Confieso no sin cierto rubor que la primera vez que entré conduciendo en una rotonda, entonces había pocas, fue en la animosa ciudad de Vigo, había tanto tráfico que me puse de los nervios y daba vueltas y más vueltas intentado salir mientras la gente que iba conmigo reía a reventar. En La Palma las rotondas, redondas como aún las llaman algunos y redondas sí que son, tardaron en llegar, lo hicieron poco a poco, a la palmera, y poco a poco, al menos en mi caso y sacudiéndome el recuerdo de Vigo, hemos ido acostumbrándonos no sin ciertos roces y vacilones. Emblemáticas han sido la de la entrada sur de Santa Cruz, donde me gocé en primera persona un par de encontronazos, la conocida como ‘de Benahoare’ (tan pequeña que vi un coche igual al mío delante y un conductor con sombrero y era yo, jeje) donde he corrido serios peligros pues aún hay gente que cree que la rotonda es meramente decorativa y siguen p’alante fresquitos de pecho con los ceda el paso, y la conocida como la rotonda del Drago, encima de los cuarteles, que yo sepa la única del mundo donde el ceda al paso lo hacen los que salen y no los que entran y que ha dado lugar a no pocos ataques de nervios de conductores ingleses. Esta ahora está decorada por unas lindas grajas, que me encantan y espero que duren mucho. La de entrada a la ciudad también ha mejorado al convertirse en rotonda turbo, aunque he presenciado que a algún conductor le da lo mismo, erre que erre. Y por fin, por fin aleluya, me encanta la de entrada a Barlovento, con un pasado sombrío, pero ya operativa gracias a una macetita que han puesto en el centro. De la ultimísima, la que redecora las coladas de La Laguna, no diré nada, pues mi abogado me dice que calladito estoy mejor, pero me encantan todas las redondas, todas, menos la de Vigo, sorry.