que nadie nos puede asegurar ese poder, así que tendremos que conformarnos con ser energía que se mostrará de alguna manera desconocida para nosotros, con lo que sabemos hoy.

Lo que me queda, para mantener una ilusión y algo de esperanza, es definir y pactar, desde ya, una manera de comunicar a mis seres queridos que estoy cerca de ellos, cuando se supone que me haya ido. Me gustaría también tener una clave secreta para reconocer a quién considero mi alma gemela y seguir volando juntos, aunque seamos unos electrones viajando en un cable.

Tras esta reflexión, os deseo larga y feliz vida a todos ya que nada de lo que pueda ocurrir después está claro. Disfrutemos hoy, no sea que mañana, sólo exista un vacío infinito.